Discursos de odio

Mientras tanto, aterrizó en el significado de este miércoles 18 de junio, como el Día Internacional para la Lucha contra el Discurso de Odio. Un fenómeno tan extendido, que mereció, en 2019, que las Naciones Unidas redacte una Estrategia y Plan de Acción.

Este instrumento contiene la siguiente definición «todo tipo de comunicación oral, escrita o conductual que ataque o utilice un lenguaje peyorativo o discriminatorio contra una persona o un grupo por su identidad, es decir, por su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otro factor de identidad».

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El discurso de odio puede manifestarse de diversas formas, algunas de ellas tan simples, como, por ejemplo, un meme. Está íntimamente ligado a las estrategias de desinformación. Habita en los límites de la libertad de expresión, y, sin duda, se ve beneficiado por el contexto digital, especialmente a través de las redes sociales, que facilitan su difusión a un ritmo acelerado, lo cual complica de manera extraordinaria combatirlo.

El discurso del odio nunca es gratuito: siempre tiene una intención y beneficiarios. Busca la manipulación de la opinión pública, y facilita el trabajo de quienes buscan que la intolerancia sea la norma, mientras obtienen réditos para sus propias agendas, normalmente contrarias a los valores democráticos.

El extremo del discurso del odio lo representa la incitación a la violencia. Antes de las redes sociales, en 1994 en Ruanda, la radio jugó un papel siniestro en la propagación e incitación al genocidio, con mensajes como «Los tutsis no merecen vivir. Hay que matarlos. Incluso a las mujeres preñadas hay que cortarlas en pedazos y abrirles el vientre para arrancarles el bebé».

El problema no está exclusivamente en la Internet, pese a que la sensación de impunidad que ofrece el anonimato de las redes sociales crea un entorno favorable para la propagación e incitación al odio, que además encuentra otro aliado de gran valía en la Inteligencia Artificial.  El verdadero problema está en que el odio atrae, vende y se queda.  Es una explicación fácil para cualquier fenómeno, persuade y crea una percepción de identidad. Y es aquí donde el desafío se vuelve aún mayor: formar ciudadanía con pensamiento crítico. Educar y sensibilizar en derechos, se antojan tareas titánicas para los tiempos y recursos de las entidades que deberían enfocar sus esfuerzos en estos temas.

Mientras tanto, el uso del sistema judicial, pese a que presenta dificultades de orden práctico, se convierte en una herramienta de enorme importancia para contrarrestar el discurso de odio. El apoyo a las víctimas representa un imperativo ético, que debe ayudar a identificar y acabar con la desinformación.

Termino estas líneas escuchando a Gary Clark Jr.  y los Black Pistol Fire con Rock Bottom (2025), que se plantean desafíos no tan complejos como los de estas líneas.