Corrupta, autoritaria y prepotente, la vieja política se niega a aceptar que esos modos de ejercerla no solo son rechazados y expulsados del cotidiano político y social guatemalteco, sino también que los hechores sean perseguidos y condenados. Los guatemaltecos están hastiados de tanta impunidad, pero Álvaro Arzú, como Jimmy Morales, no quiere entenderlo ni aceptarlo y, desesperado, intenta impedir que el país se deshaga de esa lacra.
Arzú, como Morales, como la alta oficialidad militar y como buena parte de diputados y alcaldes, se niega a la transparencia, al manejo probo de los recursos públicos, condición indispensable para que una democracia exista. Esta no se basa simplemente en el voto popular. Su existencia solo se produce cuando la población, esa que votó a favor o en contra del funcionario finalmente electo, puede conocer, sin mayor esfuerzo ni condición, en qué y cómo se ejecutan los recursos públicos. Dar plazas a amigos, parientes o ahijados no es tarea del funcionario electo, como tampoco lo es intermediar para que se les concedan. El clientelismo y el tráfico de influencias son formas sutiles pero dramáticas de la corrupción que, además, inviabilizan el cumplimiento de las funciones públicas encomendadas.
Es esa transparencia la que permite la probidad. El corrupto se verá inhibido de cometer actos corruptos al saber que será descubierto e indispensablemente castigado. Probo y honesto no es el que lo grita a los cuatro vientos, sino el que lo demuestra. Es por ello que los entes persecutores de los crímenes de cuello blanco deben gozar de absoluta independencia política y financiera.
Pero políticos como Arzú, Morales y compañía parten del supuesto de que la llegada al poder los hace intocables, con derecho a manejar los recursos públicos a su antojo y en su beneficio. Embaucadores, quieren hacer creer que el voto otorgado ha sido por inspiración divina y que, en consecuencia, están ungidos por cierta divinidad.
Álvaro Arzú se opondrá de mil y una maneras a ser juzgado, como lo hace Jimmy Morales, tal vez pudiendo contar con el apoyo de grupos desinformados de población, liderados por oportunistas que también sienten que serán descubiertos en sus ilícitos. Pero las evidencias comienzan a ser claras, ahora también en la Municipalidad capitalina, como ya son más que diáfanas en Casa Presidencial. Ambos, Álvaro y Jimmy, de distinta manera, pero con iguales intereses, han transgredido la ley y deben ser juzgados y, si encontrados culpables, condenados.
Tristemente, al final de su carrera política Arzú viene a demostrar que fue ese estilo de ejercerla la causa de muchos de los males de nuestro sistema político. Se ha creído el caudillo de los con dinero para que los sin dinero dócilmente los sigan sirviendo, para lo cual presume de una paz que firmó, pero que no negoció a fondo ni en serio y de la que, tal parece, nunca estuvo convencido. Surgido en los inicios de la que se imaginó una democratización efectiva, simplemente se ha servido de ella envileciéndola.
Queda en evidencia, además, que protege, aun ahora, a los asesinos de monseñor Gerardi. Si, como reclama, Lima y asociados son inocentes, ¿quiénes de su Estado Mayor fueron los perpetradores de tan horrendo crimen? Tal parece que de ese crimen sabe mucho más de lo que ha dicho y que se puede sospechar más responsabilidad de la que ha asumido.
Con sus exabruptos, Arzú se desenmascara y nos viene a demostrar que corruptos y asesinos siempre van de la mano. Demuestra, además, que continúa manejando aparatos clandestinos de inteligencia y, quién quita, también de represión, pues su odio virulento a Thelma Aldana e Iván Velázquez mucho antes de que lo desenmascaran permite sospechar que estuvo enterado de que estaba siendo investigado y que no quería que las pesquisas descubrieran sus ilícitos.
Su apoyo público a Morales también viene a demostrar que en el Congreso se han movido más manos siniestras de lo que pensábamos, que la conspiración contra la democracia es de grandes proporciones y que solo lograremos instaurarla si, unidos ricos y pobres, zurdos y derechos, rosas y lilas, rojos y morados, decimos por fin ¡basta! a la corrupción y al autoritarismo y fundamos una Guatemala para todos, sin caciques ni patrones, sin prepotencias ni violencias. Una Guatemala donde finalmente todos nos sepamos y sintamos iguales.
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