Se enfrentaron a la ciudadanía y a sus legítimos reclamos votando el miércoles pasado una serie de cambios al Código Penal que exponen a la sociedad guatemalteca a que la delincuencia no le tenga miedo a la consecuencia de sus actos. Por querer protegerse las espaldas, ponen en primera línea a todos los guatemaltecos. Así que allí están los ciudadanos protestando y defendiendo sus derechos, aquellos de los que depende la protección de lo colectivo frente a los intereses de los corruptos. Han sido días, horas de horas, hasta la noche.
Hemos visto diputados tildar de terroristas a quienes han decidido decirles en sus caras que no están de acuerdo. También hemos visto berrinches de niños de primaria (¡míralo a él!, ¡míralo a él!) por un rasponcito en la rodilla. Salieron bajo el peso de la vergüenza de los ciudadanos que no los quieren, que les reprochan su ética política. Nada de pena ajena. Que siga cayendo el peso de la injuria pública.
Y frente a ellos, una diputada digna. Andrea Villagrán, quien fuera presidenta de la Asociación de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Rafael Landívar hace algunos años, quien también aportó a acercar a los estudiantes de esta casa de estudios y a los de la USAC, ha demostrado ser una voz disidente entre tanta farsa legislativa. Una mujer joven que, rebelándose a la disciplina de facto de sus colegas de bancada y de hemiciclo, ha dicho que cada uno de sus votos será un gesto político que represente lo que crea que será mejor para este país. Así lo ha dicho. Así lo ha hecho.
El sábado por la noche regresó a decirlo de nuevo, a reiterar que los diputados se deben al bien común de toda una sociedad, no a la corrupción que enriquece a unos cuantos. Un ciudadano la vio salir del Congreso de la República en la noche. Sola, coherente y valiente. No hubo abucheos ni ataques. Tampoco se vulneró su integridad. Seguramente dentro del Congreso habrá quien la rechace y margine, pero espero que sepa leer esos gestos como una certeza de sus buenos primeros pasos en medio de la lucha por defender la democracia.
Depurar el Congreso es una tarea titánica. Aunque seamos muchos en las calles, seguimos siendo un pequeño David frente a un gran Goliat que se ampara en la supuesta legitimidad de su elección, frente a la cual no es digno. Sin embargo, la depuración es necesaria para lograr hacer valer la voz de candidatos que no alcanzaron las primeras casillas de los listados de sus partidos en 2015. Ojalá sean voces como las de la compañera diputada.
Este 20 de septiembre pidamos alto y fuerte diputados dignos y que todos los demás salgan del Congreso de la República de mi país. Démosle la espalda a quien ha negado reiteradamente con cada uno de sus votos estar del lado de la construcción de una sociedad en la cual se privilegie y defienda la vida frente a cualquier acto de corrupción, de impunidad, de interés personal.
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