Pensar en el cine no ya solo como un medio audiovisual, sino como ensamblaje de enunciación colectiva podría ser una manera de reconocer las multiplicidades humanas y, más que humanas, que participan tanto de su producción como de su manera de afectar el mundo; en otras palabras, cómo conforma, junto a muchas otras prácticas, realidades.
Las imágenes son siempre materiales: efectos y agentes ligados a maneras en que diferentes fenómenos se relacionan. Las imágenes son haceres, entidades que constituyen relaciones a la vez que son construidas por estas. No la copia o el simulacro, no algo entre mundos, ni reflexión ni representación. En este sentido no podemos hablar de imitación, no depende de otras realidades más auténticas a las que haga referencia.
Así, la propuesta es que el cine no refleja, sino difracta, la realidad, se inserta en una multiplicidad de eventos generativos (como parte de un mundo que está en permanente regeneración, aún cuando ésta ha sido reducida), a veces participando de ellos, a veces interrumpiéndolos, limitando posibilidades de re/habilitación.
Una película de contenido «feminista» cuyo objeto es también el de vender muñecas de plástico y que se suman a la sobreabundancia de desechos dañinos para el planeta tiene implicaciones específicas. De igual manera, otra producción cinematográfica que en su intento por plantear una feminidad liberada acaba por reproducir relaciones desiguales y formas particulares de subjetivación dejando intacta la práctica patriarcal de infantilizar y sexualizar determinados cuerpos, aun cuando su director se presente como crítico y rebelde. Las películas influyen nuestros comportamientos y relaciones ampliando o disminuyendo nuestra agencia (nuestra capacidad de transformar nuestro entorno). Desde una perspectiva vitalista, la experiencia de ver y hacer cine adquiere otro sentido: se materializa, y los aspectos que damos por sentados pasan a mostrarnos aquello de lo que son parte y las maneras en que pueden dejar de serlo cuando se trata de bagajes problemáticos. La materia que participa de todos sus procesos es ya siempre agencial, cambiando solo la manera como se transforma y se teje en el universo, formas dañinas o visionarias que nos pueden conectar con el mundo o desconectarnos de él.
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Las historias como en las que se están entrelazando a través de su práctica las participantes del III Laboratorio de cine hecho por mujeres animan otros modos de narrar, no como nuevos lenguajes mostrando lo mismo, sino como aperturas para dejarse instruir por realidades en las que cada una se sitúa, deviniendo con estas, y con los aparatos que participan del proceso, en un ensamblaje distinto, una distorsión capaz de afectar(nos) de otro modo, de movilizarnos. Esto implica desfamiliarizarse de formas tradicionales de abordar historias, como, por ejemplo, de los recorridos lineales del héroe, sus conquistas y sus botines (aún cuando dicho héroe se presente como parte de una minoría). Las imágenes que materializan significados nos producen también a quienes nos relacionamos con ellas y pueden tener, muchas veces sin intención, efectos negativos: el refuerzo de divisiones, modos de habitar reducidos a vecindades particulares (solo humanas), reivindicación de prácticas de representación y metaforización (siempre violentas). Desde el ensamblaje cámara-sujeto (pero no sólo), los entrelazamientos de tecnologías y prácticas constituyen ya una configuración con efectos particulares que merece ser cuestionada. Como práctica humana y no humana (del celuloide a las tarjetas de video, etc.), el cine hace que pasen cosas en el mundo, participa de su devenir, como parte de éste, y de lo que llega a importar o lo que es excluido de la posibilidad de materializarse.
Espacios alternativos de exhibición como la Sociedad Fílmica Iximuleu y la iniciativa de los cines comunitarios, la recuperación de archivos cinematográficos, la Muestra Internacional de Cine Memoria, Verdad y Justicia, la casa productora Cine Concepción, la Muestra de cine hecho por mujeres y la colectiva de mujeres cineastas guatemaltecas Milpa se plantean como oportunidades para afectarse e implicarse de otros modos, acaso de maneras más responsables, con aquello de lo que somos parte. No se trata ya de formar «ojos críticos» o difundir «buen cine», sino de ampliar realidades aumentando agencias: potencia política. Como ensamblajes de enunciación colectiva, el cine puede, todavía, participar de la generación de potenciales novedosos y mundos más habitables.
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