Su planteamiento está sintetizado en uno de los párrafos de su obra: «Son, pues, los mismos pueblos los que se dejan o, más bien, se hacen someter, pues cesando de servir serían, por esto mismo, libres. Es el pueblo el que se esclaviza, el que se corta el cuello, ya que, teniendo en sus manos el elegir estar sujeto o ser libre, abandona su independencia y toma el yugo, consiente en su mal o, más bien, lo persigue». Todavía en la actualidad las autocracias se estudian como imposiciones externa...
Su planteamiento está sintetizado en uno de los párrafos de su obra: «Son, pues, los mismos pueblos los que se dejan o, más bien, se hacen someter, pues cesando de servir serían, por esto mismo, libres. Es el pueblo el que se esclaviza, el que se corta el cuello, ya que, teniendo en sus manos el elegir estar sujeto o ser libre, abandona su independencia y toma el yugo, consiente en su mal o, más bien, lo persigue». Todavía en la actualidad las autocracias se estudian como imposiciones externas a la sociedad y los sujetos tiranizados como víctimas netas, pero las palabras acusatorias de La Boétie resuenan: somos los ojos con los que se nos vigila, las manos con las que se nos sujeta.
Haciendo justicia a su pensamiento y a la realidad, hay que preguntarse de qué se nutre el poder opresor y de quiénes se sirve, de qué vive la tiranía. Vive de todos. De tus visitas al hermano del ministro, al coronel o al comisionado al que sigues frecuentando porque quién sabe y por si acaso y porque sí, pues ya es costumbre y no es momento de hacer cambios sospechosos. Y porque —así te lo repites— en el fondo no está con ellos ni los quiere ni manda un carajo, pues es solo un ministro de puro nombre. Y porque al calor de los tragos te desliza un chambre que hará más certero tu próximo análisis, tu charla, tu artículo, tu reporte o tu consejo a la junta directiva.
Vive de tu miedo y de mi miedo. Del hambre de normalidad y de sus simulacros. De la fiesta que nos llama y del mall que nos imanta. De los platos y los tragos que no le rechazaste al conocido malversador porque qué feo, ¿no? Del favor que pediste y que ahora te pesa como una hipoteca, bultoso pero no tanto que no se pueda ocultar tras una botella de Chivas Regal en el momento oportuno.
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Vive de las consultorías que hace años aceptaste y que ahora asumes como un pecadillo venial y olvidable, pero que en cualquier momento te podrían echar en cara. Las consultorías para justificar un megaproyecto o para construir una imagen bonachona de la Policía. ¿O fueron otras quizá? Tal vez fueron las consultorías para explicar el cambio climático, un tema muy técnico y lejano a la política nacional, y sus nimios alcances atmosféricos. Pero, entonces, ¿para qué trabajarlo? No lo sabes ni es asunto tuyo. Te contrataron por tu pasado adecuado y tu presente impoluto. Por tus conocimientos técnicos.
Vive de los impuestos que te perdonaron y de los contratos que te adjudicaron. De tu vanidoso medrar en la embajada a la que te aferras porque es la cumbre de una larga carrera sobre los cadáveres de tantos colegas que no supieron caer tan bajo para llegar tan alto. Del discurso servil y del silencio cómplice. De los juicios, datos y adjetivos que, sabiéndolos calumniosos, vertiste contra quienes cometieron el atroz delito de pensar diferente. De tu susurro de soplón y del sello que estampaste.
Vive de tu disciplina militar y más aún del cañonazo de medio millón de dólares que no pudiste resistir. De tu disciplina partidaria y de tu olvido del día en que pensaste que debías dejar de pensar y recordar. De tu dedo que un día estuvo curtido y tuvo callos, pero que ya no los tiene porque el desempleo lo alejó del arado y de la sierra. De tu dedo que da lo mismo si está en la mano izquierda o en la derecha. De tu dedo que no señala a ningún culpable ni sabe de golpes de Estado, pero que hoy aprieta el gatillo para que todo vuelva a la única normalidad que conoce, esa donde los empresarios evaden impuestos, los consultores se sientan al opíparo banquete, los diplomáticos justifican crímenes, los médicos rematan a los heridos, los eclesiásticos anteponen la bolsa a la vida y los amigos en bandos rivales a muerte siguen visitándose por si acaso y porque nunca se sabe... quién necesitará de quién el día de mañana.
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