Por un lado, el genocidio de la población palestina por parte del gobierno israelí, y por el otro, el lento, pero seguro descenso de EE. UU. hacia un régimen totalitario donde el chivo expiatorio son los inmigrantes indocumentados. Eso sí, supongo que Arendt estaría totalmente demolida pensando que los líderes políticos no han aprendido nada y se olvidaron muy rápido de tanta crueldad y arbitrariedad. Que han normalizado su actuar para su propia conveniencia y sobrevivencia pues se saben amparados por una impunidad que será garantizada por la cooptación de un sistema a su medida.
[frasepzp1]
Luego del juicio en Israel contra el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann, la pensadora revisó su tesis previa sobre el mal y acuñó el concepto de «la banalidad del mal» para explicar que los actos de Eichmann fueron monstruosos, pero la consistencia de las respuestas del nazi durante el juicio —una vez fuera de su rango, rutina y ámbito militares— mostraban al responsable «como un tipo corriente, del montón, ni demoníaco ni monstruoso». Según Arendt, los peores crímenes pueden surgir «de una falta cruel de pensamiento, de una conciencia apagada, incapaz de juzgar correctamente una situación». Los actos no son banales, sino que la falta de reflexión conduce a personas ordinarias, a efectuar actos monstruosos.
El mal y la crueldad ejercidas por el gobierno israelí en Gaza no tienen parangón. Como no tienen comparación el exterminio judío del régimen nazi, o el genocidio en Guatemala, el de Ruanda, o el de los rohinyás en Birmania. Cada uno de ellos posee sus propias características, contextos y actores, con el patrón común de que estos deleznables actos son cometidos por agentes estatales que sistemáticamente deshumanizan al otro. La semana pasada, se declaró oficialmente que existe hambruna en Gaza. La ciudad, de por sí ya casi destruida en su totalidad, seguirá cobrando la vida de miles de niños y niñas; a tal punto que algunos de ellos han expresado que quisieran morir para poder comer en el cielo. El primer ministro Netanyahu aduce que la hambruna no es una política de su gobierno, pero los ingredientes están allí para quien quiera verlos: planificación, destrucción parcial de un grupo étnico, desplazamientos de población civil. Si esto no es una política de Estado y si esto no es genocidio, no sé qué más pueda ser.
En Estados Unidos, las políticas de deshumanización y persecución de inmigrantes —en su mayoría latinoamericanos, pero también de otras latitudes— y esa permanente criminalización a la que están expuestos muchos trabajadores indocumentados, es pan de cada día. Si bien las políticas de deportación y las redadas han existido bajo administraciones demócratas y republicanas, bajo la administración Trump 2.0., las prácticas terroristas para que agentes encapuchados de migración llenen cuotas de aprehensión irrisorias, y las medidas para que la gente se vea compelida a su autodeportación y la separación de familias, están destruyendo nexos y cuidados inherentes al bienestar y prosperidad de muchas comunidades tanto inmigrantes como locales. Obviamente, no estoy comparando este tipo de crueldad y terror con el crimen de crímenes, pero muchos han equiparado la magnitud de las redadas con desastres naturales como un huracán o tornado, por el nivel de destrucción física y emocional que producen (en escuelas, negocios, centros de salud, vecindarios, lugares de trabajo, etc.), y los planes de atención y rescate de la comunidad de acogida para reconstruir el tejido social.
Arendt quizás no sabría cómo, en la era de la posverdad, las redes sociales servirían para hacer de la crueldad y la maldad un arma que denigra todavía más al ser humano; al mismo tiempo que, oh paradoja, se desarrollan tecnologías de inteligencia artificial con el potencial de que muy pronto lleguen a pensar y hasta «sentir» al igual que un ser humano. Me cuesta, sin embargo, creer que la IA vaya a venir dotada con un chip de objeción de conciencia que la haga menos banal que los programadores que la fabrican bajo el mando de poderosas firmas e intereses.
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