De un lado del estado, cientos de niños expuestos a la tuberculosis. Cientos de bebés, a lo largo de un año, expuestos a la tuberculosis por una empleada de un hospital en El Paso.
Del otro lado del estado, el ébola ha llegado a Estados Unidos del brazo de un hombre que fue a visitar a su familia a África.
En el primer caso nos dijeron que no era grave, que nada teníamos que temer y la lista de bebés expuestos continúa creciendo. En el segundo caso, nos dicen que no es grave, que nada tenemos que temer.
Y yo no temo. Porque siempre he pensado que una vez que el Apocalipsis -en su presentación zombie o normal- se instale entre nosotros, las preocupaciones cotidianas pasarán a ser secundarias.
El día que todos estemos vomitando sangre, sangrando por los ojos y sintiendo como nuestros órganos se convierten en gelatina ya no estaremos pensando en qué vamos a hacer de almuerzo ni en si los chicos hicieron la tarea o no.
Todas nuestras pequeñas angustias serán un dulce recuerdo de cuando las cosas eran buenas y la vida transcurría dulce durante el verano. Cuando nuestras carreteras y caminos en el cielo se conviertan en las venas por donde transite la enfermedad que arrasará con casi todos (hay quienes aseguran que solo los ermitaños se salvarán) ya no tendremos que ir mañana y tarde a ver si vino el correo. Porque el cartero habrá echado su último vómito con sangre la noche anterior.
Pero para eso, entiendo yo, falta un poco. Para que la histeria se apodere de nosotros y no solo de los comentaristas de televisión, falta. Falta que la enfermedad llegue a la ciudad, falta que caiga la primera víctima. Entonces sabremos que el fin se acerca.
[frasepzp1]
Supongo que ese es el encanto de las películas y series de zombies y escenarios post apocalípticos. Todas tus angustias, tus rencores, las manías que hacen insufrible para otros la vida en común contigo, las pequeñas privaciones que nos recuerdan nuestro lugar en el mundo y todas esas cosas en la que decidimos enfocarnos los pesimistas desaparecen oscurecidas por la sombra del fin de la civilización como la conocemos.
El mundo en que vivimos es reemplazado por uno más simple, donde casi siempre las decisiones tienen consecuencias binarias y por lo tanto más fácil de manejar.
Pero al final de cuentas supongo que en el mundo postapocalíptico tiene que haber preocupaciones. Más aterrizadas que angustiarnos por si va a caber toda la ropa en una sola carga en las lavadoras o si vamos a tener que pagar dos lavadoras y dos secadoras y preguntarnos cómo es posible que un adolescente use 18 camisetas en una semana. Pero tiene que haberlas.
Y no quiero pensar en ellas, porque si hay veces que mis preocupaciones mundanas me ponen de rodillas, no quiero pensar en qué cosas terribles me angustirán cuando se acerque el final de los tiempos. Cuando la peste haya llegado a instalarse entre nosotros.
Imagino que las películas y las series apocalípticas son un poco como el porno o los filmes de autos veloces y nos ocultan los tantos otros aspectos que son menos atractivos que el tema central del que tratan. Y seguro es que algo de aburrido debe tener el apocalipsis.
Pero mientras ese momento llega, charlo con mis compañeros de trabajo. Charlo de mis angustias sobre historias que no se concretan, sobre reportajes trabados en las tuberías y fotos que nunca verán la luz. Y me amargo.
Me amargo, hasta que veo que no es uno, sino dos gorriones muertos. Y veo las moscas que comienzan ese festejo de la muerte que solo las moscas pueden hacer. Y entonces comprendo que lo peor siempre está por venir para los pesimistas.
While we were on our knees
Praying that disease
Would leave the ones we love
And never come again
Más de este autor