En Xela, Julio toma un bus extraurbano en la madrugada para llegar a su trabajo al mercado La Democracia. El pasaje le resulta accesible, pero nunca sabe si regresará con vida. El exceso de velocidad, los choferes exhaustos y el estado de los vehículos son parte de la rutina. «Uno viaja encomendado a Dios», confiesa.
Ambas escenas resumen una verdad incómoda: nuestras ciudades no están diseñadas para mover personas, sino para desplazar vehículos. Y el resultado es un sistema frágil, riesgoso e ineficiente, donde cada decisión individual es una apuesta diaria entre tiempo, dinero y seguridad.
El diagnóstico es claro
En las últimas dos décadas, Guatemala ha visto un crecimiento explosivo del parque vehicular. En la capital, el tránsito colapsa con frecuencia: los viajes que deberían tomar veinte minutos consumen hasta dos horas en hora pico. En Quetzaltenango, el crecimiento del parque vehicular —incluido el incremento acelerado de motocicletas— ha rebasado la capacidad de las calles estrechas del centro histórico y los accesos saturados.
El fenómeno de las motocicletas merece atención aparte: su número se ha multiplicado porque representan un escape económico frente a la gasolina, los impuestos y el tiempo perdido en el tráfico. Sin embargo, ese «escape» tiene un costo muy alto: la tasa de accidentes y muertes en moto se ha convertido en una de las principales emergencias de Salud pública, tanto en la capital como en las ciudades intermedias.
A eso se suma la crisis de los buses extraurbanos, que a diario protagonizan accidentes graves. La falta de controles efectivos, el exceso de competencia por pasaje, los vehículos en mal estado y la ausencia de regulación moderna han hecho del transporte interurbano una tragedia constante.
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En este panorama, lo más preocupante es la ausencia de un sistema integral de transporte público confiable. La capital, con todos sus problemas, al menos ha comenzado a ensayar alternativas: la expansión del Transmetro, los proyectos de Aerómetro y Metroriel, y algunas ciclovías en zonas específicas. Pero estas iniciativas, aunque necesarias, despiertan la pregunta incómoda: ¿serán suficientes? ¿Resolverán de verdad la movilidad o apenas trasladarán el cuello de botella de un punto a otro?
En Quetzaltenango, la situación es todavía más crítica: la municipalidad no ha articulado un plan sólido. Las ciclovías impulsadas por colectivos ciudadanos son valiosas, pero sin apoyo institucional ni continuidad se quedan en esfuerzos aislados. Mientras tanto, la ciudad se congestiona cada día más y el transporte público es visto, en general, como la última opción.
No se trata de carros ni buses: se trata de personas
Una confusión frecuente en el debate sobre movilidad es pensar en términos de vehículos: «más buses», «más carros», «más motos». Ese enfoque nos condena a competir por espacio en calles que ya no dan más. Lo urgente es cambiar la perspectiva: las soluciones deben diseñarse para mover personas, no para multiplicar máquinas.
¿Cómo se traduce esto en propuestas sencillas y pertinentes?
- Transporte público que funcione para la mayoría
- En Ciudad de Guatemala: mejorar la cobertura y frecuencia del Transmetro, y que los proyectos de Aerómetro y Metroriel no se conviertan en burbujas aisladas, sino que se integren en una red unificada con un solo sistema de pago.
- En Quetzaltenango: el desafío es más modesto pero crucial: modernizar los buses urbanos, garantizar rutas confiables y considerar un sistema con horarios definidos. La gente no necesita lujo, necesita certeza: saber que el bus llegará y que no arriesga la vida al subir.
 
- Seguridad primero
- Los accidentes de buses extraurbanos y motocicletas son una epidemia silenciosa. Hace falta regulación efectiva: controles de velocidad, inspecciones mecánicas reales y sanciones aplicadas. La seguridad vial no es un «extra», es el corazón de cualquier política de movilidad.
 
- Espacio público para moverse mejor
- En la capital, reducir el estacionamiento en calles principales y habilitar corredores para transporte público y bicicletas puede aliviar la congestión.
- En Xela, una red sencilla de ciclovías conectadas —no tramos inconexos— podría ofrecer una alternativa real, siempre que se complemente con campañas de cultura vial y con apoyo municipal.
 
- Pensar intermodalmente
 No existe un único medio de transporte perfecto. Lo que funciona es la combinación: caminar + bus, bicicleta + bus, Transmetro + Aerómetro, etc. En Quetzaltenango, por ejemplo, se puede fomentar el uso de bici para distancias cortas dentro del casco urbano y buses para los trayectos largos hacia municipios vecinos.
- Cambiar la mentalidad
 Este es el punto más difícil y necesario. Mientras sigamos creyendo que cada familia necesita un carro o una moto para sobrevivir, seguiremos reproduciendo el círculo vicioso de congestión, contaminación y accidentes. Cambiar la mentalidad significa aceptar que la movilidad colectiva es más eficiente y justa.
¿Qué nos queda?
Ni la ampliación de carreteras ni los proyectos aislados resolverán el tráfico por sí solos. Las soluciones deben ser integrales y humanas. Para la capital, los grandes proyectos de transporte pueden ser un paso, pero si no van acompañados de políticas que regulen el uso del automóvil y que prioricen a peatones y ciclistas, la congestión seguirá igual. Para Quetzaltenango, la clave está en dar pasos pequeños pero concretos: reorganizar el transporte urbano, crear condiciones seguras para la bici, y recuperar la confianza en lo público.
El costo de no hacer nada no se mide solo en tiempo perdido. Se mide en vidas. Cada motociclista fallecido, cada bus que se precipita en una curva, cada familia atrapada tres horas en el tráfico es un recordatorio de que este modelo no funciona.
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La buena noticia es que hay alternativas. En muchas ciudades del mundo —y también en algunas latinoamericanas— se ha demostrado que es posible reducir el tráfico, mejorar la seguridad y devolver tiempo a las personas. Pero todo comienza con una decisión política y cultural: poner a las personas en el centro de la movilidad, no a los vehículos.
Andrea, que viaja en moto, quisiera sentirse segura en la ciudad. Julio, el pasajero del bus extraurbano, solo espera regresar con vida a casa. Sus historias deberían ser suficientes para recordarnos que no se trata de mover carros, sino de garantizar derechos humanos básicos: el derecho al tiempo, a la seguridad y a la ciudad.
Hasta que no aceptemos eso, seguiremos condenados a vivir atrapados entre bocinas y excusas.
 
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