Quienes trabajaron con él anteriormente hablan de su modo bravucón y berrinchudo. Tutelado por su hermano, buscó refugio en quienes lo formaron, los militares de la vieja guardia que hicieron lo que saben: pelear contra un supuesto enemigo interno en defensa del statu quo.
El desagradecimiento sí lo practicó Jimmy, pues, si no fuera por la Cicig, jamás habría alcanzado la presidencia. Ingenuamente, el pueblo no pudo ver que, detrás del escenario, durante las movilizaciones de 2015, una alianza se cocinaba tras bambalinas. En verdad era la alianza de siempre —las familias más pudientes financiando al FCN— que ha impedido los despegues de este país, que lleva suficiente tiempo atascado en dinámicas feudales. Esta unión aseguró que cualquier acción democratizadora resultaría machacada inmediatamente.
Hubo oportunidad de sentar medianas bases sobre las que se pudiera preparar la tierra para las siembras. El susto de 2016 —cuando los políticos estaban aún temerosos de que las protestas vinieran tras ellos y vieron la necesidad de aprobar algunas leyes— duró poco, y rapidito se vino el regresón. Vieron muy claro que, si había una resolución a la crisis de 2015, esta no podría venir sino de quienes han dominado siempre.
Entonces Jimmy se refugió en el nacionalismo maniqueo que parte de las dicotomías guerreristas. En el sector privado, la economía pasó a segundo plano, pues el miedo a los casos les movió más que cualquier posible pérdida material, y eso provocó que pagaran la estrategia invirtiendo, en aras de la impunidad, mucha plata en los lobbies internacionales.
La coyuntura fraguada por Trump les dio a Jimmy y a sus aliados una vasija en la cual insertarse para vociferar las excusas fantasmales ante las voces gringas que ansiaban escuchar estas historias: rechazar la intervención extranjera, denunciar una estrategia para derrumbar la economía, la innecesaria persecución del financiamiento electoral ilícito, la intromisión rusa, las lealtades políticas protestantes…
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Además del rol inevitable dentro del juego geopolítico, estos años muestran la renuencia que aún existe a participar en la política partidista aunque haya nuevos grupos que ganaron espacios en el Congreso. Aun así, falta mucha presencia en los tres poderes, pues se ha demostrado que continúan mandando los actores anacrónicos que en tiempos críticos se unen —siendo adversarios— para crear amnistías a la medida o sacar a una presidenciable con opciones de ganar.
Los procesos son largos, y nos dimos cuenta de que era demasiado-buena-para-ser-verdad la posibilidad de una transformación integral en tan poco tiempo. Como dice un amigo que me lleva 15 años: a ustedes, a la primera (las manifestaciones de 2015) les salió una buena jugada, pero nosotros, de 50 intentos, lográbamos una. La persistencia en mantener los vínculos entre grupos, aunque no tan grandes como quisiéramos, va consolidando una fuerza de antipoder que causa molestias en quienes abusan del resto.
Jimmy encarnó la figura de la Guatemala que se niega a despegar, que se niega a que exista participación plural en la manera de dirigir el país, que ve conveniente una justicia débil, que les apuesta a las armas, al miedo, al descaro, a seguir comprando las elecciones, a la uniformidad, a que no se reconozcan más derechos, a que el país siga estando igual, lo que implica viajar hacia abajo.
Que las fuerzas regresivas empujen asfixiando cada vez más a la población no deja más opciones viables que lo sucedido en los países del sur, donde han estallado movilizaciones inéditas en contra no solo de los políticos, sino de los modelos económicos que están por encima de quienes dirigen el Ejecutivo, hacen las leyes e imparten justicia. Recordemos que los movimientos llegan en oleadas que pueden venir e irse por largos períodos de tiempo.
Siempre hay voz y siempre hay garra. Después de este período se transparentó quiénes sostienen los engranajes. Los reyes quedaron desnudos gracias a Jimmy y a quienes comandaron el retroceso.
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