Frente a las perspectivas ingenuas que señalan que el poder hegemónico es ejercido por cierto grupo que controla y ejerce el poder, Marco señala que para que una hegemonía exista tienen que existir grupos subalternos que la legitiman de forma voluntaria. De manera que la subalternidad no es una condición que en sí misma represente contrahegemonía. Así, la condición de mujer no es sinónimo de feminista; la condición de pueblo originario no es sinónimo de anticolonialidad, la condición de proletariado tampoco lo es de una posición contrahegemónica. Esto no quiere decir, como señala Nanci Sinto, que los pueblos originarios no sean los que mejor entiendan cómo opera el poder hegemónico –por las violencias multidimensionales que les ha atravesado por más de 500 años–. Esto tampoco contradice a Gramsci, que, en palabras de Marco, estas son manifestaciones de las fugas de un sistema colonial neoliberal que agoniza.
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¿Cómo se construye entonces una posición contrahegemónica? Otro concepto Gramsciano, que Marco discute en su más reciente libro, es la autonomía. Marco subraya que la construcción de un ser y colectivo autónomo es un proceso violento y doloroso. En palabras de Judith Butler, esto implica des-sujetarse y provocar un suicidio simbólico a nivel del ser individual y social. Significa decidir dejar de ser sujeto sujetado a una narrativa y estructura hegemónica constituyente de una identidad subalterna. Esto va en contracorriente inclusive con las narrativas de la igualdad e inclusión que el poder hegemónico propone para subsanar las patologías del sistema colonial neoliberal y patriarcal.
Entre ellas encontramos, sobre todo en los discursos de la cooperación internacional y del estado –y una academia ingenua y acrítica–, al desarrollo con perspectiva de pueblos indígenas, las mujeres en el desarrollo, el «no dejar a nadie atrás», –slogan del desarrollo sostenible de la ONU–. Como señala Ranciere, la política no está hecha de relaciones de poder dentro de un solo mundo, sino de relaciones entre mundos. Es decir, el único mundo posible no es el mundo moderno colonial y sus democracias modernas occidentales. La inclusión puede resultar entonces en la imposibilidad del derecho a existir.
Por esa razón, debemos apuntar al desarrollo de una filosofía política que facilite la construcción de las condiciones de «un mundo donde quepan muchos mundos» como señalan los Zapatistas. En donde las identidades y mundos que se construyen por fuera de la democracia moderna occidental tengan el derecho a existir.
Este es el punto de partida para articularse y crear fuerzas políticas capaces de proponer un cambio contrahegemónico. Nuestras teorías y prácticas de cambio no deben aspirar a menos que esto si queremos en realidad dejar de ser cómplices en la legitimación de los poderes hegemónicos y sus efectos sobre la precarización de la vida en este país. La lectura gramsciana de Marco ofrece herramientas para seguir abriendo las grietas de un sistema neoliberal que agoniza.
Para terminar, quiero hacer énfasis en que Marco señala que la ruta transformacional para Guatemala es la refundación del Estado que apunte, como proponen colectivos organizados como el consejo de pueblos mayas –CPO–, CODECA y el CUC, hacia la constitución de un estado plurinacional en donde existan las condiciones del diálogo no cooptado y vigilante de toda amenaza de constitución de un poder hegemónico.
Agradezco a Marco porque sus aportes son fundamentales para la construcción de individuos y colectivos des-sujetados, capaces de desarrollar, en palabras de Walter Mignolo una desobediencia epistémica. Es decir, una postura desobediente del mundo moderno/occidental, que ejerce violencias multidimensionales a través de proyectos del desarrollo por medio de agendas estatales, cooperación internacional, multinacionales y una academia acrítica de sus prácticas opresoras.
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