En uno de sus últimos podcasts, TanGente invitó al periodista y analista político, Enrique Naveda, y al politólogo, Edgar Gutiérrez Aiza, para conversar sobre el estado de la democracia en Guatemala. Además, sobre algunas estrategias y claves para la acción que la sociedad civil o la oposición pueden utilizar para enfrentar la creciente erosión del sistema democrático frente a coaliciones mafiosas y corruptas (y la voracidad golpista, como diría Idulvina Hernández). Porque con el deterioro o el quiebre del sistema, lo que está en juego con estas maniobras perversas son los derechos y avances legales y socioeconómicos adquiridos como resultado del contrato social para el bienestar común, y no solo para un puchito de gente. 
Al oír a Naveda y Gutiérrez Azia, no puede uno evitar pensar en la rápida erosión democrática que también está sufriendo Estados Unidos al inicio de este segundo mandato Trump. Precisamente, el consejo editorial del New York Times consagra un artículo en el que se preguntan si los estadounidenses están perdiendo la democracia. Delinean 12 características de los regímenes autoritarios que parecen estar haciendo mella en este país. 
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Gutiérrez Aiza menciona que el autoritarismo o golpe al régimen democrático no es rápido ni violento como en el pasado, con las juntas militares. El caso de Bukele en El Salvador es el mejor ejemplo. Sin embargo, en Estados Unidos, este no parece ser el caso. De acuerdo al NYT, 1) sofocar el disenso y la libertad de expresión, 2) perseguir judicialmente a la oposición, 3) neutralizar al Congreso, 4) el uso del ejército para el control interno, 5) desafiar el mandato de las cortes de justicia, 6) la declaración del estado de emergencia, 7) vilipendiar a grupos minoritarios (entre ellos los inmigrantes), 8) el control de la información y de los medios, 9) el ataque a las universidades, 10) el culto a la personalidad, 11) el tráfico de influencias y 12) la manipulación de la ley, son signos de una notoria y preocupante erosión democrática. Mientras que a Bukele le tomó varios años asentar un golpe mortal a la democracia en su país, el autoritarismo de Trump avanza a pasos acelerados en menos de un año. 
Del análisis de la frágil democracia guatemalteca, me llama la atención que los principios mínimos de la democracia a los que alude Gutiérrez Azia (elecciones transparentes y confiables, alternancia pacífica del poder, acceso al voto, competición abierta) son otros de los aspectos no detallados por el NYT, pero que también preocupan grandemente a los ciudadanos. Muchos se preguntan si las elecciones de medio periodo el año entrante se llevarán a cabo, cuando la correlación de fuerzas en el Congreso podría cambiar en contra de los trumpistas.
De allí que revisar las estrategias que proponen los analistas podrían también servir de este lado del Río Grande. Si la actual administración parece haber tomado nota de las perversiones del sistema en países como Guatemala para elaborar su propia cleptocracia y caquistocracia, también es posible que la sociedad civil y la oposición puedan comparar notas con algunas de estas estrategias y buscar esos umbrales y quiebres para limitar las intentonas golpistas de Trump y sus secuaces. Algunos textos que pudieran servir se refieren a la comunicación política, momentos de cambio de estrategia y objetivos, y menos poder económico y más democracia. 
Quisiera creer que, a diferencia de democracias más jóvenes y menos asentadas como la guatemalteca, la democracia estadounidense no vacila en una sociedad superfragmentada y con partidos superatomizados. Me parece que todavía se pueden armar coaliciones efectivas con élites que gozan de solvencia y prestigio, las que en su momento podrían desafiar y combatir estratégicamente, dentro de los canales institucionales, la miopía visceral del trumpismo, reflejada hoy en la destrucción de uno de los símbolos más patentes de la democracia estadounidense: la Casa Blanca. Ojalá estemos a tiempo, antes de que las destrucciones sean totales.
 
 
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