Bajo esta perspectiva es claro que Guatemala está muy lejos de ser una nación civilizada y decente. Un ambiente de este tipo restringe las demandas de la conciencia moral y afecta negativamente nuestras acciones.
Teniendo en mente lo anterior, cabe analizar el reciente esfuerzo del CACIF para promover una propuesta de reforma ética de sociedad en el documento “2012 Nuevo principio: visión transformadora de la realidad nacional”. En él, se explica la crisis social guatemalteca a través de la pérdida de los valores que hacen posible la convivencia social. De esta forma, se centra en proponer una estrategia de recuperación de valores que, empezando en el hogar, se extiende hacia los objetivos de promover el liderazgo juvenil, el respeto a la naturaleza y un ambiente de paz.
No obstante, “2012 Nuevo principio” no se molesta en analizar algunos de los problemas más graves de nuestra sociedad. Por ejemplo, el texto no examina la relación entre las condiciones socio-económicas y la pobre formación de valores en el hogar. Es insuficiente atribuir la raíz de los problemas sociales de nuestro país a la pérdida de valores que acontece en el ámbito familiar. Sin duda, problemas como el divorcio y la violencia familiar afectan negativamente la función formativa del hogar.
El planteamiento del CACIF, sin embargo, se muestra parcial cuando no reflexiona en las huellas que deja en la formación moral el crecer en un hogar sin trabajo, sin comida, sin seguridad, lleno de frustración y desesperanza. ¡Y que conste que este documento no menciona las profundas distorsiones de la subjetividad moral que conlleva crecer en un hogar en el que se promueve el desdén hacia la justicia social! Tales distorsiones se hacen presentes en la posición del CACIF ante la Ley de Desarrollo Rural Integral.
A veces da la impresión de que “2012 Nuevo principio” es un manual de cómo portarse bien; hasta la puntualidad se erige en virtud fundamental. Claro, si se hubiera ensayado un poco más de profundidad en las reflexiones habría sido evidente la responsabilidad del CACIF en nuestra crisis actual.
Ahora bien, cuando se habla de una recuperación de los valores, se asume que alguna vez estos estuvieron vigentes. Pero, de nuevo, Guatemala nunca ha sido ni una nación civilizada ni una nación decente. Cuando Juan José Arévalo, quien sí sabía lo que es la axiología, intentó dignificar a la sociedad guatemalteca, enfrentó la férrea oposición de los sectores más conservadores. Antaño muchas personas quizá respetaban su palabra, sellaban sus tratos con un apretón de manos, pero igual no cuestionaban las estructuras sociales moralmente ofensivas en las que vivían.
En un documento que cierra los ojos cuando hay que tenerlos muy abiertos, no extraña que se defienda la minería y, en general, las industrias extractivas. Se trata de correlacionar el desarrollo a la promoción de la actividad minera. Pero no se consideran las consultas comunitarias que expresan, como mínimo la tesis racional de que los afectados por esta actividad deben tener una voz en las decisiones que les afectan. Si la actividad minera es tan beneficiosa ¿por qué no se confía en que la conciencia de sus ventajas sea capaz de inclinar en su favor el balance en dichas consultas populares?
En medio de estas incongruencias es ofensivo que se asimilen los valores de la libre locomoción, la libertad de expresión y el Estado de derecho a políticas que promueven la libre empresa y la propiedad privada. Esta amalgama axiológica nunca se vincula con el objetivo de subsanar las tremendas carencias éticas de la sociedad guatemalteca. Y yo, al menos, pienso que hablar de valores cuando se ignora la justicia social es tan cínico como insistir en los modales de mesa cuando lo que falta es la comida.
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