Las historias que conocemos son diversas, como la anulación de la ciudadanía de las mujeres en la alabada democracia directa griega, el papel escondido de tantas mujeres en la conquista del cristianismo por toda Europa, las denuncias de la incoherencia del proyecto ilustrado de las mujeres durante la Revolución francesa, las sufragistas y las mujeres negras que hablan de la esclavitud. Las otras historias, los otros nombres de tantas mujeres en Latinoamérica, África o el resto del mundo no occidental, no las conocemos todas.
La frase techo de cristal apareció en 1986 en Estados Unidos en un artículo del Wall Street Journal que se refería a las condiciones salariales y laborales diferenciadas entre hombres y mujeres dentro de la estructura empresarial. El techo es de cristal —transparente, poco evidente— y, por lo tanto, no es una política aceptada por las organizaciones, sino una especie de tradición, un imaginario social sustentado en la diferenciación naturalizada que argumenta que el trabajo de las mujeres no tiene el mismo valor que el de sus compañeros.
Posteriormente, el concepto se retoma para entender lo que sucede en la política. La lógica es la misma: las mujeres son ciudadanas y tienen el derecho de ser elegidas, pero no en las mismas condiciones ni con las mismas oportunidades ni facilidades. Se mantiene el prejuicio de que los hombres hacen mejor política, son más aptos y tienen más experiencia solo por el hecho de ser hombres.
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Guatemala es parte de esta realidad. Así lo demuestra el estudio realizado por el Instituto Holandés para la Democracia Multipartidaria Techo de cristal, barreras patriarcales a la participación política de las mujeres en Guatemala. El techo de cristal o las barreras no siempre aceptadas son las siguientes: resistencia y aversión a la participación de las mujeres, la falta de confianza en su trabajo y en sus capacidades, la consecuente falta de financiamiento a candidatas y la concentración de control y poder en los espacios de decisión. Pero también hay una instrumentalización de la participación femenina: para mostrar que es un partido incluyente o porque sale más bonita en la foto y adorna al hombre. Las que se atreven a decir lo que piensan, a proponer o a cuestionar son aisladas y castigadas. El castigo no es solo político: «El primer castigo que ocupan contra nosotras es que, como hallan como atacarnos, recurren a nuestra reputación», dice una de las entrevistadas. Los hombres se creen con el derecho de hablar de las vidas privadas de ellas, de su intimidad, y se las menosprecia en gala del machismo más burdo.
Pero el cristal, de tanto rajarlo, se rompe. Más mujeres deben participar, más mujeres con ética, con liderazgos respaldados por procesos colectivos. Debemos encontrarnos en la sororidad más profunda, en una agenda amplia, en las leyes que nos defienden y protegen, pero también en el diálogo genuino sobre nuestras problemáticas en cualquier espacio del que formemos parte. Perder el miedo a decir, a hablar fuerte, a fruncir el ceño, a pedir que otros tomen la minuta o no se expresen peyorativamente de las mujeres. Se debe, ante todo, denunciar. Finalmente, le apuesto a que seamos muchas y muy cercanas.
El estudio se presentará el próximo viernes 22 a las 9:00 horas en el Hotel Radisson y seguramente volverá a evidenciar la realidad de los desafíos de las mujeres en el ámbito de la política nacional. Serán las voces de las contadas diputadas y alcaldesas las que den cuenta de esta realidad que trasciende las identidades partidarias y muestren la cantidad de puntos en común que tenemos las mujeres que vemos en la política nuestro espacio de participación.
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