El precio de la libertad

Pero esa libertad tan peleada, se ha convertido en una bandera que algunos enarbolan para defender un sistema económico-político en crisis.

Fueron los románticos decimonónicos los que llevaron el ideal libertario a sus más altas cumbres. Recuerdo la Canción al Pirata del poeta José de Espronceda que decía “Que es mi barco mi tesoro, que es mi Dios la libertad; mi ley, la fuerza y el viento; mi única patria, la mar”. Un resumen del pensamiento liberal que trascendía fronteras y antiguos regímenes, para convertirse en el parangón de las democracias globalizadoras.

Por el momento, todo correcto. En defensa de sus derechos, el ciudadano se arrogaba la potestad de hacer con la vida privada lo que más le conviniera y el Estado debería mantenerse al margen de tales voluntades. Acciones que para talentosos pensadores como Friedrich August Hayek, les permitirían establecer los fundamentos de la Escuela Austríaca y la reformulación de la ideología liberal. Este pensamiento establece cómo el egoísmo individualista permite el progreso social, de tal manera, que las excentricidades de millonarios como Michael Jackson, en su obsesión por cambiar de apariencia racial, significan avances médicos, que permiten, poco después, beneficiarse al resto de los mortales de unas cirugías plásticas más baratas y confiables.

Y seguimos en lo correcto. Pero llega un momento en que esta formulación de la libertad en sentido egoísta, sobrepasa toda consideración social y destroza los cimientos de la convivencia civilizada. Un ejemplo claro es el del agua. En la consideración a rajatabla de las doctrinas libertarias, aquí cada cual puede abrir un pozo donde le viene en gana, sin saber que la misma agua de mi pozo es la de mi vecino y que cuando más arriba extraigo, menos llega abajo. Estamos acabando con los recursos de aguas subterráneas del país, sin considerar que el agua, que ahora nos parece “de-gratis”, es también un recurso finito y vital.

No es verdad que las carreteras estarían mejor privatizadas, porque no solo hacen falta vías de acceso entre las grandes ciudades, también las pequeñas comunidades necesitan comunicarse, tanto por su propio bien, como por el de todo el conjunto social. En conclusión, que esta lógica de la libertad donde cada uno hace lo que le viene en gana tiene sus límites y sus contradicciones. Cuando dicen que cada cual hace lo que quiere con su dinero, eso no lo extienden a los impuestos. Si yo hago lo que quiero con mi dinero, puedo invertirlo en una empresa o un banco, pero también puedo desear invertirlo en el conjunto social. Mediante el voto democrático y legítimo, puedo impulsar partidos que compartan mis ideas. LIBREMENTE impulsar leyes que organicen este deseo inversor de mi ahorro de capital en el bien común.

Por eso cuando los libertarios dicen que no promueva el pago de impuestos para mejores hospitales, carreteras y suministro de agua, están yendo contra mi libertad. Seguro que dicen que si quiero puedo tirar el dinero a la basura, que es lo mismo que pagar impuestos, pero que no puedo obligar a nadie a pagarlos. Y yo les respondo, que en un sistema democrático no se obliga a nadie, se comparten responsabilidades. Si consigo compartir estos pensamientos LIBREMENTE, con la mayoría de los ciudadanos, mi pensar será parte del Estado de Derecho.