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En casa de Érica Velásquez, en el asentamiento La Joya 5, zona 7 capitalina, varios niños, entre familiares y vecinos, respetan el toque de queda jugando videojuegos y mirando pantallas varias. Simone Dalmasso

¿Conocemos los guatemaltecos la salud mental?

Guatemala y El Salvador son los mercados de mayor consumo de cerveza en Centroamérica
«La salud mental del país es muy frágil, no estamos acostumbrados a hablar de emociones y sentimientos»
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¿Conocemos los guatemaltecos la salud mental?

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La crisis del COVID19 y el llamado a encerrarnos ha activado alarmas entre los psicólogos, que comenzaron a ofrecer consejos para cuidar nuestra salud mental. En un país donde la violencia construye al Estado y desbarata la salud mental, ¿cómo es estar mentalmente sano? La pregunta más íncomoda tal vez no sea esa, sino ¿lo estamos?

En psicología social “acontecimiento” es un hecho o serie de hechos que cambian el rumbo de la vida de las personas, comunidades o sociedades. Es aquello que trastoca, lo que iba a ser y no fue.

Una niña de 11 años que es violada y queda embarazada es un acontecimiento. A esa edad va a criar a un hijo y eso la lleva a otra serie de situaciones que jamás habría tenido. Su vida “iba a ser” otra, pero un acontecimiento lo trastocó.

Con este ejemplo lo explica de golpe Marco Antonio Garavito, psicólogo social y director de la Liga de Higiene Mental.

Estar enfermo no es solo padecer síntomas. No es solo patológico. La psique del guatemalteco se formó a partir de dos grandes acontecimientos en su historia, dice.

El primer acontecimiento fue la conquista. «Para los pueblos indígenas la vida nunca fue lo que era, cambió la religión, el idioma, la posesión sobre la tierra... Los pueblos originarios mantuvieron su proyecto de pueblos hasta hoy día a través de la cultura, organización y cosmovisión».

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El otro acontecimiento fue la guerra interna. «Este país dejo de ser lo que podía ser, recordando que veníamos previo al conflicto, de una experiencia corta del proyecto revolucionario de octubre que abrió expectativas y posibilidades entre otras cosas, con sus imperfecciones, y con las dictaduras militares; nada de lo que iba a ser en este país volvió a ser. A esto sumemos narcotráfico y cómo eso trastocó el país».

El gran panorama de la salud mental pasa por aquí, y luego se va a manifestar en distintas expresiones, resume Garavito.

Una persona puede estar sana, pero no tener salud mental.

¿Cuánta de la violencia actual es resultado de aquel horror?

Julio Morales Sandoval acuñó el término “síndrome posviolencia” en un ensayo a la luz de su experiencia como médico en el Hospital Regional de Zacapa entre 1960 y 1985.

Anotó todos los daños físicos y psicológicos a consecuencia del conflicto armado interno en años de cuerpos represivos como “La Mano Blanca”, “Nueva Organización Anticomunista”, “Ojo por ojo”, “El Escuadrón de la Muerte” y otros.

Partió de la pregunta: ¿cuánta de la violencia actual es resultado de aquel horror?

En su ensayo aludió a que un país que sufrió por más de 30 años persecución, tortura, secuestros, mutilaciones, fusilamientos y asesinatos de adultos y niños no puede mantener al margen su conducta mental. Más de 20 años y miles de familias todavía buscan a sus desaparecidos… Daños acumulados sin tratamiento.

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Guatemala nunca más, el libro de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG), recoge testimonios de las crueldades sufridas por la población durante el conflicto armado interno. Describe el miedo, sensación de tristeza, injusticia, duelo alterado, problemas psicosomáticos, recuerdos y pesadillas que los aqueja. 

Sandoval anotó cada uno de los síntomas del síndrome posviolencia que observó: ansiedad, depresión, delirios de persecución, obsesión, anorexia nerviosa, sonambulismo, conducta suicida y aparición de diabetes entre otros. «Lo padecieron también los intelectuales y ejecutores de la violencia», escribió, «debido al temor de la venganza y la carga emocional de culpabilidad».

El resultado de la guerra es una población crónicamente enferma, temerosa y sin espíritu comunitario. La conclusión de Morales Sandoval: «Pasarán muchos años después de la Firma de la Paz para cicatrizar las heridas».

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En Guatemala el Ministerio de Salud, que está a cargo de tratar la salud mental, le dedica el 1 % de su presupuesto. Y ese 1 % va casi íntegro al Hospital Nacional de Salud Mental Dr. Federico Mora.

La crisis sanitaria por la COVID19 se convertirá en la excusa para terminar de acabar la Secretaría de la Paz (Sepaz) y delegaciones del Programa Nacional de Resarcimiento (PNR). Así lo denunció la Plataforma Nacional de Organizaciones de Víctimas y Sobrevivientes del Conflicto Armado Interno en un comunicado del pasado 1 de abril, en el cual denuncia su posible cierre. ¿Posible? El presidente Giammattei ya anunció que terminará con la Sepaz.

El PNR se creó para contribuir a reparar del tejido social desde lo psicosocial como parte del proceso de resarcimiento integral. «Pero solo se dedicó a repartir pisto y la gente en su pobreza a recibirlo, y ahí murió la reparación. Pero la reparación digna, cultural y colectiva no se dio», lamenta Garavito.

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Son más de 25,000 expedientes de beneficiarios del programa que aún siguen sin resarcir, son adultos mayores que viven en comunidades indígenas que enfrentan pobreza y carencias en el sistema de salud.

El alcoholismo es un rasgo de la ausencia de salud mental en los guatemaltecos. De cómo el proceso de frustración humana se resuelve por esta vía.

Alcohol, contrabando y salud mental

Pueblo Nuevo, Ixcán, Quiché, es una comunidad de retornados de México en 1994.

En 2002, las mujeres del lugar exigieron regresar un acuerdo comunitario que regulaba el consumo de alcohol debido a la creciente violencia que generaba, desde maltrato infantil a femicidios. En 2018 se retomó la prohibición. «La respuesta de expendedores y de una parte de la población ha sido de choque, desde agresiones a las autoridades hasta violencia sexual contra las mujeres», enumera Herberth Sandoval. coordinador del Movimiento Social de Ixcán.

Prudencio Ramírez, autoridad indígena del lugar, permanece detenido desde el 24 de febrero de este año bajo cargos de allanamiento y detenciones ilegales, pero el trasfondo es la regulación en el consumo de alcohol. Y es que más de cien comunidades restringieron la venta y consumo de bebidas alcohólicas, dice Sandoval.

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En los caminos más inhóspitos del Ixcán hay contrabando de licor. Pueblo Nuevo es la comunidad más grande y cercana a la frontera con México, ubicación útil a los carteles de droga.

América es el segundo mayor consumidor de bebidas alcohólicas, eso según la Organización Mundial de la Salud (OMS/OPS). En Guatemala la cerveza es la favorita de los consumidores.

De enero a septiembre 2019 la importación de cerveza en Centroamérica sumó US$170 millones, 32 % más de lo reportado en 2018. Guatemala y El Salvador son los mercados de mayor consumo, según cifras del Área de Inteligencia Comercial de Central America Data.

Para la OPS/OMS el consumo excesivo de alcohol desafía al desarrollo social y económico de un país, asociado a daños a la salud como trastornos mentales y violencia. Más de tres millones de personas mueren cada año en el mundo a causa del alcohol.

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«La violencia, las adicciones y otros trastornos de salud mental constituyen una cantidad de personas que enferman por esos motivos. Con frecuencia descuidamos este tipo de problemas, y nos enfocamos en ver pacientes con desnutrición crónica, diabetes, hipertensión, y muy pocas veces en prevenir tanta violencia, adicciones, depresión, suicidios», dice Lucrecia Hernández Mack, exministra de Salud.

Hemos dejado de celebrar la vida, de bailar, pero bebemos más.

Ya nadie se saluda

Es común escuchar acerca de dos grandes crisis en el país: la económica (desde su fundación), y la crisis política (falta de liderazgos, organización y participación de los ciudadanos). Garavito añade una tercera y a su juicio más peligrosa: la crisis relacional.

A pesar de los acontecimientos (la conquista y el conflicto armado interno), la gente se saludaba en la calle. En el barrio los muertos eran por enfermedad o accidente, y los vecinos acompañaban a los deudos. Se solidarizaban.

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«Pero nos jugaron la vuelta con los Acuerdos de Paz, nos vendieron la idea de seguridad para encerrarnos y aislarnos». «La estrategia fue romper a la sociedad, dividirla es intencional. Entonces, cuando la gente se conforma con migajas y solo resistir, ahí hay daño a la salud mental. «El cambio a este país solo será posible en la medida en que podamos reconstruirlo, pero no se puede reconstruir desde una lucha individual», apunta Garavito.

A esto sumen frustración.

El Índice de Desarrollo Humano (PNUD) coloca a Guatemala en el puesto 126 de 189 países. El 59 % de su población vive en pobreza y pobreza extrema, y el 70 % vive de sus ingresos en empleos informales, según la Encuesta Nacional de Empleos e Ingresos ENEI 2014-2015.

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Para tener cierto grado de satisfacción personal o colectiva los seres humanos necesitan satisfactores económicos, emocionales, espirituales, culturales y cuando no se alcanza, se da la frustración. Ese estado de insatisfacción por una vida que no permite alcanzar lo que se quiere. Un amor, un trabajo, salud, comida.

«Necesitamos ver si somos una sociedad que permite a cada persona construir un proyecto de vida o si apenas estamos logrando construir seres humanos que sobrevivan a la sociedad, y que realmente puedan soñar y disfrutar, o tener una visión o perspectiva más optimista de la vida». Ser personas respetuosas que tengan interacciones sanas con otras personas, eso como parte de la promoción de la salud mental, propone la exministra de salud.

Porque a más frustración humana, más violencia y agresión.

Como preguntaba Morales Sandoval, el médico de Zacapa: ¿cuánta de la violencia actual es resultado de aquel horror? Hay que reconocer que estamos dañados y resolver determinados procesos y coyunturas.

Sí, pero ¿cómo?

Una cicatriz en el huipil

La resiliencia es la capacidad del ser humano para superar situaciones traumáticas y sobreponerse a un evento que puede marcar la vida. Se sale de ello con ayuda, aunque en Guatemala también queda lejos.

Los guatemaltecos a pesar de la adversidad aún pintan y cantan. Toda expresión artística ayuda en los procesos para reconstruir, para volver al telar y urdir ese huipil de colores dejado a medias por tanta violencia.

En las mujeres la capacidad de resiliencia es mayor.

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Julia Cal es psicóloga del Juzgado de Primera Instancia de Femicidio y Otras Formas de Violencia Contra la Mujer de Cobán, Alta Verapaz. Su trabajo es escuchar y acompañar desde lo emocional y psicológico a mujeres. Cal conoce de cerca y desde diferentes ángulos la violencia.

«La salud mental del país es muy frágil, no estamos acostumbrados a hablar de emociones y sentimientos, menos a expresarlos como reír o llorar. Estamos acostumbrados a callar y mantenernos en silencio», dice.

En 2011, las mujeres representaban más de la mitad de pacientes atendidos en todos los establecimientos de salud mental en el país, según Informe sobre el Sistema de Salud Mental en Guatemala. Ante ello, organizaciones q´eqchí como Nuevo Horizonte en el municipio de Chisec, forman a mujeres para servir de terapeutas, trabajan desde sus propios procesos para ayudar a otras a sanar. «Me parece interesante el trabajo grupal porque nosotras tenemos la habilidad de ayudarnos y entretejernos». También la Pastoral Social tiene dos terapeutas, una q’eqchí y otra poqomchí.

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Los psicólogos aprendieron desde el conocimiento occidental, por eso Cal valora ese trabajo para contextualizar y procurar la salud mental desde cómo se concibe desde los pueblos, y en su propio idioma.

Desde esta cosmovisión, vivir es como deshilar la madeja de lo que se hace cada día.

 «Cuando algo irrumpe ese deshilar y con violencia rompe el hilo, el tejido no va a ser el mismo. Por ejemplo, alguien que teje un huipil y se le rompe el hilo, dejará una marca, una cicatriz. Esa parte de la violencia es compleja de comprender y afecta fuertemente en la vida emocional y psicológica de las personas», explica Cal.

Piscólogos que necesitan psicólogo

En Guatemala hay siete psicólogos por cada 100 mil habitantes, según el informe sobre salud mental en Guatemala 2011 (IESM-OMS); una cifra baja, si se compara con el personal médico, 90 por cada 100 mil habitantes, según la Organización Médicos del Mundo. Otra cifra que también es baja.

Marlene Castillo dirige la oficina de atención a la víctima de la Fiscalía de la Mujer en Alta Verapaz. Hace diez años era la única psicóloga en la institución cuando a diario atendía entre ocho y 12 mujeres violentadas. Y son tantos los casos que ahora atienden seis psicólogas y cada una sigue igual de desbordada.

En Guatemala su profesión no se valora. Pero vale la pena acercarse a un psicólogo.

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En el Ministerio Público, una vez al año, las psicólogas reciben un taller de autocuidado para revisar su salud mental, pero no es suficiente. Hay que buscar canalizadores del estrés como recrearse, dormir bien, alimentarse, o practicar zumba, a Castillo le funciona para liberar estrés y emociones recibidas de cada paciente.

Las comadronas también ejercen roles de psicólogas y consejeras para las mujeres, niñas y adolescentes violentadas sexualmente, en sus comunidades.

«Somos un pueblo enormemente resiliente, los guatemaltecos hemos pasado por cuarenta mil adversidades y sin embargo disfrutamos la vida. Tenemos una gran capacidad resiliente, lo que no tenemos es un Estado que aproveche esa capacidad, esa fortaleza, porque la violencia sirve para otras cosas como obtener poder, dinero…», señala Garavito.

¿Estamos locos? No. ¿Pero estamos sanos?

En 2012 hubo una denuncia contra el Estado de Guatemala ante la Comisión Internacional de los Derechos Humanos (CIDH) por las condiciones y el trato a los pacientes del Hospital de Salud Mental Dr. Federico Mora.

En 2014 la BBC de Londres publicó la investigación Violaciones y tortura: el infierno del peor hospital psiquiátrico de América. A partir de ello, como parte de las políticas a implementar se estableció la necesidad de llevar a cabo un proceso de descentralización. El lineamiento general en todos los países fue cerrar aquellos hospitales considerados manicomios como el caso del hospital psiquiátrico Dr. Federico Mora.

Michel Foucault, filósofo y psicólogo francés, niega el carácter «científico» del manicomio para entenderla y analizarla como un espacio de vigilancia, disciplina y control social.

«La idea es que los hospitales tengan programas de salud mental y espacios para no tener un hospital en sí, “un manicomio” como le llamaban antes, sino atenderlos como cualquier otra enfermedad para evitar el confinamiento y estigmatización de pacientes psiquiátricos», explica Hernández Mack, la exministra de Salud.

Una estrategia nacional para la salud mental

Hay que modernizar la idea de salud mental y superar la idea de que no necesitamos ayuda de tipo psicológico o emocional, cuando solo es otra dimensión del ser humano que muchas veces dejamos de lado por ser estigmatizado. ¿Si va al psicólogo es porque está loco? La respuesta es no.

«Necesitamos una estrategia nacional de salud mental», propone Garavito, «pero cuando hablo de ello no es que se necesite medicina para curar locos, la solución serían 40 mil psicólogos, sino rehumanizar a la población para sanar. Para eso deben servir la escuela, los medios (de comunicación), las iglesias».

También es necesaria la atención clínica para quien requiera soportes más fuertes como traumas de desarrollo, problemas de vida grandes que necesiten apoyo psicológico o psiquiátrico. Estos abordajes pueden ser colectivos como los grupos de autoayuda o de salud mental comunitario.

Tendría que convertirse en una política, en una ley. Pero «en el congreso hay dudas en cuanto si es necesaria una ley o basta con revisar procesos para descentralizar», insiste la exministra y ahora diputada de Semilla.

Este es como cualquier otro problema urgente de salud con varios niveles de abordaje. Desde lo individual y lo colectivo, lo consciente y lo inconsciente para cambiar el estigma sobre la salud mental.

«Hay traumas no resueltos, todos los seres humanos los tenemos, pero encima vivimos en un Estado donde no podemos trabajarlos ni encontrar el camino para resolverlos», le inquieta a Garavito, como el ejemplo de la niña violentada y embarazada a los 11 años. Guatemala es esa niña que nadie atendió ni acompañó.

La crisis colectiva por la COVID19 nos pone a prueba, confirma que hay cosas que no podemos sobrellevar solos.

El huipil que somos sobre el telar espera los hilos de colores para rehumanizar. Tejer es terapéutico, dicen las abuelas, y sana.

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