La historia empieza con la gestión en decanatura de la Facultad de Ciencias Económicas de Vitalino Girón y en Rectoría por Eduardo Meyer Maldonado. La fuente de investigación principal es el Archivo Histórico de la Policía Nacional. Y el escenario: la Guatemala contrainsurgente de la década de los ochenta, dominada por el régimen de terror creado por el propio ejército nacional.
Los autores bien tipifican el entronizamiento del Partido Guatemalteco de Trabajo (PGT) en la Universidad de San Carlos, afirman que «los comunistas se hicieron fuertes y débiles» en tal casa de estudios, que es la única universidad pública en el país. La crónica se centra en la Facultad de Ciencias Económicas como un punto de encuentro para el desarrollo del pensamiento marxista y para la confluencia de intelectuales de altos vuelos, como fue el caso de Alfredo Guerra Borges, Alfonso Bauer Paiz, Saul Osorio y el profesor de grandes quilates y conocimiento Severo Martínez Peláez.
La Facultad se presentaba como un importante punto de encuentro, donde destacaban profesionales competentes, con una sólida formación en economía política y un profundo conocimiento de los dramas sociales latinoamericanos. Su distintivo era promover una alta intelectualidad, siempre atentos a evitar los dogmas y la vulgarización teórica. Al menos, así fue en un principio.
A diferencia de las narrativas y descripciones históricas que se enseñaban en la Facultad de Humanidades, don Severo, por ejemplo, diseñó un sesudo programa de formación centrado en la historia económica de Centroamérica. Sus clases, impartidas a partir de 1972 los sábados, atraían a entre 200 y 300 personas.
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Con ese propósito, la masa crítica de intelectuales comenzó a enfocarse en la investigación, dando origen a importantes institutos a lo interno de la Facultad de Ciencias Económicas. Entre ellos destacan el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales (IIES) y el Departamento de Problemas Nacionales, que hoy lleva el nombre de Rafael Piedrasanta Arandi. Este destacado estudioso de la realidad nacional en su tiempo fue también un crítico incisivo de las actividades extractivas, como las de la Exmibal, empresa que, bajo otros nombres, sigue operando en el atlántico guatemalteco. En la crónica de Pilar y Asier desfilan focos del poder universitario que en aquellos tiempos transitaban entre los azares de una militancia riesgosa, y las luchas intestinas por el poder, incluyendo también al poderoso Sindicato de Trabajadores de la Universidad de San Carlos.
Hoy, la historia es completamente distinta. La institución se encuentra pétrea, formando miles de estudiantes en las más diversas áreas del conocimiento. Mientras tanto, la Facultad de Ciencias Económicas, antes epicentro del liderazgo académico y motor de conducción universitaria, ha perdido ese protagonismo. En su lugar, han proliferando una serie de grupúsculos inmersos en disputas internas por el poder, con conexiones organizacionales que, en parte, remiten al gremialismo de antaño.
Por ejemplo, los inspiradores y organizadores de complejos procesos electorales todavía se consideran parte del legado de un grupo seminal cuyos líderes, ahora con canas, continúan ligados a las antiguas estructuras, aunque principalmente en el ámbito electorero. Sin embargo, lo cierto es que han dejado atrás sus convicciones, empezando por la ética misma.
Uno de ellos es el Licenciado Rolando Secaida, exdecano de la Facultad de Ciencias Económicas en períodos recientes y, hasta hace poco, miembro de la Junta Monetaria en representación de la USAC. El poder de Secaida ha sido significativo, y su plataforma electoral logró encumbrar a Luis Suárez, quien llegó a aspirar al cargo de rector enfrentándose al actual titular. Posteriormente, Suárez se convirtió en candidato a vicepresidente por el Partido Vamos, acompañando a Manuel Conde en la fórmula.
Con tan solo esta breve crónica y el desfile de algunos nombres, uno sí que puede darse cuenta de la vorágine alrededor de la Universidad de San Carlos durante las últimas décadas. Su crisis actual podría describirse, según los expertos en teoría de sistemas, como un caso de ENTROPÍA —o, en términos más coloquiales, un estado de desorden y caos .
La entropía, explican los científicos, es «una magnitud física que mide el desorden de un sistema y la parte de energía que no se puede utilizar para realizar trabajo».
En este sentido, la lucha entre el orden y el desorden, no solo ocurre en el universo, sino también en las organizaciones. Como señala Jhon Harris Morillo, economista venezolano preocupado por la ineficiencia en diversas organizaciones públicas, la entropía representa degradación, desorden, ineficiencia o incertidumbre en el funcionamiento de un sistema.
Para los conocedores y los educadores en el ambiente de la educación superior, la entropía proporciona información para conocer las condiciones de apertura que presentan los espacios de aprendizaje y, de ahí, asignar una nueva configuración de recursos de acuerdo a las condiciones cambiantes de la ciencia, la tecnología y todo ello combinado con un nuevo humanismo para orientar al joven profesional.
Resulta vital, entonces, una transformación profunda de la Universidad de San Carlos, y ello debe venir de la exigencia de toda la población consciente y trabajadora que contribuye, con sudor y esfuerzo, a su mantenimiento. Poner ojo en un nuevo y renovado Consejo Superior Universitario, elecciones facultativas y, de nuevo, buscar la excelencia académica resultan vitales. Para ello, la evaluación docente y la ruptura de los enquistamientos y acomodamientos de todo tipo, que han fomentado la mediocridad y el chancerismo, resultan ser exigencias de cambio.
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