Vivimos tiempos difíciles. No hay duda de que los cambios son cada vez más abruptos, de que estamos siendo testigos de diversos finales. Esta es una época que puede nombrarse de muchas maneras, pero cuyas características son relativamente sencillas de identificar. Es el tiempo de la cuarta era industrial y de la sexta gran extinción, en la cual el avance de la economía del conocimiento consolida y perpetúa patrones de discriminación y exclusión [1].
En los últimos años se han propuesto y consensuado, desde la ciencia y la filosofía, conceptos como Antropoceno o Capitaloceno para marcar el inicio de una nueva época geológica, que habría comenzado a darle fin al Holoceno hace 200 años y a evidenciarse claramente hace 60. Los cambios que la Tierra ha experimentado en este período han sido causados por los seres humanos (de ahí el concepto Antropoceno). La propuesta del Capitaloceno, sin embargo, resalta que esta época no fue moldeada por la mera existencia humana en la Tierra —de al menos 150,000 años—, sino por un mito particular que guio el comportamiento humano y el desarrollo de su tecnología, que definió el nombre del «juego de la vida para todos y para todo» [2]. Más allá del cambio climático, la abundancia de químicos tóxicos, la minería, la contaminación nuclear, el agotamiento de los recursos naturales y el daño a los ecosistemas, así como los genocidios de personas y de otras criaturas, componen una serie de patrones relacionados que amenazan con un colapso mayor del sistema [3]. La devastación solo es ignorada por cínicos o idiotas.
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Como si el escenario no fuera ya lo suficientemente trágico, las series televisivas y las películas de Hollywood insisten en presentarnos atmósferas aún más catastróficas, relaciones entre especies aún más complejas y más conflictivas, y sobre todo un espíritu de derrota, donde lo único que nos queda es esperar que la tecnología, un héroe, un dios o una mezcla de los tres nos salve y garantice la sobrevivencia de nuestra especie. Respuestas menos artificiales desde la ciencia ignoran propuestas concretas de comunidades particulares en función de un arreglo (bio)tecnológico —al estilo Black Mirror—, que sigue las mismas reglas de siempre, mientras otras sencillamente asumen una actitud fatalista y pierden la confianza en otros y otras con visiones y epistemologías diferentes. No faltan tampoco los activismos que desde dentro del sistema totalizador de consumo nos ordenan a las sociedades occidentales y occidentalizadas que asumamos la responsabilidad individual de los daños cambiando nuestros hábitos.
Donna Haraway, filósofa, bióloga e historiadora de la ciencia, recomienda no caer en ninguno de estos extremos, sino quedarnos con el problema. Influida, como otras filósofas contemporáneas, por la crítica feminista y las teorías decoloniales, propone adoptar nuevas formas de entendernos, de entender el mundo y el paso del tiempo. A través de una simbiosis entre ciencia, ciencia ficción, arte y filosofía nos abre una puerta para que miremos muchas otras: mundos posibles; sentipensares facilitados por palabreros de la muerte; herramientas biotecnológicas para superar nuestro antropocentrismo y alcanzar una justicia multiespecie y, sobre todo, para cultivar las «artes del vivir en un planeta herido» [4] no en el futuro, sino ahora; vivir una actualidad que integre diferentes temporalidades y materialidades. Su propia práctica de escritura plantea un reto para el modo occidental y moderno de construir conocimiento: se trata de la composición de proyectos colectivos donde no solo colaboran pueblos originarios, sino también otras especies, incluso las ya extintas.
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[1] Braidotti, R. (2016). Quattro tesi sul feminismo postumano. DOI: 10.6092/1827-9198/3706.
[2] Haraway, D. J. (2016). Staying with the Trouble: Making Kin in the Chthulucene [Quedarse con el problema: crear parentesco en el Chthuluceno]. Carolina del Norte: Duke University Press. Cap. 4: «Making Kin: Anthropocene, Capitalocene, Plantatiocene, Chthulucene».
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