Me interesa retomar la articulación táctica que ya abordó Alejandro Flores, que consiste en reafirmar que esta es una lucha de izquierdas y de derechas contra mafias que se trasvisten de derecha con unos y de izquierda con otros.
Hagamos una revisión de cuatro posicionamientos identitarios que, pese a sus diferencias, pueden luchar tácticamente junto con otros sectores:
- Feministas. Porque el discurso contra el patriarcado capitalista es coherente, inevitable y radical. Es decir, las mujeres no aspiran a condiciones de igualdad de derechos en un mundo donde todo es mercancía, incluyéndolas a ellas, sus cuerpos y su trabajo frente a las posiciones de privilegio de los hombres.
- Mayas y campesinos. Que no son lo mismo, pero se intersecan en temas como la defensa del territorio y la búsqueda de algún control sobre sus vidas. Para este sector, el racismo y otras formas de discriminación son temas centrales cuyas soluciones pasan por un país democrático.
- Juventudes. Casi siempre olvidadas, desarticuladas y sometidas a sistemas de vigilancia y control mediante el discurso religioso del miedo y la ignorancia construida a propósito, en principio para negarles control sobre sus cuerpos y, en segundo lugar, para construir masas anestesiadas y remisas.
- Masas pobres ladinas y mestizas. Urbanas en buena medida, que se debaten entre la informalidad, los salarios de hambre y emprender la ruta indocumentada hacia los Estados Unidos.
Los cuatro posicionamientos anteriores se traslapan, tienen contradicciones y participan diferenciadamente en el espacio de contienda política. De hecho, muy pocas mujeres se asumen feministas, pero muchísimas se resisten a dejar que otras personas controlen sus cuerpos. Del mismo modo, mayas y campesinos exhiben en ocasiones rasgos esencialistas y por ende excluyentes, que pueden ser ocasionalmente formas estratégicas de lucha. Con las juventudes, la situación es agobiante. Las opresiones se producen en la casa, en la escuela, en la iglesia, y los mecanismos de dominación se concentran en construir sujetos ignorantes y obedientes. Pero esas personas jóvenes discriminan, excluyen, se autocensuran y en no pocos casos se refugian en cualquier cosa que las aleje de la política.
En consecuencia, el 20 de septiembre de 2017, en las plazas había de todo. Había organizaciones campesinas y populares, pobrerías urbanas, una masa estudiantil organizada, organizaciones LGBTI, pequeños y medianos empresarios, burócratas, grupos políticos con discurso y hasta humanistas seculares, entre otros colectivos.
Esto quiere decir que ya tenemos un elemento de articulación política que trasciende la comodidad de las redes sociales: el espacio público. Y en ese proceso, el liderazgo urbano lo tienen, sin lugar a dudas, las personas jóvenes, estudiantes en su mayoría. Fuera de las ciudades, el papel protagónico lo tienen las organizaciones mayas y campesinas, que por fin llegaron a las plazas con las masas urbanas. Ese es un buen comienzo, en el que dos posicionamientos de los cuatro mencionados arriba compartieron espacios. En minoría estaban las organizaciones de mujeres y las pobrerías urbanas que no se perciben como indígenas y que a diario son víctimas de los canales de Ángel González.
En contraste, las Iglesias están jugando en dos bandas. Para el caso particular de la Alianza Evangélica de Guatemala, como oenegé ha demostrado un apoyo irrestricto al presidente Morales y un discurso calcado de organizaciones extremistas de derechas. Del mismo modo, se percibe una fractura o, como mínimo, un doble discurso desde las cámaras empresariales. Si en un momento sorprendieron con un rechazo contundente a los actos del Ejecutivo y del Congreso, poco a poco se han refugiado en la sombra y en ocasiones parece que se sintieran a gusto con la idea de un Jimmy Morales finalizando su nefasto mandato.
En suma, jóvenes, por los centros urbanos, y mayas y campesinos, por las áreas rurales, son los dos pilares de una articulación política que puede sumar a empresarios y a organizaciones de mujeres, entre otros colectivos. Estos sectores son clave para apoyar la institucionalidad honesta, que incluye a la mayor parte del MP, al Organismo Judicial, a algunos diputados y funcionarios públicos y, por supuesto, a la Cicig.
Siguen haciendo falta las masas urbanas. Y es indispensable que en el interior de las Iglesias y de las cámaras empresariales se defina quiénes apoyan que las mafias continúen gobernando y quiénes buscan un país menos corrupto y más democrático.
Más de este autor