Uno de los famosos lemas de campaña de Clinton en ese entonces era quién de los dos estaría mejor preparado para contestar una llamada urgente a las 2 de la mañana. No hay que olvidar que, luego de dos períodos bajo la conducción errática e impopular del republicano George W. Bush, Estados Unidos se encontraba hundido en una crisis financiera e inmobiliaria que llevaría a una de las peores recesiones económicas en su historia, además de que libraba dos guerras, en Irak y Afganistán, con un caudal agobiante de bajas militares estadounidenses.
¿Ha sido Obama el líder del cambio? ¿Cuál ha sido su interpretación de las relaciones internacionales en un mundo cada vez más multipolar? De unos cuantos años para acá, mucho se ha hablado de la doctrina Obama, pero ¿en qué consiste?
En un detallado reportaje en The Atlantic de abril, el periodista Jeffrey Goldberg se inclina a afirmar que el papel de Estados Unidos en el mundo cambió dramáticamente y resume la doctrina Obama en algunos aspectos clave. Primero, la admisión de que Estados Unidos no puede ejercer un nivel de control absoluto para intervenir sistemáticamente y apaciguar o terminar con las crisis internacionales —particularmente en Oriente Medio— sin que ello perjudique los intereses nacionales. Segundo, que las prioridades apremiantes son otras, principalmente el cambio climático, la expansión de las relaciones comerciales con Asia y la erradicación de los llamados califas del Estado Islámico.
En sí, como buen pragmático, Obama apuesta por aquellas acciones que incrementalmente le pueden crear réditos al país, en lugar de arriesgarse en asuntos destinados a seguir fracasando, esperando que otros se ocupen de los desastres provocados por Estados Unidos.
Esta nueva doctrina, mitad realista, mitad internacionalista y menos intervencionista que la de sus predecesores, ha enfurecido a sus críticos, quienes consideran que la inacción de Obama en Siria y su rechazo de enviar tropas a aquel país o a aquellos lugares donde el Estado Islámico tiene de rodillas a poblaciones enteras no hará más que precipitar el caos a nivel internacional. Esa moderación, que también ha impregnado su agenda doméstica, le ha valido críticas por no concebir estrategias más contundentes a largo plazo. El primero en admitirlo es Obama, a juzgar por una entrevista el domingo pasado en CNN, en la que expresaba que el peor error de su presidencia ha sido no haber contado con un plan posintervención para Libia luego de que derrocaran al dictador Muamar el Gadafi en 2011.
En cuanto a América Latina y el Caribe, el patio trasero usualmente olvidado, castigado o intervenido recurrentemente sin resultados prometedores de gobernabilidad y prosperidad, la normalización de las relaciones con Cuba entra dentro de la categoría de prioridades y nuevos relacionamientos que pueden arrojar mayor éxito para Estados Unidos. Lo mismo se podría decir de la famosa Alianza para la Prosperidad en el Triángulo del Norte centroamericano y, en Guatemala, del apoyo diplomático brindado en los últimos años contra la impunidad y a favor del fortalecimiento de las instituciones de administración de justicia. Pero dichas estrategias levantan todo tipo de sospechas. Algunos grupos (tanto de izquierdas como de derechas) perciben una agenda intervencionista solapada, como la del supuesto golpe blando luego del desafuero del gobierno de Otto Pérez Molina por actos de corrupción.
Al final del reportaje, Goldberg concluye que, mientras Bush va a ser recordado duramente por las cosas que hizo en Oriente Medio, Obama está apostando a que va a ser juzgado positivamente por las cosas que no hizo. Pero puede que la historia no sea tan benevolente con las cosas que hizo a medias.
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