Consistente con los ejemplos históricos, los intentos fallidos de magnicidios fortalecen a la víctima, especialmente si se trata de un político histriónico y mediático.
El sábado pasado el expresidente y precandidato presidencial estadounidense Donald Trump sufrió un atentado, en el que un tirador intentó asesinarlo. Trump sufrió solamente una herida leve en su oreja derecha, fue evacuado caminando por sí solo, los medios reportan que, ...
El sábado pasado el expresidente y precandidato presidencial estadounidense Donald Trump sufrió un atentado, en el que un tirador intentó asesinarlo. Trump sufrió solamente una herida leve en su oreja derecha, fue evacuado caminando por sí solo, los medios reportan que, aparte de esa herida, está bien.
Siendo una figura muy mediática y el virtual candidato del Partido Republicano en las próximas elecciones presidenciales estadounidenses, la noticia sacudió al mundo. La imagen más difundida es la de un Trump con el rostro ensangrentado, desafiante, con el puño derecho levantado que, pese a su edad, luce fuerte y sobreviviente de las balas asesinas que le rozaron muy cerca. En videos se alcanza a leer en sus labios que, además de levantar el puño, grita «Figtht!» (¡Luchen!).
En pleno fragor de la campaña electoral, estas imágenes de un Trump fuerte y desafiante, sobreviviente de un intento de asesinato, contrastan con las del presidente Biden, a quien se le ve anciano y débil, pese a que ambos tienen prácticamente la misma edad: Trump tiene 78 años y Biden 81 años. No son solo esos tres años de edad lo que está haciendo la diferencia, sino las percepciones que la imagen que cada personaje genera.
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Y, de manera similar a ejemplos históricos de magnicidios fallidos, como los atentados en contra de Adolfo Hitler el 20 de julio de 1944, o el de Ronald Reagan el 31 de marzo de 1981, el incidente tiene el efecto de fortalecer a la víctima sobreviviente. Ya sondeos rápidos y otras mediciones preliminares reflejan que este atentado fallido está favoreciendo políticamente a Trump y, si Biden no renuncia a su candidatura y las cosas siguen como van, la probabilidad de que el Partido Demócrata sufra una derrota aplastante ante Trump es cada vez más alta.
Normalmente, para Guatemala, y para el resto de Centroamérica, estos vaivenes de la política estadounidense serían un asunto ajeno y relativamente lejano. Pero estamos claros de que no lo es, y ya unos, la derecha extrema y los opositores más agresivos al gobierno del presidente Arévalo celebran la virtual victoria de Trump. Otros, la izquierda, el centro, y quizá hasta la derecha moderada, y muy especialmente los simpatizantes de Arévalo, expresan horror y mucho temor ante un posible golpe de péndulo con Trump de vuelta en la presidencia estadounidense a partir de enero de 2025.
Ambas reacciones evidencian una muy importante debilidad estructural de los regímenes democráticos en toda Centroamérica. Pero, quizá, el caso más agudo sea el guatemalteco, toda vez se le atribuye a la administración del presidente Biden una influencia excesiva, si no injerencia, durante el proceso electoral de 2023, la transición que culminó con el cambio de gobierno en enero de 2024 y la conformación de una alianza oficialista en el Congreso de la República. La evidencia es lo incómodo que para muchos resulta la pregunta: sin la influencia o la injerencia del gobierno estadounidense, ¿Arévalo hubiera asumido el poder?
La respuesta que demos a esta pregunta es una medida de la importancia y el tipo de consecuencias que para Guatemala tendrán incidentes como este atentado fallido en contra de Trump. La prudencia y la estrategia quizá marquen como urgente la necesidad de que el gobierno del presidente Arévalo ajuste su relación con Estados Unidos, con el objetivo de lograr una relación más equilibrada e institucionalista con demócratas y republicanos. Esto porque, si como hoy parece más probable, Trump gana y es reelecto, no sea un escenario de horror con consecuencias nefastas.
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