Desde que asumió la Presidencia de la República, Bernardo Arévalo ha destituido a una decena de funcionarios, sin tomar en cuenta las de los nombrados en los gobiernos anteriores. Algunos, notables por los numerosos y graves cuestionamientos y señalamientos de corrupción, como Alejandra Carrillo en el Instituto para la Asistencia y Atención a la Víctima, o Francis Argueta en la Dirección de Aeronáutica Civil, entre otros.
Entre las y los funcionarios que habían sido nombrados por el propio Arévalo, o sobre quienes no pesaban señalamientos tan graves, destacan las destituciones: el 17 de mayo, de Jazmín de la Vega, ministra de Comunicaciones, Infraestructura y Vivienda; el 10 de mayo, de Luis Ayala Vargas, viceministro de Energía y Minas, a cargo del área de minería e hidrocarburos; el 6 de mayo, de Carlos Antonio Medina Juárez, jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional; el 29 de abril, de Edvin Danilo Mazariegos, viceministro de Energía y Minas, a cargo del área de desarrollo sostenible; el 9 de abril, de Estuardo Solórzano Rivera, gobernador de Quiché; el 7 de abril, de María José Iturbide, ministra de Ambiente y Recursos Naturales; el 21 de marzo, de Mauricio Boanerje Saza Vásquez, gobernador suplente de Izabal; y, el caso especial de Anayté Guardado, quien fuera designada como ministra de Energía y Minas, pero declinó, incluso antes de la toma de posesión del 14 de enero.
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Para ver y entender tantos cambios y en tan poco tiempo aplica la alegoría del vaso medio lleno o medio vacío. Desde la perspectiva del vaso medio vacío, el Gobierno del presidente Arévalo evidencia que carecía de cuadros suficientemente preparados y experimentados, por lo que integró su gabinete con personas que, inevitablemente, en poco tiempo cometieron errores o, incluso, ilegalidades. Además, la carencia de cuadros propios les obligó a mantener en el cargo a funcionarios de administraciones anteriores, quienes era previsible que no congeniaran con la visión del nuevo gobierno o no eran probos, y con ello, también en poco tiempo fallaron. En esta visión, el de Arévalo es un gobierno débil, y que poco a poco evidencia dificultades severas para ser efectivo y producir los resultados que la ciudadanía, y su electorado en particular, le exige.
Desde la perspectiva del vaso medio lleno, el gobierno del presidente Arévalo está demostrando capacidad para cumplir con lo prometido: no tolerar abusos ni la corrupción. Así, no importando si se trata de un cuadro orgánico del partido Movimiento Semilla, si es un funcionario de administraciones anteriores o un académico de alta graduación, o cualquier otra condición o situación, si un servidor público comete un error grave o una ilegalidad, es destituido. En esta visión, el de Arévalo es un gobierno fuerte, que poco a poco está cimentando las bases para empezar un proceso de saneamiento de la institucionalidad del Estado.
Cada una de estas visiones tiene una cuota de validez, y se espera que el presidente y su equipo las analicen, con un inteligente e imprescindible sentido de autocrítica. Este es un factor clave, pues en gran medida el éxito o fracaso de la administración de Arévalo dependerá de cuál de las dos visiones es la que prevalece.
Como ganancia, poco a poco va quedando claro que la tarea de ser ministro o funcionario es un desafío enorme, más si se ha de ser probo y honesto. La gran oportunidad que tiene el Gobierno es mejorar con cada cambio. Debe procurar que cada funcionario nuevo sea mejor en términos de conocimiento, experiencia y probidad.
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