Nuestra emoción no se vio defraudada cuando empezamos a ver los cambios: un Diario de Centro América que había recuperado la seriedad, lo cual un medio oficial debería tener (dentro de los límites posibles, claro está); la recuperación de muchas obras de nuestra historia literaria; y una serie de publicaciones que nos hicieron respirar con satisfacción durante algunos años. Y la revista cultural semanal, que muchos esperábamos, sabiendo que allí encontraríamos todo un menú de textos de enorme calidad para la reflexión, el placer o el debate. Todo echado por la borda recientemente, es obvio que no se supo valorar el trabajo hecho y se volvió a optar por la mediocridad, y esto nos dejó nuevamente frustrados, a la espera de otro momento de lucidez en nuestros gobernantes.
Claro, tanto a Ana María como a Quique les tocó sufrir el precio del trabajo bien hecho en una instancia de gobierno. Lo que luego para nosotros se traducía en información seria y buenos momentos de lectura, para ellos significaba tener que hacer una limpieza general de tantos años de desidia, olvido y corrupción, algo que por supuesto a muchos no les convenía. ¡Ah, el Estado como fuente de riquezas mal habidas para muchos!
Tal vez por esto mismo, cuando me enteré que Ana María había sido nombrada como Directora de la Biblioteca Nacional, pensé que no todo estaba perdido, sabía que si alguien podía ser capaz de devolverle la dignidad a la Biblioteca, era ella. Crecí viendo cómo esta institución se iba desmoronando lentamente en medio de la depredación y el abandono. Uno de los únicos recursos de su tipo en Guatemala, llegó a ser el último lugar al cual un investigador serio acudiría para hacer sus consultas. Un monumento decadente más, un símbolo de la poca preocupación por la cultura de nuestros gobiernos, a la Biblioteca Nacional parecía habérsele dado una nueva oportunidad con la llegada de Ana María Rodas. De ahí, mi decepción al saber que la maquinaria burocrática del Estado le estaba dificultando la renovación de su contrato.
Al final, los que salimos perjudicados somos nosotros. Tanto Ana María Rodas como Enrique Noriega seguirán trabajando en contra de la marea, produciendo literatura de gran calidad, aportando al desarrollo cultural del país desde los espacios que les toque. Somos nosotros los que nos quedamos sufriendo estos vacíos.
Espero que en el momento en el que este texto sea leído por ustedes, ya ella esté de nuevo al frente de la Biblioteca. Sueño con que éste, como muchos espacios más, se convierta en un verdadero centro de la cultura, cuya misión es contribuir a la formación de una ciudadanía más informada, más crítica, más feliz.
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