Eso mismo ocurre con la actual política económica norteamericana: todo mundo habla de aranceles, comercio y, últimamente, de impuestos, presupuesto y de proyectos de ley que hasta tienen epítetos alegóricos: Único, Grande y Hermoso. Así se llama, en el Capitolio de Washington, el vasto cuerpo legal que ya ha sido aprobado por la Cámara Baja y que se encuentra en tránsito hacia el Senado. Tiene recortes impositivos y de gasto, además de alimentarse de aranceles a productos importados y hasta de un impuesto del 3.5 % a las remesas.
No obstante, resulta ser que el origen de las patologías es MONETARIO. Y vale la pena releer a don Robert Triffin, una luminaria de la Universidad de Yale quien incluso estuvo de visita varias veces en Guatemala, en las décadas de los cincuenta y sesenta.
En 1945, en plena primavera democrática, se solicitó asesoría técnica a Estados Unidos para una reforma monetaria y bancaria. Se nombró a Robert Triffin y David Grove, quienes eran funcionarios de la Junta de Gobernadores de la FED, para ayudar en la implementación de la reforma. Como producto de tal asesoría se contó con la Ley orgánica del Banco de Guatemala, la Ley monetaria y la Ley de bancos y grupos financieros.
Abramos un paréntesis aquí: la presencia de Triffin muy bien demuestra que los diseños legales no son enfrentados inicialmente por abogados y/o juristas, sino por los expertos sustantivos de las áreas por regular: agrónomos, biólogos, expertos en puertos, ingenieros civiles o arquitectos, geólogos y demás. El abogado viene luego a darle forma y adecuar el estilo a la normativa y la jurisprudencia presente. Así fue con don Robert Triffin.
El experto citado andaba en otros menesteres mucho más ambiciosos y globales: el caos monetario internacional. Desde principios de los años sesenta, le preocupaba la falta de un activo de reserva mundial que garantizara las transacciones y permitiera un sistema de pagos estable, en el contexto de la recuperación económica de una Europa devastada tras 1945.
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En su paso por Guatemala, al experto también le interesó América Latina y cómo la región podría acomodarse de buena manera al sistema internacional de pagos. Así, en su libro El caos monetario Triffin menciona que parte de sus contribuciones en la sexta reunión de presidentes de bancos centrales de América Latina, celebrada en Ciudad de Guatemala, fueron incorporadas al Tratado de Managua, y que a partir de ellas se impulsó la creación del Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE).
¿Pero qué le preocupaba a don Robert? Sencillamente, el patrón internacional de pagos, y tener un paso fácil a la convertibilidad de los países. Y ello requiere de toda una serie de mecanismos de coordinación de los estados soberanos, principalmente los más poderosos, económicamente hablando.
Triffin subraya el papel de la cooperación internacional en la restauración de un sistema viable de comercio y pagos multilaterales —especialmente en su conservación—. Resulta ser que la base de este mecanismo, a partir de los tiempos de la posguerra, era el uso del dólar, soportado por el oro del antes famoso Fort Knox. Sin embargo, en tiempos de Richard Nixon el oro y el dólar se desalinearon y este último comenzó a fungir como activo de reserva mundial.
La generación del autor que comentamos se caracterizó por estudiar el amplio superávit comercial estadounidense, claro que previo a la presencia de Japón, luego China continental y su área de influencia. Estados Unidos en la época de posguerra era el abastecedor de bienes al resto del mundo, pero todo eso cambió.
Por otro lado, el estimado analista político y empresario Lionel Toriello muy bien resume buena parte de esto y efectúa comparaciones con Guatemala en una columna publicada por eP Investiga titulada Guatemala y la elusiva naturaleza del dinero internacional. En esta ocasión, y para los fines de este artículo, es importante destacar algunos aspectos, por lo que se reproducirá literalmente este comentario, dada su pertinencia:
… «los dólares ‘sin respaldo en oro’, se han seguido utilizando como moneda de reserva de última instancia, a nivel global. Su respaldo, dijeron los economistas que asesoraban a Nixon, es la capacidad de compra de la divisa norteamericana, ‘con la que se puede comprar cualquier cosa en cualquier parte del mundo’. Y eso nos lleva al ‘dilema de Triffin’: si los EEUU restringen su déficit comercial, presionan a la baja la liquidez de los mercados internacionales, causando efectos recesivos globales; pero si no lo hacen, generan presiones inflacionarias en su mercado interno. La presión inflacionaria interna se atenúa, no obstante, si el mercado internacional conserva los dólares fuera del mercado interno de los EEUU, en forma de ‘reservas’ de diferente naturaleza, como en la realidad ha ocurrido. De esa manera, para envidia del resto del mundo, la potencia norteña ha contado con una virtual ‘máquina que produce oro’, o sea una divisa internacional muy fuerte, utilizada por todos, que, por otra parte, le permite gastar, sostenidamente, más de lo que gana…»
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