Algo de lo que nos dejó la Filgua 2025

La Filgua, con sus docenas de actividades diarias alrededor de la lectura, se convierte por trece días en el epicentro principal de la creatividad y un espacio de libertad para las ideas y, por ende, la formación de ciudadanía. A la vez, es un significativo motor de emprendimiento y desarrollo editorial y comercial.

Nada como la lectura para despertar la curiosidad que tanto hace falta en este mundo cada vez más dominado por los celulares y juegos electrónicos; para forjar un espíritu crítico, blindarse de tanta superficialidad en las redes y estar bien armados en un nuevo mundo de la posverdad. Los libros sirven para tender puentes de entendimiento y empatía, especialmente cuando hay fuerzas que, desde las cloacas o desde los altos cargos, buscan dividirnos.

Este año Filgua cumplió 25 años. Me he perdido prácticamente todos los eventos por vivir fuera de Guatemala, pero siempre le he dado seguimiento desde la distancia con mucho interés y emoción. A pesar de los vaivenes y caprichos políticos de las últimas dos décadas y media en el país, la Filgua ha sabido constituirse poco a poco en una institución, en un referente para el país, la región y el mundo. Cada vez se vuelve más grande y popular. Me atrevería a decir que se encuentra ya en la misma liga que otros eventos literarios de renombre en la región, como la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL).

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Como sabemos, este año el país invitado fue España, y la agasajada fue la socióloga guatemalteco-española Marta Elena Casaús, a quien he leído desde joven, y a quien tuve el placer de escuchar en muchas oportunidades a finales de los noventas e inicios de siglo. Para quienes se perdieron su homenaje o alguna actividad con ella en estas fechas, su entrevista en TanGente y en Plaza Pública son muy propicias. Es lamentable pensar que han debido pasar un par de generaciones para que el tema del racismo histórico y estructural en Guatemala, como base de la dominación económica en el país, sean por fin ventilados públicamente, sin tapujos, sin pelos en la lengua, y sin que esto cause la magnitud de violencia como la que vivimos décadas atrás por señalar precisamente estas taras de la sociedad guatemalteca, las que lamentablemente siguen vigentes.

A la par de la visita de la escritora española Irene Vallejo que hemos conocido a nivel planetario por su libro El infinito en un junco y que se robó el corazón de los lectores guatemaltecos en la feria, también destaco el homenaje al escritor y poeta Francisco Morales Santos, que contó con la participación de dos Premios de Literatura, las poetas Carmen Matute y Delia Quiñónez. Esta es una generación de la «vieja guardia», como dirían los jóvenes, pero son voces esenciales y testigos vivos de tiempos recios, como diría Vargas Llosa, donde conjugar arte y creatividad libremente era peligroso. Parafraseando al otro autor guatemalteco, Julio Serrano, mientras sus padres hacían el amor, esta generación de escritores y poetas sobrevivían al terror y la violencia. Y con la angustia y tristeza de no volver a ver a los suyos, como en el caso del poeta Luis de Lión.

A sabiendas de que la democracia y la paz pueden ser fugaces y frágiles, hay que seguir fortaleciendo a la Filgua como un punto de encuentro ciudadano, como una manera de ir reconstruyendo el tejido social tan fracturado por la guerra y la corrupción, como un tanque de oxígeno cuando las fuerzas autoritarias y neo-fascistas acechan y vulneran cada vez más nuestras libertades y censuran el espacio de las humanidades.

¡Felicidades atrasadas a FILGUA, y que vengan al menos otros 25 años más!