Este año, dos pescadores comentaban.
Pescador 1: ¿Cómo le fue?
Pescador 2: Regular. El clima está raro.
Todos lo hemos notado. Antes, la época lluviosa iba de mayo a octubre, cuando empezaban los vientos del norte, el frío y los cielos despejados. A veces se experimentaban lloviznas a principios de noviembre, pero este año todavía hubo un chaparrón invernal el 15.
El cambio climático es un hecho. La temperatura global promedio ha subido 1.1° desde 1850 con una aceleración notable a partir de 1970. Este incremento coincide con el alza de CO2 en la atmósfera; el CO2 absorbe la radiación infrarroja y la reemite, atrapando calor en el llamado «efecto invernadero». La presencia de CO2 en la atmósfera ha aumentado de 280 PPM (partes por millón) en la época preindustrial hasta 420 PPM en la actualidad.
El CO2 producido por el uso de combustibles fósiles es la principal fuente de gases con efecto de invernadero:
Quemar carbón, petróleo y gas natural agrega a la atmósfera un carbono que ha estado aislado del ciclo biogeoquímico durante millones de años. Estudios del Global Carbon Project indican que la combustión de fósiles representa más del 90% del incremento en la concentración atmosférica. El alza en el CO2 proveniente de combustibles fósiles explica por sí sola más del 50 % del calentamiento global observado desde la era preindustrial.
En la última década, el planeta ha experimentado los años más cálidos que se hayan registrado: olas de calor más intensas, incendios forestales más graves, huracanes y lluvias extremas más frecuentes, y sequías más prolongadas. Los glaciares y el hielo polar se están derritiendo más rápido, lo que ha elevado el nivel del mar entre cuatro y cinco centímetros. Los océanos se han calentado y acidificado, provocando el blanqueamiento masivo de los corales y modificaciones en los ecosistemas marinos. Estos cambios afectan la salud humana, la producción agrícola, la disponibilidad de agua y la economía global, aumentando los costos por desastres climáticos y generando migraciones en regiones vulnerables.
En los últimos años, Guatemala ha experimentado más días de calor. Entre mayo de 2024 y mayo de 2025 hubo 122 días de calor extremo, de los cuales 95 están directamente relacionados con el cambio del clima, según un informe de atribución climática[1]. La sequía en el «Corredor Seco» ha afectado la agricultura, provocando pérdidas de cosechas y aumentando la inseguridad alimentaria. En 2025, fuertes lluvias causaron inundaciones mortales, con miles de personas afectadas. Tormentas, desbordes de ríos y deslizamientos han sido asociados con la variación del clima intensificada por el calentamiento global. El Consejo Nacional de Cambio Climático de Guatemala ha declarado al país «altamente vulnerable» a estos impactos, dada su exposición a sequías, lluvias extremas, deslizamientos e inseguridad hídrica.
Para mitigarlo es necesario reducir las emisiones de CO2 y llevarlas a cero en las próximas décadas. El grueso de esta labor corresponde a los países con altos niveles de industrialización y población. Los principales emisores son China (11.9 Gt, o miles de millones de toneladas de CO2), Estados Unidos (4.91 Gt), India (3.1 Gt), Rusia (1.4 Gt) e Indonesia (0,7 Gt). Los principales sectores emisores son:
Es necesario, entre otras cosas, seguir abaratando las energías renovables, los combustibles de biomasa y el transporte eléctrico hasta que cuesten igual o menos que los de origen fósil.
Guatemala es un país pequeño y poco industrializado. ¿Qué podemos hacer? Primero, completar la transición hacia fuentes de energía renovables de generación eléctrica; se genera el 34.4 % con combustibles fósiles y hay todavía un potencial hidroeléctrico de 4,600 MW, superior a la demanda total de 3,385 MW. Luego, reemplazar los combustibles fósiles en la producción de cemento con biomasa: bagazo de caña, cascarilla de arroz, chips de madera y residuos agrícolas y sólidos. También, sustituir el transporte privado con un transporte público eléctrico, de gran alcance, alta seguridad y costos accesibles, lo cual contribuiría a resolver el infernal problema del tráfico.
Hay muchas más medidas que un individuo puede tomar, aunque sean de infinitesimal impacto. Queda, sin embargo, una opción interesante, pertinente a las relaciones internacionales. En un tiempo los países occidentales exigían el respeto a los derechos humanos como condición para sus relaciones diplomáticas y de apoyo. Toca ahora trabajar a la inversa: exigir, en conjunto y en bloques, que los países industrializados respeten los derechos ambientales de la Humanidad, los cuales están siendo ignorados y vulnerados por gobiernos como la presente administración de Trump. Esta debiera ser una condición sine qua non para suscribir convenios, tratados y cualquier otro pacto de cooperación.
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[1] https://larepublicadeguatemala.com/estudios-de-atribucion-climatica-eval...
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