Enojo, vergüenza, burla e indignación son solo algunas de las reacciones que generó la imagen del embajador estadounidense en el podio, cual gobernante, y del presidente Pérez Molina a la par, en calidad de paje o botones, atento a las palabras de su protector y con las manos tomadas en gesto de ansiedad. Semejante imagen se produjo durante la conferencia de prensa del martes pasado, en la que el moribundo gobierno de Pérez Molina anunció el apoyo del Gobierno del país del Norte para hacerle el trabajo de recuperar la SAT.
Demasiada iconografía como para suponer torpeza o ingenuidad. Torpeza o actitud derrotista de Pérez Molina y lo que queda de su administración, quizá, pero no de los gringos. Poco después, el jueves pasado, Pérez Molina se reunió con un grupo de embajadores y miembros de la comunidad internacional acreditada en Guatemala, ocasión en la cual los medios oficiales pregonaron con bombos y platillos que los diplomáticos extranjeros habrían expresado su apoyo al todavía presidente de la República.
Vaya. Un presidente a quien los únicos que lo sostienen en el poder son un grupo de extranjeros casi desafiando a la ciudadanía. Y, bueno, quizá uno que otro empresario guatemalteco timorato que prefiere sostener siete meses a un corrupto que enfrentar con valentía un desafío histórico. Temor o instrucciones de Gobiernos de otros países de evitar una crisis política sin control una vez que se cumpliera la voluntad de las guatemaltecas y los guatemaltecos de ver caer la cabeza de un gobierno corrupto e inútil. Así que, más que apoyarlo, la comunidad internacional y un grupito de guatemaltecos miedosos sostienen a una marioneta presidencial sin legitimidad ni solvencia moral para gobernar. Otto Pérez Molina, el títere y juguete de unos embajadores y empresarios, es hoy la peor vergüenza nacional.
Pero quizá, aunque parezca increíble, esto tenga una ventaja para la ciudadanía guatemalteca: permite redirigir la demanda y la protesta ciudadana a otros actores que se han mantenido muy cómodos agazapados en sus guaridas.
Dentro de estos actores se encuentran, sin duda, la mayoría de los diputados, quienes buscan lavarse la cara ofreciendo reformar la Ley Electoral y de Partidos Políticos, la Ley de Contrataciones del Estado, la Ley de Servicio Civil y la legislación necesaria para mejorar la administración de justicia. Sin embargo, en su discurso al inaugurar las mesas de discusión para estas reformas, el presidente del Congreso, diputado Luis Rabbé, dejó bien claro un desafío a la ciudadanía al indicar que «nadie tiene la verdad absoluta». Y luego fue evidente el menosprecio del Congreso a la palabra de la ciudadanía (en ese acto fue la voz del médico Edmundo Álvarez, pero ¡sería bueno que la próxima vez sean decenas de miles de voces!). Un buen número de diputados cree que los votos que los eligieron en septiembre de 2011 valen más que las voces de 60 000 protestando en la plaza. ¿Qué tal?
Además, en la mira de la protesta ciudadana están los candidatos y las candidatas que compiten en la contienda electoral actual, incluidos la mayoría de los diputados actuales, artistas de la demagogia y la mentira, más sus financistas, malabaristas del lavado de dinero y de fondos mal habidos. Prefieren asegurar votos con cancioncitas y regalos que convencer con debate y propuesta.
Quizá haya que agradecerle a la comunidad internacional su empeño en chinear al títere presidencial Pérez Molina, el corrupto presente que pronto será pasado. Quizá esto motive a concentrarse en los corruptos que tendremos que enfrentar en siete meses.
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