Economía campesina y vida familiar: el motor silencioso del desarrollo local
Economía campesina y vida familiar: el motor silencioso del desarrollo local
En los discursos oficiales —y, por supuesto, también en los proselitistas— suele elogiarse el trabajo comunitario y campesino en la ruralidad del país. Sin embargo, las políticas públicas que lo respaldan son escasas o poco efectivas en la práctica. Un estudio realizado en 2007 muestra cómo los campesinos han pasado de ser considerados marginales a sujetos activos, y analiza aspectos como el cambio tecnológico, el ahorro, la acumulación y la diferenciación social. Aunque han pasado los años, lo que se reveló sigue siendo tan vigente como entonces. La rigidez de la economía y de la vida rural en Guatemala apenas ha cambiado. Por eso vale la pena volver sobre sus hallazgos.
En mayo de este año la Ministra de Agricultura, Ganadería y Alimentación, afirmó que la «agricultura familiar es un motor económico y social, porque genera autoempleo y genera un conjunto de acciones de desarrollo económico a nivel local, contribuyendo a reducir la migración y la inseguridad alimentaria».
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La Asociación para el Avance de las Ciencias Sociales publicó en 2007 un extenso trabajo que ofrece una visión global sobre las estrategias campesinas en el departamento de San Marcos, Guatemala, basada en una investigación de varios años. La publicación exploró los cambios en la economía productiva de las comunidades rurales, el análisis de las racionalidades campesinas desde las ciencias sociales, y se justificó la elección de San Marcos como área de estudio. También analizó el impacto de la macroeconomía y los sesgos anticampesinos en la viabilidad de las economías del campo.
La investigación reveló una verdad contundente: a diferencia de las empresas que persiguen ganancias, la economía campesina gira en torno a la vida misma. Su prioridad es sostener a la familia, asegurar alimento en la mesa y garantizar el acceso a lo más básico. Para lograrlo, las familias diseñan estrategias que les permitan organizar y aprovechar al máximo los pocos recursos que tienen a la mano. Es su manera de resistir, de avanzar, de intentar salir del puro sobrevivir y, con suerte, acumular algo.
Pero ese esfuerzo ocurre en un terreno hostil: escasean los empleos, los salarios son bajos, no existen políticas que impulsen el campo y, para colmo, la macroeconomía les da la espalda.
Entre las principales estrategias que identificó la investigación destacan:
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Pluriactividad y diversificación de fuentes de ingreso: Esta es una estrategia fundamental que implica la combinación de actividades agrícolas y no agrícolas. El texto la describe como un camino para aferrarse con todo a la vida, es decir, sobrevivir, o alcanzar la deseada acumulación. Incluye la agricultura para autoconsumo y mercado, comercio (minorista, «falluquero», itinerante), y la venta de fuerza de trabajo (jornalero, doméstico, migrante en México y Estados Unidos). Esta diversificación responde a una estrategia de minimización de riesgos y búsqueda de seguridad alimentaria, pero también busca diversificar e incrementar los ingresos monetarios. Ejemplos de actividades diversas se observan en estudios de caso.
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Producción para el autoconsumo: Mantener una producción destinada al consumo familiar es vital para la seguridad alimentaria y opera como un escudo contra la escasez o las fluctuaciones de precios del mercado. Aunque la producción de granos básicos para autoconsumo puede generar bajos ingresos monetarios, aporta una seguridad alimentaria considerada insustituible.
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Optimización y uso integral de recursos: Las unidades campesinas buscan optimizar los recursos escasos y discernir el uso apropiado de los recursos abundantes, como la fuerza de trabajo familiar. En las regiones Campesina Indígena y Cafetalera Latifundista, la agricultura convencional sigue existiendo, pero no ha desplazado del todo los saberes ancestrales. Allí, muchas familias aún aplican conocimientos agronómicos tradicionales y aprovechan de forma integral lo que les ofrece la naturaleza. Un ejemplo claro: el uso completo de los subproductos agrícolas y pecuarios, o el manejo cuidadoso del bosque como fuente de vida y sustento.
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Ahorro y restricción del consumo: El ahorro es visto como resultado del aumento de ingresos provenientes de cultivos comerciales de «altos ingresos» y la restricción del consumo. En varios estudios de caso, esta disciplina económica aparece como un elemento fundamental en la acumulación de recursos.
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Inversión en activos: Lo que logran ahorrar —sobre todo gracias a cultivos bien cotizados como el café, las hortalizas o el tabaco— muchas familias lo reinvierten con visión de futuro: compran tierra, ganado, mejoran sus viviendas o arrancan pequeños negocios (tiendas, comercio), la continuidad de los estudios o el pago para la migración.
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Búsqueda de educación para las nuevas generaciones: Una apuesta importante para muchas familias campesinas es que sus hijos e hijas alcancen niveles educativos superiores (secundaria, universitaria). Esto para encontrar opciones económicas fuera de la agricultura y romper el ciclo de dependencia del trabajo asalariado y la producción de autoconsumo.
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Vinculación con instituciones y organizaciones: El acceso a crédito, asistencia técnica, información de mercados y programas de desarrollo, ya sean públicos o privados, es crucial para fortalecer las bases económicas y potenciar estrategias como la reconversión productiva. Vínculos con entidades estatales, gremiales y locales, han sido fundamentales en procesos de campesinización y consolidación. Sin embargo, llegar a esas instituciones no siempre es fácil: los mercados fallan, las reglas no están claras y muchas veces las puertas simplemente no se abren.
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Construcción y aprovechamiento de redes sociales: Los vínculos familiares, comunitarios y extracomunitarios (redes de amistad, organizaciones comunales, productivas, políticas, religiosas) ejercen una influencia importante en las estrategias. La participación en espacios organizativos puede facilitar el acceso a financiamiento, el fortalecimiento de procesos y la gestión del desarrollo comunitario.
Estas estrategias no garantizan un camino seguro hacia la acumulación. La desigualdad entre las unidades campesinas es notoria: no todas parten del mismo punto ni enfrentan las mismas condiciones. La ubicación geográfica, la cantidad y calidad de sus recursos naturales, el acceso a financiamiento y a los mercados marcan la diferencia entre quien logra salir adelante, quien apenas sobrevive y quien termina empobreciéndose. A eso se refieren los investigadores cuando hablan de procesos de «descampesinización hacia arriba» o «hacia abajo».
Hoy, el mayor desafío para la ministra de Agricultura es frenar el deterioro del presupuesto que recibe su cartera. No basta con buenos discursos sobre apoyar al agro. Sin recursos suficientes, esa narrativa pierde peso y pone en duda el verdadero compromiso del Estado con el desarrollo rural.
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