Y, después de ver ayer una película llamada “ocho asesinatos al día”, estoy empezando a creérmela. Poco a poco se va asentando la idea que Juárez es un sitio peligroso. Aunque la verdad sea dicha esas películas con pretensiones de documental pueden ser engañosas. No es que esta lo sea, no sé cuál es exactamente la situación en Juárez. Pero habiendo ayudado a hacer algunos de esos documentales, puedo decir que es más lo que alarman que lo que informan.
Lo tiene todo: tomas de noche, entrevistas con gente de ONG´s que usan palabras como “procesos de socialización violenta”, expertos que culpan al gobierno mexicano y al de Estados Unidos, más tomas de noche, muchos, muchos muertos y entrevistas con periodistas que le dan gracias a Dios -sin muchas ganas- porque la noche que salieron con el documentalista “ha sido una noche tranquila”.
Además de enterarme que el actual alcalde de Juárez es narco (de eso lo acusan), que Calderón y México se benefician del narcotráfico y que Estados Unidos financia al Ejército Mexicano, que por cierto es “la organización criminal más grande del mundo”, la película no me ayudó a entender qué está pasando allí. Quizá nadie lo sabe.
Eventualmente me tocará ir a averiguar por mí mismo.
Hasta ahora, la soledad no se ha logrado asentar en mi apartamento. Me mantengo ocupado y me han rodeado de tanto cariño y compañía que me siento arropado en todo momento.
Mientras, continúo ambientándome a El Paso. Hallé una forma de burlar el proceso de admisión a la piscina y gimnasio de la Universidad de Texas en El Paso y estoy encantado de poder nadar allí y no en la piscina del YMCA.
No es que tenga nada contra el YMCA, de hecho estuve a punto de inscribirme allí. No es personal con el YMCA, solo que me trae malos recuerdos. Recuerdos de un viaje accidentado a Estados Unidos.
Creo que fue en el 82 o 83, la economía de Guatemala aún daba para que mi papá viviera sin pegar golpe. Tanto así que se podía tomar semanas enteras para ir a Miami, comprar un carro y manejarlo hasta Guatemala. En uno de esos viajes, me dejó acompañarlo y por un problema mecánico, nos vimos en Nueva Orleans sin hablar inglés, sin conocer a nadie y con un problema de tacañería crónica.
Nos registramos en un motel barato, pero horas más tarde mi papá vio a lo lejos el símbolo del YMCA y eso fue todo. Fuimos al motel (un Howard Johnson creo que era) y me hizo que explicara que necesitábamos dejar la habitación y que, como sólo teníamos unas horas de haberla rentado, merecíamos el dinero de vuelta. Nos dieron la mitad, el resto se lo cobró con las toallas y los jabones.
Puesto a ahorrar, arrastramos el equipaje (esto era antes de que a alguien se le ocurriera ponerle ruedas a las maletas) quince de esas cuadras larguísimas de los EEUU hasta llegar el YMCA. A todo esto yo tendría ocho o diez años y ya me lo tomaba como una ofensa que cada cuadra se parara a preguntarse si no valdría la pena pagar un taxi. Las primeras siete decidió que no, porque no estábamos cansados y las siguientes ocho, porque ya estábamos cerca.
En el YMCA la cama estaba rota, el cuarto sucio y el baño compartido con unos chavos que entonces se me hacían raros y hoy, en la distancia, podría jurar que eran yonquis.
Si a esto le añadimos que mi papá trataba de hablarle en francés a todo el mundo -por aquello de que encontrase algún remanente del pasado francófono de la provincia de Lousiana- y que por nuestra incompetencia lingüística (o era tacañería?) estábamos forzados a una dieta de panqueques de McDonalds y pollo frito picante o extrapicante de Popeye’s, el viaje resultó toda una aventura.
La piscina del YMCA acá en El Paso, es un poco como ese viaje. Se sobrevive, pero no es como para disfrutarlo.
Mi amigo, Julio apuntó que una piscina en un desierto es una contradicción enorme. No lo había pensado pero tiene razón, una masa de agua tan impresionante (la piscina es además de grande, tan profunda que al llegar al fondo duelen los oídos) es ilógico en un lugar donde no hay agua en ninguna dirección.
Esto es el puro desierto, de ese de las películas de vaqueros.
No lo creía pero había grandes bolas de “tumbleweed” en la carretera hacia Las Cruces, un pueblo a una hora de camino. Sí, esas enormes bolas de maleza que van dando tumbos por el desierto en los westerns. Eran tantas que cada cierto tiempo, una de ellas chocaba contra el frente del auto, causando una lluvia de astillas.
Me gusta el desierto. Me gusta el atardecer en el desierto. Y creo que pronto me gustará más. Tengo el encargo de capturar el desierto en Las Vegas la próxima semana.
J.
28 de febrero de 2011
Just one note can make me choke, one note that’s not a lie.
Just one note can cut my throat, one note could make-me-die!
Más de este autor