Si en algo seguramente estaremos de acuerdo es en que cuatro años no son nada cuando se trata de sanear al Estado. No perdamos de vista que amplios sectores esperamos que Semilla inicie un proceso de transformación, pero a las mafias tradicionales como el CACIF y a otros narcopoderes el mandato de Semilla les resulta como una pausa incómoda de la cual esperan desentenderse en las elecciones del 2027, si no logran descarrilar antes al proyecto liderado por Arévalo.
A partir de lo anterior me parece que Semilla, como proyecto, tiene ante sí un escenario que impone al menos tres objetivos políticos. El primer objetivo no enunciado, pero determinante, es la supervivencia. De hecho, llegar al catorce de enero puede que sea un logro en sí mismo y posteriormente, casi con certeza puedo decir que el Congreso y las Cortes opondrán resistencia activa y pasiva ante todo lo que intente hacer el Ejecutivo. No habrá argumento racional que pueda contra una estrategia dirigida a hacer fracasar lo que proponga Arévalo y su equipo.
El segundo objetivo puede servir para desbaratar, al menos parcialmente, los esfuerzos de una oposición maniquea y recalcitrante. Me refiero a la necesidad de mostrar resultados más allá de combatir la corrupción y eliminar sistemas perversos como el canje de favores a través del listado geográfico de obras. Tampoco es suficiente cerrar el grifo de efectivo para comprar voluntades. Es necesario, yo diría indispensable, apuntar a dos segmentos claves: el primero es el electorado de la UNE, que lleva lustros esperando que alguien vuelva a ponerle atención, y la fórmula pasa por acciones del Estado para la reducción de la pobreza y la pobreza extrema. El segundo segmento son las «capas medias» urbanas, que esperan resultados en los precios de las medicinas, los combustibles, los alimentos y en la calidad de los servicios educativos, de salud y de seguridad.
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No dudo que el Ejecutivo tenga los cuadros para mostrar resultados en el primer año, pero será un esfuerzo insuficiente si no se trabaja desde el primer día en el último objetivo estratégico, que se resume en la consolidación de un proceso de transformación del Estado. Ese objetivo no se puede alcanzar en 4 años y se articula con las elecciones del 2027. Si ese año no se elige un proyecto que sostenga los cambios realizados, la regresión puede ser terrible y contemplaremos de nuevo el efecto de péndulo que ha marcado a otros países en Latinoamérica.
¿Cómo alcanzar un proyecto de continuidad cuando dos poderes del Estado y sectores poderosos están en contra? Las respuestas, posiblemente, estarán en el objetivo número dos, es decir, en los resultados y en la percepción de la población acerca de sus condiciones materiales. Aquí llegamos a un punto clave porque no es suficiente tratar de no repetir los errores de otros proyectos, es importante tratar de aprender acerca de un modelo de comunicación que ya se ha inscrito en la historia de la ciencia política. Me refiero al modelo de comunicación de MORENA en México, que no puede explicarse sin la capacidad de comunicación de Andrés Manuel López Obrador, AMLO.
En unas cuantas palabras no se puede resumir el fenómeno político de AMLO, que trasciende el discurso y es irrepetible incluso para quienes aspiran a sucederlo, pero la esencia de su efectividad no solo se basa en resultados, su éxito también se fundamenta en una capacidad de comunicación que conecta con la gente común y la hace sentirse partícipe de la transformación aunque la misma no sea tan radical, tan efectiva o tan espectacular.
De allí que sea útil recordar que no solo deben hacerse bien las cosas, también deben comunicarse efectivamente y ese aparato de comunicación, creo yo, determinará la consolidación y la continuidad de un proceso democrático después del 2027. Espero equivocarme, pero el siguiente contendiente a la Presidencia que propondrán las derechas será formidable, porque concentrará todo el fundamentalismo y las mentiras que han catapultado a figuras como Milei, Bolsonaro o Uribe, que son terribles, pero no son imbatibles.
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