Les conté a unos amigos y nos pasamos toda la tarde de sábado esperándolo. Perazza no apareció y mi madre tampoco se estaba muriendo por comprármela. Cuando cumplí 18 años, el esposo de mi madre quiso comprarme una, pero ella lo convenció de que en vez de eso me comprara una enciclopedia, que me sirvió para algunos trabajos universitarios, pero, indefectiblemente, no fue un reemplazo aceptable.
De vez en cuando mis amigos me prestaban sus motos y así fui aprendiendo a manejar. Ya tenía casi 50 años cuando uno de ellos puso a la venta una Yamaha SR 600 cc a un excelente precio; el gancho era que no tenía papeles, pero el amigo me prometió conseguírmelos, cosa que por una razón u otra no ocurrió. Por la falta de papeles, no pasaba de ir a la ciudad o a la Antigua, aunque le puse un pedazo de cartón con la leyenda «Placas en trámite», lo cual me libró de algunos policías y causó la risa de varios amigos motoristas.
Una vez, la PMT me marcó el alto en Los Álamos y seguí de largo. En Boca del Monte otro agente de la PMT se paró en mitad de la carretera, pero me hice el quite y tampoco paré. Paranoico, escondí la moto en una calle desierta y regresé a mi casa con la idea de ir a recogerla más tarde.
Cuando regresé, la moto no estaba. Los vecinos me dijeron que la policía se la había llevado. Armándome de descaro, la fui a reclamar. Tomó cierta labor de convencimiento, pero al final los policías me la devolvieron, a pesar de ser una moto abandonada y sin papeles.
A raíz de esa experiencia la vendí, pero me quedé picado y en cuanto pude compré una Honda Transalp 650 cc, con 2,500 km y sus papeles en orden. Esta moto se desenvuelve bastante bien en caminos de terracería y hasta de montaña. En ella me he ido al sur de México y a Belice y la sigo usando para mandados en la ciudad y viajes al interior, durante la época seca.
En los últimos años, el número de motocicletas en Guatemala se ha incrementado. Se estima que circulan en el país 2.8 millones de motos. Esto no es porque todos sean igual de fanáticos, sino porque responde a varias razones prácticas.
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Las motos se han vuelto baratas. Se consigue una nueva por Q8,500 y hasta con facilidades de pago. El transporte personal es con frecuencia para una sola persona y una moto resuelve esta necesidad. Guatemala tiene un transporte público deficiente y la gente usa la moto para llegar a su trabajo a tiempo, y a la vez evitar agresiones y asaltos; cada vez se ve más mujeres manejando motos de cambios, no solo motonetas.
El tráfico se ha vuelto un problema grave en el área metropolitana. Si la mitad de los motoristas anduviera en carro, el tráfico paralizaría la ciudad. Hay, además, un elemento insidioso: manejar moto en tráfico es un reto físico y mental que hace subir los niveles de adrenalina. Después de un par de horas, uno se acelera y toma cada vez más riesgos, sin darse cuenta. Para un repartidor que se pasa ocho horas en el tráfico, la adrenalina se vuelve un estimulante habitual.
Dicen que hay dos clases de motoristas: los que ya se cayeron y los que se van a caer. Mientras manejaba una mañana para la Antigua, en una curva me topé con un pick up que rebasaba un camión en contravía y me tuve que tirar a la cuneta. Me fracturé el dedo gordo del pie, la pelvis en cuatro puntos y me disloqué un hombro. Pasé un mes sin poderme levantar de la cama, otro mes en terapia y en cuanto pude me volví a subir a la moto, ahora con la convicción de que todos los conductores estamos locos y que uno debe hacerse responsable de su propia seguridad, lo cual incluye casco, botas y chumpa, además de tratar de anticipar las sorpresas del tráfico.
Se dice que los motociclistas son imprudentes, pero quizás sea algo que no se puede evitar, a menos que uno pare un rato a descansar, lo cual no es posible para un repartidor de alimentos con plazos para sus entregas. Además de las carencias en el transporte público, los motoristas tienen motivaciones económicas y prácticas para utilizar este medio de transporte. Sus imprudencias son, en la mayoría de los casos, ocasionadas por una reacción natural del cuerpo ante el estrés de andar en el tráfico. A veces cuestan vidas y claro que uno debe aprender a controlarse, pero comprender de dónde vienen aumentará nuestra tolerancia a su presencia multitudinaria en la ciudad.
A propósito de repartidores de alimentos, una conocida empresa de pizza puso una distribuidora de motos para facilitárselas a sus empleados y pronto esta distribuidora se convirtió en un mayor negocio que la cadena de pizza. Las motos se han vuelto omnipresentes en ciudades y países como Guatemala y la mejor alternativa es aprender a convivir con ellas.
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