Lo importante en este renombramiento es el vínculo de la madre con sus hijas e hijos, su capacidad de hacerse cargo por sí misma de un hogar (sin un compañero o compañera al lado) y el maternar como proyecto de vida personal. Eso es mucho más que ser una madre sin pareja.
En Guatemala, de 3,275,931 hogares censados en el año 2018, 611,987 son encabezados por una mujer (según la categoría «sexo de la persona que toma las decisiones en el hogar»), lo que corresponde al 18 % de hogares a nivel nacional. Por otra parte, el 53 % de los hogares encuestados reporta que las decisiones del hogar se toman en pareja.
La madre que cría sola a sus hijos e hijas siempre ha existido. ¿Cuántas referencias hay en libros o películas a la figura de esa mujer-madre sin pareja, trabajadora, que se levanta con el sol y termina el día sosteniendo —no sin dificultades— a su familia? Referencias hay muchas. En la figura de la madre soltera han tenido cabida todas aquellas mujeres con hijos que están fuera del matrimonio —como institución social— o que no tienen una pareja a su lado. Claramente estas madres no han escapado del estigma y, en ocasiones, de la absurda condena social.
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Desde el patriarcado se han formulado argumentos que afirman que, si una madre está sola sosteniendo a su familia, es porque «no supo elegir» al padre de sus hijos: la culpa es de ella por no haberlo escogido bien y, de la irresponsabilidad o del abandono paterno, ni se habla. Un pensamiento así refuerza la eterna culpabilización hacia la mujer, incluso por las condiciones difíciles y de vulnerabilidad que le toca enfrentar.  Además, no se escapan de la vigilancia sobre si están ejerciendo bien su maternidad, si tienen las capacidades para hacerlo, o sobre cómo llevan su proyecto de vida. Incluso sufren cierto control sobre cómo experimentan su vida amorosa y sexual: basta darse una vuelta por salas de diálogo de Reddit para constatar cómo se vigila y condena a las madres autónomas.
Se puede ser madre autónoma por muchos, muchísimos motivos. La mayoría de ellas lo son casi por sobrevivencia, al tener que escapar de malos matrimonios o relaciones violentas. Algunas lo son por viudez y otras más, por elección personal. Muchas otras, me atrevo a afirmarlo, son «casi madres solteras» aun estando casadas y viviendo en una relación de pareja: suena raro pero todas lo hemos visto con nuestros propios ojos. Esto es resultado de los muchos privilegios que el patriarcado otorga a sus buenos hijos, particularmente el de permitir que muchos hombres se desliguen del cuidado y la crianza de sus hijos e hijas, así como de la obligación de proveer los recursos necesarios para su manutención. Así, sostengo que existe una clase de madres solteras que lo son, no solo por el estatus civil, sino porque viven con hombres «satélites», emocionalmente ausentes o, económicamente irresponsables para con su familia. 
Para mí, la experiencia de la maternidad soltera y autónoma ha sido una montaña rusa, como lo es seguramente para muchas de nosotras. La mía ha sido la experiencia de una mujer de clase media, con ciertos privilegios: carreras diarias, desvelos, conciliación y búsqueda de apoyos extras cuando era necesario. Maternar sola ha sido difícil y por momentos desgastante, pero, seguramente no tan complicado como lo es  para otras tantas mujeres que no cuentan con una red de apoyo, que deben trabajar doble o triple jornada o que ganan apenas el sueldo mínimo para cubrir las necesidades de sus hijos e hijas y las propias. 
He llegado a creer que, en mi caso, me volví mejor madre cuando salí de un mal matrimonio. Pude «florecer» después del divorcio, dedicarme a ser madre por mi propia cuenta, con mis  propias reglas y a nuestro propio ritmo, con buena parte de mi atención puesta en mis hijas y su desarrollo.  
Llegar a asumirse como mamá autónoma –desde una perspectiva feminista– es un acto de claridad política y de responsabilidad con el proyecto de vida. Supone dejar de pelear con el hombre que no quiere proveer, dejar de insistir al padre ausente que no quiere acompañar. Supone «fajarse» para llevar más dinero y comida a la mesa. También supone sentirse capaz, libre y en control de la propia vida, más allá de cualquier violencia y condicionamiento patriarcal. Aunque sea por momentos retadora, la autonomía te da paz. «Mejor sola, que mal acompañada» podría ser un lema para las madres que maternamos solas, estamos solteras y creemos en la autonomía como opción de libertad. 
 
 
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