Tan débil se encontraba que, para sustituir el gobierno corrupto del Partido Patriota (PP), solo tenían en la canasta al Frente de Convergencia Nacional (FCN-Nación), con el advenedizo Jimmy Morales como estandarte. Tras ocho meses del inicio de la caída del PP, con la identificación de su secretaria general y vicepresidenta de la república, Roxana Baldetti, como ejecutora de una basta operación de saqueo, el Gobierno pasó a manos del FCN.
Un partido formado por antiguos militares comprometidos con la contrainsurgencia, por lo que difícilmente tienen las manos limpias de sangre. Un círculo de militares retirados que solo sabía ejercer poder a la vieja usanza castrense. En tal sentido, pronto trazaron sus líneas de actividad y coparon, mediante la compra de voluntades, las curules necesarias para ser bancada mayoritaria en el Parlamento. Llegó con un número desnutrido de congresistas, al igual que Jorge Serrano Elías, el aprendiz de dictador, pero pronto alcanzó el número suficiente para tener el control del Legislativo. Nuevos en el poder, viejos en las mañas y prácticas políticas.
Lo que no lograron fue convertir a su delfín, Jimmy Morales, en un líder político, mucho menos en un estadista. El hombre, acostumbrado a las tablas, no pudo con los podios y empezó haciendo el ridículo. Su audiencia tuvo que tragarse la instrucción de repetir la jura de la bandera o estrofas del himno nacional como parte del discurso. Poco a poco el repertorio se le terminó y, cuando la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig) y el Ministerio Público (MP) vincularon a su hijo y a su hermano a un proceso criminal, la sonrisa desapareció de su rostro.
Si sus inicios fueron erráticos, revestidos de cierta ingenuidad política, sus desempeños posteriores han mostrado a un hombre resentido, irracional y cobarde. Lejos de asumirse como estadista, ha quedado relegado a la banca política, solo visible cuando debe firmar alguna de las tantas sandeces con que ha aderezado la más reciente etapa de su gestión.
Los dueños del poder, esos a los que la acción de la Cicig y del MP ha puesto en jaque, han prescindido de sus servicios y han pasado el contrato al nuevo mascarón de proa en el barco de la impunidad. Con renovada energía de indignación propia de un caporal de finca, Álvaro Arzú Irigoyen ha arremetido en contra del titular de la Cicig y del accionar del MP, entes a los que acusa de conducir una conspiración de las fuerzas de la izquierda para hacerse con el poder.
Ni Arzú ni sus anillos de confianza son tan poco versados como para creer realmente que la izquierda en Guatemala tiene tal poder. Eso no les preocupa. Pero saben muy bien que, si utilizan dicho discurso, pueden ganar adhesiones entre la sociedad conservadora, temerosa de los fantasmas de la izquierda. Como si esta hubiese tenido algo que ver en la debacle a la que precisamente los gobiernos de derecha han conducido al país en los últimos sesenta y tantos años.
Lo que sí saben Arzú y sus aliados y jefes es que, combinando frases, repetidas desde diversos espacios y por medio de una voz conocida, pueden instalar un imaginario de tal naturaleza que pueden hacer retroceder procesos importantes. Si lo consiguieron en 1954, cuando levantaron por primera vez la bandera del anticomunismo contra un gobierno capitalista democrático, ¿por qué no iban a hacerlo ahora? De ahí que resulten aliados tanto Zury Ríos Sosa, hija del condenado por genocidio José Efraín Ríos Montt, como Gustavo Porras Castejón, asesor de Arzú, al igual que el mismo alcalde y, cómo no, Jimmy Morales. Además de la trillada amenaza del comunismo que llega, ahora piden que «recuperemos Guatemala», como si no la tuviéramos perdida desde 1954. Hablan de casos fabricados por persecución selectiva, cuando se persigue a quienes han robado recursos nacionales. Hablan de criminalización a funcionarios legítimamente elegidos, cuando han financiado sus campañas con fondos que llegan del crimen organizado. Hablan de violación de la presunción de inocencia porque se informa públicamente de las razones de persecución, siendo que solo al juez obliga este principio para no condenar antes de tiempo. Finalmente, hablan de retardo en los procesos, cuando son sus mismos abogados defensores los que utilizan la estrategia del litigio malicioso mediante el retardo por motivos que solo ellos pueden explicar a sus clientes para mantenerlos en prisión preventiva.
Habiendo fallado Jimmy Morales en el manejo del discurso desinformador, han encontrado en el ególatra Álvaro Arzú el pregonero perfecto para defender lo indefendible, para intentar tapar el sol con un dedo y hacer creer a la sociedad que son una clase política honrada, comprometida con la sociedad y sus necesidades. Pero ese discurso está moribundo, y ahora en todas las plazas se dialoga y propone, a la vez que se reclama.
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