En Guatemala y en América Latina, las ciudades intermedias pueden convertirse en verdaderos puentes de articulación: entre lo rural y lo urbano, entre lo local y lo global, entre el crecimiento cuantitativo y la calidad de vida. Pero para que este discurso no se quede en la retórica, hay que mirar con atención qué está ocurriendo en 2025.
Primero, el contexto demográfico y económico exige una transformación profunda. Hoy Guatemala supera el 55 % de población urbana, pero sin que la mayoría acceda a vivienda digna, transporte eficiente o empleo formal. Las grandes ciudades continúan absorbiendo flujos migratorios internos, mientras las condiciones de vida se precarizan. En este escenario, las ciudades intermedias representan una oportunidad de reequilibrio territorial: pueden ofrecer entornos más asequibles, con mejor calidad ambiental y una escala humana que favorezca la cohesión social y la identidad local.
Segundo, el enfoque de planificación ya no puede limitarse a «más infraestructura», sino que debe centrarse en mejores capacidades institucionales y gobernanza democrática. Las ciudades intermedias necesitan marcos de gestión que regulen su crecimiento, fortalezcan la participación ciudadana y distribuyan equitativamente los beneficios de la conectividad, los servicios públicos y el empleo. Sin gobernanza territorial y sin justicia socioambiental, cualquier inversión urbana corre el riesgo de reproducir los mismos patrones de desigualdad y desplazamiento que aquejan a las grandes urbes.
[frasepzp1]
Tercero, la regionalización del país adquiere una nueva urgencia. En 2025 no basta con sostener la capital como motor económico: es imprescindible activar redes urbanas intermedias, corredores productivos y vínculos sólidos con los territorios rurales. La política pública debe priorizar a estas ciudades como nodos de transformación social, capaces de generar oportunidades, conocimiento y resiliencia local. Para ello, la incidencia política y la participación ciudadana son condiciones esenciales, no complementos.
Para que esta visión trascienda el idealismo, tres desafíos se vuelven decisivos:
-
Nombrar con precisión para transformar. Antes de planificar, debemos definir con claridad qué es una ciudad intermedia. ¿Cuáles son sus umbrales demográficos, económicos y de conectividad? Mientras persista la ambigüedad, los recursos continuarán concentrándose en las metrópolis o dispersándose en proyectos inconexos. Nombrar bien es el primer acto político de transformación.
-
Gobernar con justicia territorial. Las ciudades intermedias deben convertirse en espacios de equidad y bienestar, con instituciones que atiendan a las poblaciones más vulnerables y garanticen derechos básicos: agua, suelo habitable, transporte digno y participación efectiva. Solo así podrán ser territorios con justicia socioambiental y no simples plataformas de inversión.
-
Proyectar con identidad y sentido. No se trata de replicar el modelo de ciudad grande en pequeño, sino de diseñar intervenciones que dialoguen con el contexto: su industria, cultura, movilidad y paisaje. Desde la academia pueden surgir aportes —como los talleres sobre metabolismo urbano— que traduzcan conocimiento en prototipos y políticas replicables, capaces de inspirar un nuevo proceder del habitar.
En el marco del III Simposio Internacional «Luz, cámara, acción: Ciudades Intermedias de Latinoamérica y el Caribe», impulsado por la Universidad Rafael Landívar (Campus Quetzaltenango) junto con gobiernos locales y redes de investigación, esta agenda se vuelve acción. La propuesta: construir una metodología compartida para diagnosticar, experimentar y aprender desde los territorios.
Si Guatemala aspira a un futuro más justo y equilibrado, las ciudades intermedias no pueden seguir en el segundo plano. Deben asumirse como laboratorios vivos de innovación urbana y ciudadanía activa, espacios capaces de acercarnos al horizonte del buen vivir.
En 2025, la pregunta no es si invertimos en ciudades, sino en qué tipo de ciudades queremos vivir y construir: aquellas que multiplican desigualdades o las que promueven bienestar, identidad y oportunidades.
El rumbo está trazado: nombrar, articular y actuar. Solo así las ciudades intermedias dejarán de ser un eslogan para convertirse en una auténtica veta de transformación territorial.
Más de este autor