Aunque no del todo sorprendente, resulta repulsiva la reacción machista de quienes se perciben aludidos por las escenificaciones geniales y virales de El violador eres tú, que convoca a las mujeres, pero que impacta en la sociedad. En consecuencia, así como hubo una reacción a otras luchas feministas, ya se manifiesta la ridiculización, la generalización absurda y la utilización sesgada de casos particulares, todo con la intención de negar los problemas de fondo y los privilegios que tenemos los hombres, que incluyen relaciones de poder y la posibilidad de ejercer la violencia de género.
En ese marco, que no aspiro a explicar con toda su complejidad, los hombres podemos ponernos los zapatos solidarios y progresistas, tratar de hablar y actuar en apoyo a las mujeres, o podemos ponernos del lado del patriarcado de forma abierta, como muchos hombres y muchas mujeres lo hacen ya. Esas son las opciones fáciles, por decirlo rápidamente: la políticamente correcta, pero que no llega a la raíz del problema, según yo, y la que tergiversa, ridiculiza, niega y justifica el estado de las cosas.
El violador eres tú me ha provocado disonancias, y lo que me pregunto en el fondo es: ¿cómo hacemos para traicionar al patriarcado? Y específicamente: ¿cómo nos comprometemos contra la violencia de género? Porque desde niños aprendimos un pacto de poder, una enorme chamarra transideológica con la cual nos hemos cubierto en algún momento. ¿Cómo quemamos ese pacto? Ojalá lo supiera con certeza. Y creo que muchos hombres que hemos celebrado la escenificación de El violador eres tú podemos intentar acercarnos a la raíz del problema. En ese sentido, no es suficiente una conducta coherente. Me explico: debemos asumirnos como violadores potenciales, como personas con la capacidad material y las condiciones sociales para ejercer la violencia y con la responsabilidad de trabajar diaria y activamente en el desmontaje psicológico, ideológico, material y cultural del patriarcado.
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Por supuesto que lo anterior me resulta agobiante. Porque no se trata solo de la conducta, que es importante. Se trata de algo determinante: creo que a ningún hombre con afán de coherencia le gusta imaginarse como violador, con toda la amplitud y complejidad de esa palabra. En ese sentido, cada hombre debería saber que su conducta debería tener consecuencias sociales y jurídicas. Y en complemento, pero más importante aún, cada hombre debería saber que antes de los actos están las actitudes, la afectividad, pero que precisamente en ese campo los adultos somos buenos fingiendo empatía y respeto. ¿Cómo hacemos entonces para que el violador que llevamos dentro no emerja en la ocasión perfecta y plena de impunidad? Muchas preguntas y retos, pero estoy convencido de que, así como los adictos pueden asumirse como tales, los hombres debemos asumir que somos violadores en potencia porque tenemos las condiciones materiales y sociales para serlo y porque tenemos responsabilidad individual y colectiva para cuidar nuestros pensamientos y actos, buscar ayuda a tiempo y, por supuesto, trabajar para que las acciones propias y ajenas tengan consecuencias.
Las mujeres tienen sus voces y no nos necesitan para marcar las prioridades. Nosotros podemos aspirar a ser aliados en la construcción de una sociedad más justa y equitativa, pero seguiremos siendo seres humanos, con potencial para ejercer la violencia. Si nos olvidamos de eso, creo que seguiremos siendo el violador potencial en el camino de alguien más.
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