Pienso entonces en la Guatemala que hemos estado viviendo desde hace décadas, un país en donde casi ninguna acción que ha venido del Estado y de sus cómplices en la sociedad civil parece funcionar y se transforma continuamente en más caos, más desesperanza, más escepticismo. Leo y escucho noticias a diario, y a diario caigo en momentáneos abismos de frustración y enojo. Sin embargo, paralelamente a lo que parecería una condena al fracaso como país, de manera cotidiana me entero de esfuerzos y...
Pienso entonces en la Guatemala que hemos estado viviendo desde hace décadas, un país en donde casi ninguna acción que ha venido del Estado y de sus cómplices en la sociedad civil parece funcionar y se transforma continuamente en más caos, más desesperanza, más escepticismo. Leo y escucho noticias a diario, y a diario caigo en momentáneos abismos de frustración y enojo. Sin embargo, paralelamente a lo que parecería una condena al fracaso como país, de manera cotidiana me entero de esfuerzos y acciones de personas y organizaciones que trabajan contra viento y marea por resolver, restaurar, construir, reconfigurar nuestras estructuras sociales. Eso me anima. ¿Son esas las revoluciones posibles de las que habla Preciado?
Vivimos historias paralelas en este país, no hay duda. Una está hecha de discursos, de medias verdades, de planas y llanas mentiras, de obvios actos de injusticia y destrucción, y de las imposturas más descaradas. Es el espacio que ocupa la historia oficial, el poder y la autoridad. Ése no me interesa. Lo más que me ha dado es el derecho a nombrar mi nacionalidad frente a otros y ni siquiera estoy tan segura de que eso realmente valga la pena.
Prefiero situarme en el espacio de la microhistoria, de los heroicos actos que la mayor parte del tiempo pasan desapercibidos; me quedo con las acciones igualmente heroicas que sostienen las columnas de un país en el que sí nos gusta habitar. Es un espacio compartido con otros y otras a las que les ha tocado sufrir las consecuencias de ese Estado inoperante que insiste en seguir contribuyendo a la explotación y al desorden. Basta revisar las estadísticas más recientes de embarazos de adolescentes y de víctimas de violencia intrafamiliar. Basta hacer un recorrido por las escuelas y los hospitales públicos; por las bibliotecas estatales. No hace falta más que salir a la calle y ver lo que sucede a nuestro alrededor, mientras escuchamos los mismos discursos oficiales de siempre, las vanas promesas de cada cuatro años y esas versiones de la historia tan burdas y patéticas como las de la Fundación contra el terrorismo, para dar el ejemplo más patético.
Sí, prefiero las revoluciones que se dan en el espacio de lo posible, aunque tomen más tiempo.
Más de este autor