Los beneficiarios del sistema orteguista hicieron caso omiso del desmantelamiento de la institucionalidad, de la represión en zonas rurales y del creciente autocratismo. A su juicio, no valía la pena rebelarse. Había que esperar a que «la biología hiciera su trabajo», como dijo un empresario aludiendo a esa muerte de Ortega siempre inminente y nunca un hecho. A todas luces, el dictador ya estaba en su otoño. Pero un otoño más largo y cruento que cinco inviernos.
Las ansias de producir ...
Los beneficiarios del sistema orteguista hicieron caso omiso del desmantelamiento de la institucionalidad, de la represión en zonas rurales y del creciente autocratismo. A su juicio, no valía la pena rebelarse. Había que esperar a que «la biología hiciera su trabajo», como dijo un empresario aludiendo a esa muerte de Ortega siempre inminente y nunca un hecho. A todas luces, el dictador ya estaba en su otoño. Pero un otoño más largo y cruento que cinco inviernos.
Las ansias de producir —en lugar de esperar— un cambio vinieron de los que no tenían compromisos con el régimen: estudiantes universitarios. A la luz de las condenas a más de 200 años, de los cientos de mártires y del desmoronamiento de la economía, no pocos se preguntan si la lucha de estos jóvenes contra un dictador en declive fue un gigantesco y costoso error. El costo de la lucha no era deseable ni previsible, pero sus resultados emergen como pequeños brotes que anuncian un país mejor. La juventud universitaria ha conseguido:
- Arrancarle la careta de ogro bondadoso y religioso al régimen de Ortega. Rascando el delgado barniz con el que la autarquía de Ortega-Murillo se disfrazaba de democracia, la oposición puso en evidencia que la misma mano que mecía la cuna adormecedora y pintaba el país con típicos colorines nunca dejó de blandir el hacha. Demolieron la reputación nacional del régimen.
- Romper el pacto entre el régimen orteguista y el gran capital. No hay posibilidad de un nuevo arreglo. Hay, en cambio, importantes lecciones que la juventud y su lucha legaron a los empresarios, que sintetizo como la revelación de que es inmoral y, a la postre, contraproducente cruzarse de brazos e incluso abrazar a un régimen que desmantela la institucionalidad, centraliza, roba y viola los derechos humanos.
- Unificar a facciones y grupos de muy variada raigambre ideológica alrededor de una posición monolítica y decidida contra la tiranía. El movimiento tiene variedad y falibilidades, pero no hay titubeos con relación a la demanda común: justicia y democracia.
- Traer la represión, que antes se cebaba en campesinos en escenarios rurales, a las calles de las ciudades, donde es más visible y donde la lucha puede alcanzar más rápidamente niveles masivos.
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- Demostrar que se puede enfrentar una dictadura con solo una violencia moderada, en modo alguno proporcional a la del dictador. La juventud rompió con el estereotipo del revolucionario armado como modelo que se debe imitar.
- Hundir la reputación internacional del régimen. Disolvieron la alianza de Ortega con Luis Almagro y lo trocaron en un aliado de la oposición. Cambiar la complacencia del Gobierno de los Estados Unidos con el régimen de Ortega.
- Recuperar los espacios públicos para una politización plural y libertaria. El azul y blanco, en contraposición con el rojinegro y el rosachicha sectarios, simbolizan la heterogeneidad, la unidad nacional y la voluntad abarcadora de la oposición.
- Arrastrar hacia la luz pública a algunos de los personajes más tenebrosos del régimen que operaban cómodamente en las sombras. Así dieron el primer paso para que el día de mañana paguen por sus delitos.
- Convertir en figuras públicas, que el régimen persiguió como temibles amenazas, a ciudadanos comunes y corrientes, rostros que asomaron en la multitud y que por obra y arte de las redes sociales se agigantaron y se transformaron en personas que estuvieron a la altura moral de su personaje mediático.
- Sacar a los prelados de las sacristías y colocarlos de sopetón en las encrucijadas de la historia, donde deben estar los seguidores de Jesucristo. El exilio forzoso de monseñor Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua trasladado al Vaticano contra su voluntad, es una clara señal de que algunos miembros de la jerarquía católica se convirtieron en una piedra muy molesta en el zapato del régimen. Nos queda el imbatible monseñor Abelardo Mata, directo y llano, amasado con el barro de cañadas ancestrales y cocido en el horno de una vida como obispo de espuela.
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