Mujeres Q’eqchi’, Mam, Q’anjoba’l, K’iche’, Achi’, Chuj y Kaqchikel, entre otras, se desplazaron a Nebaj para estar junto a sus compañeras ixiles en un Encuentro de Mujeres. Hablan idiomas distintos y viven en regiones diferentes. Pero tienen algo en común: son sobrevivientes de la guerra.
Doña Carmen no sabe leer ni escribir. Tiene 50 años. Era muy joven cuando asesinaron a su esposo en 1982. Fue violada por los soldados en el destacamento de Sepur Zarco, entre Izabal y Alta Verapaz. Gritó eso en silencio, durante 30 años.
Cuenta que sabía que existían juzgados, pero desde pequeña aprendió que a esos lugares solo iban los hombres. El idioma, las condiciones de pobreza, la situación política y no saber leer ni escribir contribuyeron a que no denunciara lo que le había ocurrido.
Las leyes no se escriben en sus idiomas, y aunque así fuera la mayoría de mujeres que están en el Encuentro, no podría leerlas. No tuvieron oportunidad de ir a la escuela. En 1989 las mujeres presentaban una tasa del 48% de analfabetismo. De esa cifra el 74% eran indígenas.
Las organizaciones de mujeres y derechos humanos (Equipo de estudios comunitarios y acción psicosocial, ECAP; Unión Nacional de Mujeres Guatemaltecas, UNAMG; Centro para la Acción Legal de Derechos Humanos, CALDH; Actoras de Cambio y Mujeres Transformando el Mundo, MTM, entre otras) se acercaron a las víctimas del conflicto armado luego de la firma de los Acuerdos de Paz. Brindaron acompañamiento psicosocial y abordaron el tema de derechos humanos y justicia. Un tipo de justicia diferente a lo que muchas de las víctimas conocían, a la que no tenían acceso.
Doña Carmen no había escuchado esa palabra: justicia, esa que garantiza derecho, razón y equidad. La justicia en las culturas indígenas se aplica y se interpreta de forma diferente a lo que establece el código penal. En q’eqchi’ no hay una traducción específica para ese término. "Raq’okatin" se dice para señalar que alguien pagará lo que hizo. Doña Carmen aprendió que todo se deja “en las manos de Dios". Lo mismo pensó uno de los testigos del mismo caso. Dijo que encontró la verdad en la Biblia y se retiró del proceso.
Pero otros sobrevivientes necesitaban saber dónde estaban sus familiares desaparecidos, y querían contar lo que les ocurrió para que sus hijos supieran su verdad. La oralidad: la palabra hablada, lo que otros llaman: memoria histórica. Así las cosas, solicitaron asesoramiento. Se formó entonces la Asociación para la Justica y Reconciliación, AJR, conformado por sobrevivientes de cinco regiones: Ixcán, Ixil, Chimaltenango, Rabinal y Huehuetenango.
Las mujeres q’eqchi’ de Sepur Zarco, también decidieron buscar la justicia formal, que a decir de Paula Barrios, de MTM, es esa que busca romper el silencio.
Alejandra Castillo, de CALDH, recuerda que cuando se acercaron a las comunidades que habían sufrido el conflicto armado, “los hombres se sentaban adelante y las mujeres atrás”. Con el tiempo, cuenta, la dinámica fue cambiando. “Las mujeres ocuparon las primeras filas y empezaron a hablar”. Doña Carmen dice que le despertó la mente. El conocimiento les dio seguridad.
Las mujeres que llegaron al encuentro forman parte de procesos que buscan la justicia penal por los crímenes ocurridos durante la guerra. Una sobreviviente de una masacre en el área ixil, se siente satisfecha de estar en ese camino. Considera que podría haber más compañeros en ese recorrido, pero muchos aún sienten temor o se refugiaron en otro tipo de justicia.
Ella dice no tener miedo. Perdió también, añade, “la vergüenza”, no esa que se da por una falta cometida, sino entendida como pudor o tímidez. Y es que pasó frente a un tribunal en marzo pasado y dijo su verdad ante los jueces y frente a los acusados en el juicio por genocidio: Efraín Ríos Montt y Mauricio Rodríguez Sánchez.
Doña Carmen también se siente más tranquila, su “corazón ya no duele”, comenta. Le sorprendió conocer en el Encuentro a otras mujeres, de otras partes de Guatemala, que como ella, y sus compañeras, sufrieron la guerra.
A juicio de Irma Velásquez Nimatuj, las mujeres del Encuentro no son víctimas, sino más bien agentes de cambio en el sistema de justicia del país. “Son mujeres con voz fuerte”. Lo que hicieron, y lo que están haciendo, es importante para ellas, para las mujeres en general, las que viven y las que murieron.