Al Partido Patriota le ha ido mal con sus tres pactos (seguridad, Hambre Cero y transparencia fiscal), pero al menos los identificó. El gran ausente fue el cuarto pacto: la educación. Puesto al margen de la prioridad política, el Ministerio de Educación se buscó el lío de las Normales, pero también se ha esforzado - con muy poco apoyo - por apuntalar la lectoescritura, la calidad y la descentralización educativa.
A escala histórica esto no alcanza. Para cuando se gradúen del bachillerato los pequeños que este año entraron al primer grado, habremos celebrado ya el segundo centenario de la Independencia. Con plazos así no tenemos el lujo de postergar por años las decisiones sobre los persistentes y nuevos retos de la educación. Pero necesitamos reconocer los mitos que nos enfrascan en un diálogo de sordos y en falsas contradicciones.
Primer mito: debemos escoger entre educación para el trabajo y educación para la realización humana. Derecha e izquierda política con frecuencia plantean el problema educativo como decidir entre educar para el trabajo o educar para lo social. Es un falso debate. El trabajo y la realización humana no son estancos. Nuestra trascendencia se asienta en el trabajo, y nunca dejamos la identidad a la puerta de la fábrica o la oficina. El ideal del empleado neutro, un robot para trabajar, es tan inútil como rechazar la formación orientada a la productividad, cuando la mayoría de las personas deben ganarse la vida desde el momento que dejan la escuela, e incluso antes.
Segundo mito: la educación bilingüe es sólo para los indígenas. Nuestra historia está plagada de esfuerzos fracasados por absorber a los pueblos indígenas en una supuesta identidad nacional homogénea. Sólo desde la malicia o la ignorancia se puede negar que somos una sociedad multicultural. Más aún, es evidente que esa diversidad no va a desaparecer, si ha persistido luego de 500 años de esfuerzos realmente cruentos por disolverla u ocultarla. La educación bilingüe no puede ser reflejo de la exclusión, simple táctica para reducir a los distintos dentro de una conformidad imaginaria. La educación bilingüe, como estrategia educativa deliberada y ofrecida a todos, debe ser un puente entre mestizos e indígenas en esta sociedad inescapablemente diversa.
Tercer mito: el Ministerio y el magisterio son cosas distintas. Es natural que al buscar reivindicaciones laborales y salariales los líderes magisteriales pongan distancia entre sus representados y las autoridades del Mineduc. Pero no nos engañemos: los maestros, ya sea funcionalmente como profesionales, o formalmente como empleados, son la presencia y el cuerpo del Ministerio de Educación en escuelas y comunidades. Tan absurdo es procurar la reforma del sector marginando a los maestros (imagine quirófanos sin cirujanos), como un maestro o una directora de escuela que no reconozcan ser parte del aparato del Estado frente a la sociedad y la comunidad.
Cuarto mito: hay una pirámide donde la ministra manda, los funcionarios implementan, los maestros enseñan y la comunidad recibe. Ciudadanía, instituciones y medios con frecuencia conspiran al inventar un poder que no existe. Seamos francos: en el despacho de un ministro no se puede saber lo que pasa en cada escuela, y menos aún se tiene poder para cambiarlo de la noche a la mañana. Los mandos medios son débiles. Gran parte de la calidad del aprendizaje depende de la comunidad y del hogar, antes que de la escuela. Mantener el mito de que el sistema da y la comunidad recibe convendrá a algunos, pero solapa que los verdaderos dueños de la educación son los ciudadanos, y que su control debe ser local.
Quinto mito: si lo medimos, mejorará. Medir el desempeño estudiantil es valioso, pero admitamos que la evaluación solo determina la situación del problema, no lo resuelve. Por más que perfeccionemos el medidor de la gasolina del auto, y por más que indique que el tanque esté vacío, la única forma de lograr que el carro siga caminando es echándole más gasolina. Necesitamos la evaluación para saber cómo estamos, pero las soluciones tendrán que venir de la docencia, los materiales, la gestión y las políticas, no de las pruebas.
Hoy debemos llevar más lejos la reforma educativa en Guatemala. Empecemos por desembarazarnos de los mitos que distraen y agotan, para centrarnos en lo importante: construir la educación como un bien público, compartido y universal, en una sociedad dichosamente diversa.
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