La gestión integral de riesgos (GIRD) ha evolucionado. Desde la respuesta ante los desastres naturales que, no tienen nada de natural, hasta las propuestas contemporáneas para reducir el riesgo que pueden mostrar diversos grados de efectividad dependiendo del contexto. Por ejemplo, en Guatemala es risible hablar de GIRD sin abordar antes el rol del Estado, la ausencia de una ley marco de ordenamiento territorial, la ausencia de una ley de aguas tan conveniente para sectores agroindustriales o la mirada neoliberal que deja a la gente más pobre a su suerte. Solo Guatemala y Honduras han aumentado la pobreza extrema y allí residen las causas fundamentales de eventos como Panabaj (2005) o los pequeños impactos que cuestan vidas pero que no se registran como desastres por carecer de impacto mediático.
Pese a lo anterior, y más allá de los contextos económicos y sociales, la gestión integral de riesgos, GIRD, está marcada por un discurso global y local que también exhibe problemas, dos de los cuales me interesa visibilizar en esta columna. Me refiero a que los proyectos para la GIRD suelen construirse en un código discursivo que mecánicamente se remiten al género y a la resiliencia.
Con respecto al género, los proyectos, programas o propuestas suelen mostrar avances en la visibilización de hombres y mujeres, en ocasiones también se observan logros en la participación de hombres y mujeres en procesos de diagnóstico o en la toma de decisiones. Sin embargo, el género como disciplina es mucho más que visibilizar hombres y mujeres. Particularmente en Guatemala, existe una campaña permanente de propaganda religiosa contra cualquier cosa que interpele el heteropatriarcado. Por ejemplo, las miradas feministas o interseccionales rara vez aparecen en proyectos de GIRD, o dicho en otras palabras, las opresiones, violencias, inequidades y otros graves problemas sociales abordados por los estudios de género, no aparecen y se deja al género como un requisito, un enunciado para acceder a fondos, pero sin una indispensable mirada crítica sobre problemas sociales.
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La resiliencia muestra una situación todavía más precaria. Múltiples instituciones hacen un gran esfuerzo para que la resiliencia se incorpore como enfoque en proyectos de GIRD, pero enfrentan que la resiliencia no cuenta con un cuerpo de conocimientos teóricos que sustenten intervenciones comunitarias. Se han pedido prestados conceptos desde la ecología y la psicología, pero la resiliencia comunitaria se enuncia, se promueve, pero no pasa de ser una definición aspiracional que ignora relaciones de poder, contextos socioeconómicos o las particularidades de la vulnerabilidad.
Especialmente, la resiliencia exhibe una operación discursiva para no hablar de pobreza o pobreza extrema, y justamente allí está el aspecto perverso de la resiliencia, porque sin una base material, sin un abordaje serio de la vulnerabilidad, la resiliencia no es más que una frase marketinera, un recurso para que un proyecto luzca inclusivo y moderno, como requisitos para acceder a financiamiento.
En suma. Si usted está escribiendo un proyecto de GIRD, es casi inevitable hablar de género y de resiliencia porque esos conceptos están implícitos en la lógica contemporánea del análisis del riesgo. Sin embargo, creo que podemos trascender dos problemas mediante una incorporación integral de los estudios de género, procurando que no solo se enuncien hombres y mujeres y que se aborden problemas que los estudios de género permiten observar. Y con respecto a la resiliencia, me cuesta mucho escribir esto pero debo decirlo. Si es inevitable, usen el concepto, pero traten de operacionalizar nociones más coherentes como el desarrollo de capacidades, y ante todo, visibilicen los análisis de vulnerabilidad porque ese es el problema principal de resiliencia, es decir que, si hacemos buenos análisis de vulnerabilidad, el enunciado de la resilencia será menos pernicioso en caso de que lo tengan que emplear.
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