El sufrimiento de Gaza nos interpela a todos porque somos humanos. Y es allí, en la condición humana de la población palestina y su sufrimiento, donde se afinca la imposibilidad de avalar las acciones del Estado israelí que ha llevado a cerca de dos millones de personas, arrinconadas en la franja de territorio a estar en peligro de muerte. Muchos intentan dar explicaciones de índole histórica o ideológica, pero no puede existir justificación para negar el derecho a la vida y la dignidad a un grupo humano. Si lo hacemos, toda la humanidad queda degradada a una condición de objeto de la geopolítica y de los intereses en el oscilante juego de la historia. Nada más peligroso para nosotros, los ciudadanos que formamos el amplio cuerpo de los pueblos del mundo. La línea que no debe nunca atravesarse es justificar un genocidio o los crímenes de lesa humanidad.
A lo largo de los años, la historia del pueblo palestino se ha convertido en una pesadilla atroz, pues la política del Estado israelí ha venido ejerciendo un sistema de opresión cada vez más implacable. A partir de octubre del 2023, Gaza ha sufrido bombardeos que han equiparado los más encarnizados de la Segunda Guerra Mundial en áreas densamente pobladas. Se han borrado familias enteras, sin distinción entre combatientes y civiles. El fósforo blanco fue utilizado en áreas residenciales, a pesar de estar prohibido por las reglas internacionales. Los informes de entidades independientes como la Organización de Naciones Unidas, Amnistía Internacional, Human Rights Watch, la Corte Internacional de Justicia y la Corte Penal Internacional, han denunciado la comisión de crímenes de lesa humanidad por parte del ejército israelí en contra de la población civil.
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Efectivamente, se ha documentado el intento de exterminio mediante la privación intencional de agua y recursos esenciales. Israel ha cortado el acceso al agua potable y saneamiento a Gaza desde octubre del 2023, causando miles de muertes por deshidratación, enfermedades y hambruna. Actualmente, los suministros que llegan del exterior han sido detenidos por el ejército de Israel que no permite que sean distribuidos. La hambruna se ha impuesto. Esto ha sido considerado por las agencias internacionales como un castigo colectivo que equivale a un crimen contra la humanidad. El sistema de salud ha sido atacado como un objetivo de guerra, se ha aprisionado y torturado a personal médico y sanitario. Se ha negado atención a civiles, niños y neonatos.
Aparte de las amenazas directas en contra de la vida, el Estado de Israel ha destruido más del 90% de las escuelas y universidades de Gaza, destruido más de la mitad de los centros religiosos y culturales, matando a civiles que se refugiaban en ellos. Este tipo de crímenes va dirigido en contra de la identidad y el derecho de un pueblo a su sobrevivencia como tal.
La crueldad de las acciones ha tomado un cariz particularmente degradante en las prisiones arbitrarias de miles de palestinos, incluyendo niños que son detenidos sin cargos, sometidos a tortura, violaciones sexuales y tratos inhumanos en los centros de detención. También se ha ensañado en contra de los periodistas que cubren el conflicto. Solamente en los primeros meses del conflicto, alrededor de 100 reporteros fueron asesinados, a pesar de estar plenamente identificados como prensa.
No hay que olvidar que el pueblo palestino ha sufrido más de 17 años las penurias de vivir bajo una situación de segregación, considerada por agencias internacionales como un régimen de apartheid y que, en lugar de hallar soluciones racionales para esta ignominia, la comunidad mundial fracasó al no lograr consenso para el reconocimiento básico de que el pueblo palestino tiene derecho a existir, contar con un territorio y autodeterminarse. La ausencia de consenso en un tema tan delicado para la humanidad ha tenido como resultado que hoy estemos frente a un panorama que desafía la validez del orden jurídico, incapaces de frenar los crímenes y que permite la impunidad al Estado de Israel frente a las graves violaciones al derecho internacional mediante un silencio cómplice.
La situación del pueblo palestino, particularmente de los habitantes de Gaza, nos devuelve a la necesidad ética de reconocer que no existen pueblos que tengan mayor o mejor derecho a vivir y desarrollarse que otros. Establecer diferencias de valor entre los humanos es la raíz venenosa de la violencia y la opresión. Ninguno es idéntico a otro, tampoco los pueblos lo son. Pero esta diferencia jamás puede justificar la estigmatización y demonización. Y, menos aún, la aniquilación de un pueblo por la conveniencia de una expansión territorial donde la existencia del «otro» estorba.
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La diferencia entre los humanos merece un respeto ético insoslayable. Y he allí la importancia de evolucionar hacia una condición que nos permita convivencias pacíficas con la diferencia y la pluralidad que son inherentes a la diversidad humana. Ninguna diferencia es obstáculo para construir soluciones compartidas a los problemas, cuando existe voluntad política, respeto a la dignidad intrínseca de todo ser humano y la convicción de que la paz es un valor irrenunciable.
Porque las aberraciones de los crímenes en contra de la humanidad no destruyen solamente a las víctimas. De una manera particularmente perversa, contaminan y dañan también la integridad del victimario y a la comunidad humana entera. Actualmente, vemos a millones de personas movilizarse como muestra de repudio ante el sufrimiento palestino porque el dolor humano nos daña y nos toca a todos. La esperanza es que nunca deje de importarnos. Que jamás lo normalicemos o hallemos formas de justificarlo porque eso sería el fracaso más penoso de lo que llamamos «civilización».
Nuestra solidaridad con el pueblo palestino es un profundo acto de reconocimiento de la dignidad humana. Este reconocimiento exige una condena rotunda a los actos impunes del Estado de Israel que han sido señalados como crímenes de lesa humanidad e incluso intención de exterminio. Llamamos al liderazgo político en Guatemala y a nivel mundial a sumarse a las acciones necesarias para ejercer su representación de manera tal que demuestren su compromiso con los deberes para la humanidad implícitos en su mandato. Israel no puede ser inmune a las normas de derecho internacional y contar con carta blanca para suprimir a un pueblo.
Este llamado es urgente. A lo largo de este conflicto, se ha impuesto sobre una población de más de dos millones de personas el desplazamiento forzoso, mediante órdenes de evacuación, ataques a zonas civiles y destrucción masiva de viviendas. La más reciente orden de evacuación se produjo este martes, al declarar la ciudad de Gaza como «zona de combate peligrosa» lo que convierte a cualquier habitante en objetivo de guerra. Que se ordene a todos abandonar esta ciudad nos advierte acerca de la magnitud de la masacre que está a punto de comenzar. Detener esta tragedia es una responsabilidad colectiva.
Desde la invasión de la franja de Gaza, todos los habitantes se convirtieron en blanco de los cazas, drones, cañones y tanques israelíes en una trasgresión flagrante al derecho internacional. A la fecha hay más de 64 mil asesinados, de ellos 18 mil niños. ¿Cuántos más serán suficientes para provocar la acción de quienes pueden evitarlo?
Nuestro corazón con Gaza.