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Guadalupe Gallardo, de dos años y medio, juega con su monopatín, en la plaza desierta del Parque Central de Guatemala, el 17 de marzo. Sus padres son vendedores ambulantes y no pueden quedarse en casa por falta de recursos económicos. Simone Dalmasso

"Debido al coronavirus, todos estamos en el mismo barco". ¿Estamos?

Si el principio básico de la autodeterminación individual se pervierte con el egoísmo nacional, el orden liberal no tendrá más que un papel secundario
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"Debido al coronavirus, todos estamos en el mismo barco". ¿Estamos?

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Las investigadoras Martyna B. Linartas y Marianne Braig, de la Universidad Libre de Berlín, abogan por crear Por un Fondo Verde Global de Solidaridad.

En el pasado, la frase del titular se aplicaba a epidemias y pandemias que se desataban como jinetes apocalípticos que dejaban zonas enteras con muertos, independientemente del origen económico, étnico o nacional de la víctima. Hoy encontramos una escena diametralmente opuesta a la cita que abre. El coronavirus abre el telón y proporciona de la manera más brutal información sobre las divisiones que están aumentando en nuestras sociedades, incluso más rápido que la tasa de infección en sí.

Por mencionar solo algunos titulares: si bien las personas con trabajos bien remunerados pueden trabajar desde casa, la gran mayoría de los trabajadores en la Ciudad de México "no puede dejar" de trabajar en la calle, mientras se enfrentan a la pregunta: ¿Moriré de COVID19 o de hambre? En Chicago, estado muy afectado por la pandemia, un informe reciente sostiene que el 70% de las personas que murieron por COVID19 eran negras, a pesar de que las personas negras representan solo el 30% de la población de la ciudad. En Alemania, en tres mataderos en tres pequeñas ciudades, se reveó no solo los riesgos para la salud de los trabajadores, sino también los agravios sociales a los que están expuestos trabajadores migrantes de los Balcanes.

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En perspectiva global, no debemos olvidar que los estados en desarrollo y los emergentes no tienen las mismas capacidades de hacer pruebas. Eso en parte explica por qué sus números no llegan a los titulares. Sería erróneo y fatal concentrarse solo en la cantidad de casos confirmados, pacientes recuperados y conteos de muertos, por la simple razón de que la cantidad de muertes por COVID19 no es la esencia del asunto. Son las desigualdades que salen a la luz, dentro y entre los Estados, las que muestran sus rostros globales, enredados e interdependientemente nefastos.

Esta representación dramática no es un mero dispositivo estilístico. Para respaldar esta afirmación, solo necesitamos retroceder algunas semanas antes de que el coronavirus se convirtiera en un problema de salud urgente. Sus consecuencias ya afectaban en gran medida a las regiones pobres simplemente debido a su integración en los mercados globales y los procesos financieros. Incluso sin un gran número de infectados, los impactos económicos y sociales son extremos, y estos son asimétricos. Las consecuencias en los "Estados débiles" con instituciones de bienestar social volátiles o sin ninguna en absoluto, es dejar atrás a millones de personas.

Solo un pensamiento crítico nos permite comprender y tener en cuenta la tragedia de los que más sufren, que están allende las fronteras nacionales y europeas. Hacía ellos deberíamos dirigir nuestra atención. ¿Por qué? Porque si no, el principio central del orden liberal, basado en la autodeterminación individual, se pervertiría de egoísmo nacional, y el orden mundial liberal cavará su propia tumba.

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Coronavirus en la región más desigual del mundo: América Latina y el Caribe

La región más desigual del mundo sigue siendo América Latina, y su situación empeora. Después de solo tres meses, 60,000 millones de dólares se fugaron de la región. Esta salida de capital sin precedentes puso a todos los estados bajo una enorme presión: es cuatro veces más de lo que salió durante toda la crisis financiera mundial de 2008/2009, según Jens Arnold, economista senior de la OCDE. Y mientras los países orientados a la exportación sufren enormemente por la caída de precios de materias primas como el petróleo y el cobre, otros tienen que soportar la caída del turismo internacional o la merma de las remesas.

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Si eso no fuera suficiente, las políticas fiscales de los estados de América Latina tienen recursos limitados: la relación impuesto-PIB del 22.8% a partir de 2019 está más de 11 puntos porcentuales por debajo del promedio de la OCDE, de 34.2%. No es una novedad que las consecuencias de una tributación poco progresiva e insuficiente conduzcan a un aumento vertiginoso de las tasas de desigualdad económica. La CEPAL pronostica que la crisis de coronavirus creará 29 millones de pobres más, para alcanzar a 215 millones de personas.

La pobreza se manifiesta en el sector informal, más condenado a vivir al día y a trabajar en la calle. En Brasil y México, este es el caso de la mitad de las personas. En Perú y Bolivia sucede para cuatro de cada cinco personas. Dado que, en promedio, más de la mitad de la población carece de riqueza alguna, las consecuencias en caso de pérdida de sus ingresos representan una severa amenaza existencial. Las favelas enfrentan otra realidad.





Por lo tanto, el encierro no es una alternativa para la mayor parte de la población y, en poco tiempo, los sistemas de salud débiles colapsarán por completo. El 3% del PIB que América Latina invierte en el sistema de salud pública ni siquiera representa la mitad del promedio de la OCDE. La cantidad de camas de cuidados intensivos está provocando una sensación de urgencia: México tiene alrededor de 7291 para atender a una población de 125 millones de personas, Perú 685 para 31 millones y Bolivia 323 para 11.3 millones. Los países en desarrollo y los emergentes no solo tienen menos camas de cuidados intensivos, sino también más personas con afecciones médicas subyacentes.

Las tasas de mortalidad no solo aumentan con la edad, sino también con el peso. Según un estudio realizado por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), la obesidad es uno de los mayores factores de riesgo de muerte por COVID19 para personas menores de 50 años. En este contexto, el coronavirus golpea a los países latinoamericanos particularmente fuerte porque, por contra intuitivo que pueda parecer, la obesidad es una enfermedad que afecta desproporcionadamente a los pobres. El país más obeso del mundo es México: afecta al 34% de las personas y se ha convertido en la principal causa de muerte del país, al estar directamente relacionada con la diabetes de tipo 2. Por esta razón se pierden 100,000 vidas por año.

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Los verdaderamente más débiles de la sociedad permanecen lejos y al fondo. Los niños y las mujeres son los más vulnerables. Las líneas directas contra la violencia de Argentina han recibido hasta un 40% más de llamadas de ayuda desde que comenzó la cuarentena, mientras que en Colombia el número aumentó un 90% y en México aumentó más del 100%.

Del mismo modo, los menores sufren más. Al cerrar guarderías y escuelas, se reduce la igualdad de oportunidades y aumenta el riesgo de deserción permanente, aumentando además los riesgos de abuso infantil. No se necesita mucha imaginación para entender que la situación de mujeres y niños se deteriorará dramáticamente.

La trama de nuestro orden liberal (¿mundial?)

Lo que estos números no muestran es lo qué está en riesgo si el coronavirus continúa propagándose sin apoyo para aquellos que más lo necesitan. De lo que hablamos, parafraseando a Bill Clinton, es no solo de "la economía, estúpido", es el orden mundial liberal que está a punto de caer en el abismo.

Somos "un mundo en crisis". Incluso antes de la pandemia, las desigualdades extremas, las guerras comerciales y la proliferación de gobiernos autoritarios populistas y líderes políticos cuestionaron los fundamentos del orden mundial liberal. Las restricciones a la exportación en pánico y los cierres de fronteras a raíz de la crisis permitieron vislumbrar una escena que amenaza con solidificarse. Si permitimos que estos excesos crezcan, es solo una cuestión de tiempo antes de que los logros de décadas se vean privados de su atractivo.

No debemos olvidar: el orden liberal se convirtió en un orden mundial liberal. Nuestro statu quo no estaba en la naturaleza de las cosas. Más bien, como dice Judy Dempsey, resultó ser atractivo.

Pero ¿qué pasa si otros, ni los estados liberales ni sus actores, ofrecen apoyo a los que están más desesperados? ¿Tenemos respuestas a preguntas sobre su pérdida de legitimidad? "El futuro y lo más distante sean para [nosotros] la causa de [nuestro] hoy", dijo Nietzsche.

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Tenemos que responder a dos preguntas:

¿A dónde queremos ir?

Nuestro objetivo obvio es recuperar nuestra fuerza anterior.

¿Y cómo podemos lograr nuestro objetivo?

Solidaridad es lo que necesitamos para pasar la prueba impuesta por el coronavirus.

Al final, seremos juzgados sobre cómo lidiamos con los que comparten nuestro principio básico, incluidos los más débiles. De hecho, más que antes, como expresó recientemente el ex Director General de la OMC Pascal Lamy, frente al "mayor desastre de desarrollo de nuestros tiempos", debemos tomar medidas basadas en la solidaridad.

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Es tan simple como obvio por tres razones.

Primero, desde una perspectiva sociológica, un orden liberal sin solidaridad es una floración retórica hueca. Una sociedad que, a nivel individual, se basa en la autodeterminación individual, desarrolla a nivel social interdependencias y complementariedades, uniendo a los individuos. Siguiendo a Émile Durkheim, el sentido común de esta cohesión se expresa en el término de solidaridad: valoramos los que permiten intrínsecamente nuestro modelo de sociedad, porque solo en este esfuerzo común podemos convertirnos en creadores de nuestra propia fortuna. De ello se deduce que la solidaridad es lo que necesitamos para restaurar el flujo de sangre al corazón de nuestro orden liberal.

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Segundo, si queremos que la trama política (liberal) se base en nuestro principio básico, no debemos permitir que los actores legales pierdan su legitimidad y pasen el control a aquellos actores que aspiran a sobrescribir la narrativa: no podemos dejar actos de solidaridad a la mafia y los gánsteres. Sería una ganga faustiana: trágica, pero irresistible. Los estados latinoamericanos están cada vez más en una competencia de creación de estados con delincuentes bien organizados, como con "El Chapo" en México o pandillas de Brasil que imponen toques de queda estrictos para frenar la propagación del coronavirus. Esto no es solo un problema en las Américas, sino también en Italia: la mafia ofrece apoyo donde el brazo del estado no llega.



Y tercero, es un acto de razón económica. Alemania sirve como un buen ejemplo: el estado debe su fuerte desempeño de crecimiento a los productos de los sectores industriales tradicionales, que en los últimos años han disfrutado de una fuerte demanda global, por lo que la mayor concentración de compradores es de las economías emergentes. Y además de eso, al ser un defensor de las exportaciones, está dependiente del buen funcionamiento y de las cadenas de suministro globales.

Por un Fondo Verde Global de Solidaridad

 ¿Qué significa esto en términos concretos? Deberíamos llamar a las cosas por su nombre: transferencias monetarias y comportamiento sostenible.

Los debates recientes sobre cómo superar la crisis dieron la impresión de que no solo nos enfrentamos a la cuestión de la falta de dinero, sino a la falta de cohesión de varias ideas. Aprovechamos la oportunidad para defender una idea que ayudó a Europa a recuperarse de su mayor catástrofe histórica: en un artículo de opinión para el New York Times, tres profesores de la London School of Economics lanzan la idea de un Plan Marshall Global. Siguiendo su idea, podríamos alcanzar 2.5 billones de dólares.

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Hacemos eco de su llamado, ahora, en la génesis de la próxima catástrofe mundial. Más allá de Marshall, no debemos olvidarnos de la crisis climática, que recientemente ha pasado a un segundo plano. Los desafíos de COVID19, la crisis climática y las desigualdades están enredados transnacionalmente y deben ser considerados y desafiados como tales. ¿No es tal esfuerzo utópico? Por el contrario: es a la vez histórico y prospectivo. Nadie puede negar que el Plan Marshall ha demostrado su valía tanto para la expansión como para la estabilización. Y solo una minoría cuestionaría la firma de la comunidad internacional del Acuerdo Climático de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, un acuerdo orientado hacia el futuro y medible que nos mantiene enfocados y comprometidos con objetivos comunes.

En su quinta huelga global (esta vez en la red mundial) el 22 de abril, Fridays For Future llamó la atención sobre lo que Wolfgang Schäuble, presidente del Parlamento en Alemania, subrayó recientemente: la crisis climática sigue siendo el mayor desafío de todo el Antropoceno. Cualquier ayuda financiera para la economía también debe servir para proteger el clima. Para crear resiliencia macroeconómica en las políticas económicas e industriales, necesitamos una política climática que sea efectiva. Es vital lograr sinergias en la lucha contra las crisis de coronavirus y climática.

El tema de las desigualdades es transversal a todos los desafíos de nuestro tiempo, teniendo siempre el mismo resultado: afecta a los más vulnerables. El coronavirus comenzó a extenderse en China y el mundo occidental. Pero ahora también afectará a poblaciones en barrios marginales y favelas en África, América Latina y el Caribe, y regiones que ya están en crisis. Incluso antes de la crisis del coronavirus, las desigualdades tenían una enorme fuerza explosiva, poniendo en peligro nuestra cohesión social. La erosión de la cohesión social es equivalente a un paro cardíaco del orden liberal.

Nuestra conclusión: si no podemos unir la autodeterminación individual y la solidaridad, si no seguimos el llamado a un Fondo Verde Global de Solidaridad, correremos el riesgo real de observar con mirada apática que millones de personas mueran innecesariamente, y donde el mundo liberal no solo pierda su atractivo principal, sino toda su vitalidad.

Si el principio básico de la autodeterminación individual se pervierte con el egoísmo individual/nacional, el orden liberal no tendrá más que un papel secundario.

La versión original de este artículo apareció en inglés en Scripts.
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