Cada vez que juega la selección para clasificar a un Mundial hay un sentimiento nacionalista que florece, como en cada 15 de septiembre, con banderas, himnos, camisetas, vuvuzelas, euforia (tirar el agua en lugar de protegerla). Pero ¿qué identidad nacional se está reforzando? ¿Quiénes están incluidos en esa identidad nacionalista?
El futbol también es ocio, descanso, goce colectivo. Pero en Guatemala, el ocio está privatizado. Para ver jugar a ciertos equipos del fútbol nacional e incluso a la selección, es necesario pagar por Tigo Sports. No hay señal abierta ni opción pública. (Claramente, «opción pública» no es que el Ministerio de Cultura y Deportes y Tigo nos pongan pantallas gigantes en las plazas).
Además, aquellos espacios en la sexta avenida donde algunos locales transmitían los partidos ahora ya ni existen porque hay que cuidar la estética de la «Ciudad del Futuro». A todo esto hay que agregarle que los boletos para asistir a los estadios son acaparados por patrocinadores y revendedores sin regulación estatal. Así queda claro que el futbol es un espacio de celebración, pero también de exclusión económica. ¿Qué tipo de fiesta nacional es esta si no todos pueden pagar una entrada ni disfrutar el juego al prender el televisor?
Los gobiernos saben cómo invertir en publicidad deportiva. Usan la narrativa de unidad con banderas y el himno nacional de fondo. De esta forma, el juego de la selección nacional se convierte en un espacio y momento sagrado; no obstante, me pregunto por qué los territorios, los ríos, los bosques, el agua y cualquier otro bien natural no tienen la misma importancia de unidad y defensa.
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El futbol bien podría ser una herramienta y un andamiaje de «unidad» y denuncia si se construyera desde la memoria y la justicia. Por ejemplo, el 26 de julio de este año, un grupo de aficionados rojos asistió al encuentro entre Aurora Fútbol Club y Deportivo Municipal. El Club Aurora F.C. fue fundado el 14 de abril de 1945 por iniciativa del teniente coronel Ramiro Franco Paiz, quien en ese entonces era comandante de la Brigada Guardia de Honor del Ejército de Guatemala. Debido a esta relación, los aficionados del Municipal manifestaron con las fotos impresas de personas desaparecidas durante el Conflicto Armado Interno.
Asimismo, Italia hizo lo que no quiso hacer la FIFA — eliminar a Israel del Mundial —. También hay aficionados que llevan mantas a los estadios denunciando el genocidio en Palestina.
Y no les ando negando la alegría futbolera, porque amo el futbol. Amo a Messi. Pero tengo muchas preguntas como: ¿Qué Guatemala va al Mundial? ¿La de los pueblos indígenas o la de las élites económicas? ¿Podemos hablar de orgullo nacional cuando muchos no tienen derecho ni al descanso ni al ocio ni a la representación? ¿Qué tendríamos que transformar para que la alegría del futbol fuera realmente colectiva, no excluyente?
Lo que más me causa ruido no es que Guatemala vaya o no al Mundial, sino que el futbol ya no sea ese espacio libre donde todas y todos jugábamos «porque sí». La historia de este deporte, como dice Galeano, «ha pasado del placer al deber». Y en guateMALA, ese deber se ha vuelto una forma más de exclusión.
Recuperar la alegría de jugar, sin banderas impuestas, sin acceso condicionado. Sí, que «Guate vaya al Mundial», pero que también regrese a su memoria, a su justicia, a su pueblo. Porque, sin el pueblo, lo «nacional» no existe.
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