Al contrario, el fracaso se siente en cada nuevo número del periódico, en cada estación de radio. Nos lo recuerda cada elección de junta directiva del Congreso y cada palabra del presidente de la república. La decepción tiene razón de ser. El cansancio y la desesperación también.
No se logró avanzar en las reformas constitucionales que aseguraban el fortalecimiento y la autonomía de la justicia. Las reformas electorales son hoy por hoy un juego de relevos, y la comisión de asuntos electorales se adelanta y llega con su propuesta al pleno mientras el Tribunal Supremo Electoral, con mayor respaldo ciudadano y una propuesta técnica interesante, llega tarde a la misma comisión legislativa. Buenos funcionarios han dejado de serlo por principios o por presiones. La plaza no está pasando su mejor momento. Después de una problematización crítica inicial y poco dialogante al final, los sectores de derecha aprovecharon los argumentos de aquellos que vieron que el tacuche nos había quedado grande a quiénes participamos de una u otra manera. Así, no ganamos ni siquiera el símbolo.
Pero no es cierto que lo perdimos todo. Cuando el foco del medio de comunicación se apagó, cuando el parque central atestado dejó de ser foto de portada de los perfiles del Facebook, otro tipo de trabajo comenzó. Hubo quien regresó a sus colectivos y a sus instituciones y quien entró y se salió generando una dinámica necesaria de organización: legitimando liderazgos, desconociendo prácticas, cuestionando, discutiendo el país. No se dejó de hacer. Aunque no todos los colectivos que nacieron en 2015 se mantuvieron y lograron trascender aumentando su número, creando demandas gremiales, sosteniendo la política de articulación y creando una ruta propia, se convirtieron en referente. Se convirtieron en la posibilidad de ser para otros. Ganamos unos espacios de encuentro: el 203 y el reconocimiento de muchos de un sistema político y de justicia en muchas comunidades indígenas, las aulas de una universidad privada en donde se quiere discutir el país, la Asamblea Ciudadana como respuesta a la crisis de agosto y septiembre del año pasado y el encuentro Cibaque, como muestra un botón. Y hubo quien peleó la AEU y ahora esta es de estudiantes, y no de mafias.
Es bastante lo que hemos perdido y no hemos transformado radicalmente las estructuras políticas y económicas, pero no hemos dejado de entender esto último como la razón de ser de nuestra acción política desde los espacios en los que nos encontramos. Nos sigue urgiendo y nos mantiene despiertos. No será mucho lo que ganamos, pero sabemos que el contexto y la realidad política nos han enseñado que no podemos hacer más si no hacemos lo que hemos venido haciendo.
Hoy está por disputarse uno de los procesos más importantes para la profundización de estos cambios. El fiscal general y jefe del Ministerio Público es la figura que ha permitido que se investiguen casos de corrupción. En 2019 deberá investigar los delitos electorales y será importante. Deberá mantener firme la justicia transicional y afrontar el reto de la criminalización de líderes comunitarios en un contexto de violencia preocupante. Sé que los esfuerzos de fiscalización y de señalar a los abogados que no tienen el perfil deben ser acompañados hoy por la ciudadanía. Debemos decir quiénes son esos seis abogados que deben integrar la nómina sobre la que escogerá el presidente. Debemos conocerlos y defenderlos. Esta vez, la elección no debe dejarse en manos de los abogados —decanos, presidente de la Corte Suprema de Justicia y dos representantes del Colegio de Abogados y Notarios—. Hoy más que nunca debe ser una elección de los ciudadanos. No confiamos en que en esas mesas se busque lo mejor para el país. Por lo tanto, no soltamos.
No podemos dejarnos en las aulas. No podemos dejar de ser críticos en las universidades. No podemos dejar de leernos cuando quieren cerrar los espacios. No podemos dejar de sentarnos a la mesa y escucharnos. De «reconocernos», diría un buen amigo. Debemos pensar ya el largo plazo y los escenarios de final de año, de 2019, de 2013. No podemos retroceder.
No, no lo hemos perdido todo. Necesitamos toda la fuerza, la mayor cantidad de voces conscientes. Necesitamos ir adonde se reúna la comisión de postulación. Debemos dar uno, dos, cuatro, seis nombres. Debemos exigir a los mejores candidatos y a los más valientes. Aunque no es la última batalla y no resolverá todos los problemas del país, no podemos perder el lugar desde el cual, desde hace ocho años, se ha visualizado una nueva sociedad.
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