Soy una sobreviviente del fin del mundo. De pequeña sobreviví la inminente guerra nuclear entre Estados Unidos y la Union Soviética y sus aliados. Lo peor del Y2K es que pasé el fin de año con los papás de mi entonces novia, que no me querían. Sobreviví a los que especulaban que la fecha del fin del mundo estaba en la tercera carta que la Virgen de Fátima le dejó al papa. Sobreviví las anuales predicciones de la inminente venida del anticristo y del Armagedón de las Iglesias neopentecostales. Sobreviví el fin del mundo del 2011 de Harold Camping y el supuesto fin del mundo que traía el cierre del b’aqtun maya en el año 2012.
Las generaciones que vivimos estos escenarios nos volvimos escépticas ante estas predicciones catastróficas (con excepción de los fundamentalistas). Pero, para mientras, el verdadero fin del mundo venía con nuestro consumo desmedido, así como con las empresas que buscaban el crecimiento económico eterno y que causaban cambios irreparables en nuestro planeta.
Los científicos comenzaron a notar el continuo calentamiento del medio ambiente en los 70, la acidificación de la lluvia en las partes más contaminadas del planeta, la degradación de la capa de ozono en el Polo Sur y la necesidad de limitar las emisiones de dióxido de carbono, metano, óxido nitroso, fluorocarbonos y hexafluoruro de azufre para evitarlos. Con base en estos estudios, Naciones Unidas desarrolló el Protocolo de Kioto en 1992, que comprometía a las naciones firmantes a disminuir la emisión de estos gases hasta llegar a una meta. Estados Unidos nunca lo ratificó, y no se contemplaron economías en crecimiento como China, India, Latinoamérica y Sudáfrica. El Protocolo de Kioto fue un fracaso. Naciones Unidas ha vuelto a plantear otros tratados, cada uno más débil en sus compromisos que el anterior. Ninguno ha funcionado.
Científicos, políticos e influenciadores financiados por empresas petroleras y de energía comenzaron a cuestionar la ciencia detrás del cambio climático ante tormentas invernales que jamás habían sido experimentadas por los países boreales y estaciones lluviosas destructivas, con huracanes y monzones que inundaban todo en los países tropicales. Y las palabras de estos personajes, que ponían en duda todo, hicieron que en algunos países mucha gente comenzara a dudar del cambio climático.
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Historias mediáticas sobre nuestro uso desmedido de recursos, las islas de basura de plástico en el océano Pacífico, la muerte paulatina de nuestros ríos y lagos por desechos humanos y agrícolas, el mal manejo de la basura y la promesa del reciclaje junto a campañas de concientización han creado una expectativa desmedida sobre nuestra responsabilidad personal ante esta debacle mundial.
¿Cuál es realmente nuestra responsabilidad individual? Estudios llevados a cabo en Canadá, Suecia y California dividen lo que podemos hacer en actividades de impacto bajo (con un ahorro menor de 0.2 toneladas de CO2 —utilizar bombillas ahorradoras—), de impacto moderado (0.2-0.8 t de CO2 —secar la ropa al sol, reciclar, lavar ropa con agua fría, utilizar un vehículo híbrido—) y de impacto mayor (>0.8 t de CO2 —cambiar a una dieta basada en plantas, dejar de usar el auto, evitar el uso de aviones, utilizar energía renovable, limitar nuestra reproducción—). La verdad es que, si tomamos todas las decisiones correctas como individuos, solo somos responsables en un 30 %. Los verdaderos culpables son las empresas petroleras y energéticas, que producen el 70 % de las emisiones globales. Nuestras energías están mejor dirigidas a presionar a nuestros Gobiernos y a estas empresas para que disminuyan la contaminación.
No hay duda. El clima está cambiando, y el resultado es volver el planeta inhabitable para los humanos. Las metas dadas son simples: para evitar un cambio permanente debemos limitar una variación mayor de 2 °C antes del 2050. Las últimas noticias dicen que, hagamos lo que hagamos, no podremos evitar los 2 °C. ¿Es inevitable el fin de mundo?
La verdad es que este número es arbitrario. Si no llegamos a los 2 °C, lucharemos por 2.1 °C. No hay marcha atrás. No habrá fin del mundo.
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