Contemplación a los restos de una ballena

Nadie sabe cómo llegó, solamente apareció y ya, la vida  arrastrando aquello que queda después de la existencia; sigo detenidamente a través de mi celular la transmisión en vivo qué permite ver la espuma del mar, arena volcánica y a la ballena. Siempre me han cautivado estos  colosales seres marinos que generalmente pasan su vida emitiendo cantos para encontrar a otro ser de su misma especie y así reproducirse para que  al final mueran en solitario.

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Una ballena muerta reposa en la orilla de la playa, su reflejo se dibuja en los ojos de aquellos que observan, seres que algún día también descansarán: esa es la única certeza. La muerte es difícil de explicar; su cuerpo fuera del agua es gris y de a poco las aves y otros animales empiezan a sentir la descomposición de sus restos que ahora serán alimento. Imagino a  esa misma ballena surcando aguas profundas, saltando en el océano para luego volver a sumergirse. Los ojos de la ballena se secaron y ahora no ven nada, perlas carcomidas por las gaviotas, la luz atravesando los restos de algo que fue, lo vuelvo a pensar: luz atravesando los restos de algo que fue.

La humanidad en su infinito ego y sus ideas antropocéntricas han subestimado otras formas de vida con la que compartimos este planeta que hoy se cae a pedazos.  Se ha minimizado la idea de vivir en formas culturales que sean sensibles y respeten la existencia en su máxima interpretación, el cuerpo de una ballena es solo eso: restos.

Quien transmite por TikTok lleva más de dos horas emitiendo la imagen sin mencionar ni una sola palabra, aquel silencio —su silencio— me parece conmovedor, es un llanto, un llanto de tristeza, un llanto recogido por un celular. Solo se escucha el mar y voces a lo lejos, empieza a caer la noche y aquella persona decide terminar su ejercicio de memoria —si es posible por esas plataformas—  mi pantalla se queda en blanco y seguidamente el algoritmo me muestra otra transmisión de algo sin importancia.

Ya no vuelvo a saber nada de los restos de la ballena, ahora es olvido; viene a mi mente aquella cita esplendorosa de Raúl Zurita que dice: «Frente a la posibilidad de que Dios si exista, estas no son otras cosas que pequeñas muestras de la única libertad que ese Dios parece hasta ahora dispensarnos: la libertad de llorar o no llorar».