La pandemia nos está dando una oportunidad inusual de replantearnos varias cosas sobre las sociedades que hemos construido y las que queremos construir. Bastante se debate sobre cuándo se debe reactivar la economía. Pues yo vengo a decir que también debemos preguntarnos qué tipo de economía queremos al reactivarla.
De manera abrupta, incierta y no negociable nos vemos obligados a frenar la forma tradicional de producir, consumir, planificar y relacionarnos como actores económicos. Varias empresas cierran operaciones, algunas sin posibilidad de reabrir. También vemos que muchas de las empresas que van a sobrevivir y su forma de hacer negocios están cambiando. El covid nos presenta un espejo y nos pregunta: «¿Es así cómo quieren seguir produciendo y consumiendo?».
En un nivel más social, la pandemia nos obliga a cuestionar la provisión de servicios básicos para cualquier agente económico, incluidos el sistema de salud, la cobertura educativa, la seguridad social y muchos otros programas de asistencia. El espejo está preguntándonos también: «¿Qué tan justa es la economía que han construido?».
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Pues hay un ejercicio mental que encuentro bastante útil para reflexionar sobre estas decisiones económicas y políticas. Por un lado, me ayuda a decidir de manera personal cómo debo gastar mis quetzales para apoyar a las empresas que creo que son buenas para la economía. Por otro, me ayuda a decidir qué tipo de sistema social quiero que el Gobierno construya para sentir que vivo en una sociedad más justa. Y lo interesante del ejercicio es que su ingrediente principal es bastante contraintuitivo: la ignorancia.
Pero no dejen de leer ahora porque esto hay que explicarlo bien.
Pongámonos el velo de la ignorancia
Imagínense que antes de nacer están al lado de una persona omnipotente que les dice que creará la sociedad como ustedes le indiquen. Luego, los insertará en esa sociedad con una condición: ustedes no saben la familia en que nacerán, la nacionalidad que tendrán, el idioma que hablarán, las identidades de las personas a su alrededor, el acceso a las oportunidades que tendrán o incluso el tiempo en el que nacerán. ¿Qué tipo de sociedad crearían?
John Rawls (uno de los mayores proponentes de estas ideas) describe este ejercicio como decidir bajo un velo de ignorancia.
Rawls argumenta que, al ser ignorante de mis circunstancias actuales (es decir, al no saber dónde ni cuándo una persona nacerá en esta sociedad), la persona inevitablemente creará una sociedad más equitativa y con igualdad de oportunidades a través del tiempo. Esto justificaría entonces la creación de sistemas de redistribución para evitar inequidades a lo largo de generaciones, sistemas de educación y salud universales y un fuerte énfasis en la reducción de la discriminación, la pobreza y los sistemas de opresión. Todo esto, claro, para garantizar las libertades básicas de manera plena. No se busca una igualdad de resultados, sino de puntos de partida.
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Al realizar este ejercicio y ver la realidad de nuestro país, la pregunta principal que les dejo es: ¿construirían una sociedad como la guatemalteca?
¿O sería más como otras sociedades?
Si me preguntan a mí, me atrevo a decir que, sin importar cuán profundo sea su orgullo nacional, lo más probable es que no crearían una sociedad como la que tenemos: >50 % de pobreza, 18.5 % de analfabetismo, 50 % de prevalencia de desnutrición infantil, un sistema de salud precario, escolaridad promedio de menos de 6 años (ni siquiera la primaria completa), mucha discriminación y exclusión social.
Nadie quiere nacer en un país con estas realidades, pero es el que hemos construido. Y, aclaro, esto no se debe a los recursos, al clima o a la geografía de nuestro país: en ese sentido, hemos sido una población bastante afortunada.
Son las políticas que hemos construido las que no nos han dado una sociedad que garantice las libertades personales mientras provee una red de apoyo integral para los servicios básicos de las poblaciones vulnerables.
Aquí es donde la pandemia nos sacude para sacarnos una respuesta. Nos permite pensar en qué tipo de hogar debe nacer cualquier bebé que nazca en territorio guatemalteco y apoyar los programas y las políticas que hagan eso una realidad para generaciones presentes y futuras.
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Además, nos permite plantearnos qué negocios queremos que sobrevivan y florezcan tras la pandemia. Con el velo de la ignorancia puesto, deberíamos consumir de ellos porque crean una economía más diversa en opciones, más saludable en competencia y más responsable social y ambientalmente.
Ya vemos que tener las tiendas de barrio ordenadas y accesibles, los negocios con buenos hábitos de higiene y una cultura de buen servicio al cliente son aspectos valiosos.
También vemos que hay varias industrias complementarias que pueden fomentar el comercio responsable y promover una competencia más justa como el correo, la telecomunicación y los servicios de pagos electrónicos seguros.
Y finalmente vemos que hay condiciones que podríamos mejorar en nuestra sociedad para reducir la brecha entre niveles de bienestar: espacios públicos con áreas verdes en todos los barrios, distintas zonas conectadas por ciclovías, servicios descentralizados o electrónicos en el sector público, inclusión y accesibilidad universal, para nombrar algunas.
Construir una sociedad y una economía pospandemia más equitativa puede ser la forma de honrar a quienes no sobrevivirán para vivir un futuro más justo.
Por eso, de ahora en adelante debemos pensar que, así como cada quetzal que gastemos en un negocio será la manera de depositar nuestra confianza en su forma de producción, cada voto que emitamos y cada opinión de funcionarios públicos que apoyemos será nuestra forma de respaldar su visión de una sociedad más justa.
Aprender de esta experiencia es lo menos que podemos hacer quienes salgamos de ella con salud y oportunidades para liderar la reconstrucción de la economía.
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