Apología marina de los rituales para volver a empezar

Todo viaje hacia el mar es una peregrinación emocional. Buscar el agua, seguir con el oído su rugido de bestia, que no sabemos si juega o se desespera. Bestia que parece tener la voz de la rabia del aire. Que se protege de quienes la buscan con una manada de olas cachorras que nos mantienen en la orilla. Olas que juegan a atacarnos, a botarnos, a lamernos la herida que venimos a presentarle.

Esta soy yo, Mar. Yo soy mi herida.

Le dice uno en silencio antes de aceptar la invitación a desbordarse. Antes de ofrendarle, como se debe, la acumulación de la propia sal.

El ritual consiste en obedecer a las olas y detenerse con el agua por encima de las rodillas. Apuntar la vista hacia un horizonte sin fondo y encontrarse sondeando así las propias profundidades. Convertirse en una silueta más que, inmóvil, en medio de la estampida del agua, esperará en silencio, sin saber, realmente, si lo que espera es el cambio de la luz, la frescura de un consuelo, una revelación o simplemente atestiguar el momento en que se apague, por inmersión, en la distancia, el sol.

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Algo parecido a la espuma se agita en el fondo de quien observa el mar. De allí, muchas veces, suele emerger una melodía sin referente fijo, un tarareo que se sostiene de los golpes del agua, que encuentra su ruta en el aire con la misma ligereza con que la arena se va. El ruedo del cielo se humedece en la calma lejana de la sal. El mar inhala y exhala como si se tratara de un amante dormido. La melodía nace en ese momento, nadie la conoce, ni siquiera el tarareante, que sin plena conciencia comparte el impulso del canto con las sirenas, los piratas y la gente de mar.

Todo viaje hacia el mar es una peregrinación emocional. Un símbolo. Uno de los tantos rituales para volver a empezar. Como el cambio de año, los ciclos de la luna, la llegada del amanecer. Todos válidos y necesarios para darle nuevas rutas a lo que cada cierto tiempo se convierte en ceniza. Entonces, quien peregrina, le da la espalda al mar y empieza a salir como la primera vez. Se desenreda lentamente los pies de la espuma y vuelve a la tierra, a sus búsquedas nuevas y antiguas, como el náufrago milenario que es.