Con análisis inteligentes y profundos explicaban que las protestas ciudadanas frente al Congreso y ante el intento del presidente de expulsar del país a Iván Velásquez nos conducían por un camino sin retorno en el que finalmente las fuerzas proimpunidad serían derrotadas políticamente.
Al igual que muchos, celebré las protestas ciudadanas como el signo de que nuestra insulsa democracia posee reservas morales ciudadanas muy esperanzadoras. Y también estuve de acuerdo en indicar que existía una fuerte posibilidad de que el sistema político hiciera aguas y lográramos un derrumbe de estructuras de poder cuyas raíces se fundamentan en la corrupción. Pero también advertí que el punto de no retorno solo podría darse si en el 2019 se generaba un bloque político sólido a favor de la justicia eligiendo nuevos liderazgos en el Ejecutivo y en el Congreso. Nuevos liderazgos que se comprometan con la agenda de cambios institucionales que libere a Guatemala de sus ataduras del siglo XX y la haga entrar finalmente en los umbrales del XXI.
A estas alturas del partido está claro que lo de septiembre no fue el indicador de un punto de no retorno en la lucha contra la corrupción, pero sí una señal importante de que la ciudadanía y los medios de comunicación son las dos columnas principales que dan soporte a los esfuerzos por transformar el Estado fallido corrupto que es el de Guatemala en un Estado de derecho sólido. La lectura interesada de grupos de extrema derecha de que la lucha por la justicia era una máscara para impulsar un golpe de Estado de inspiración izquierdista quedó como una narrativa que solo se la creen las élites conservadoras de la capital. Para los medios de comunicación independientes y para la mayor parte de los ciudadanos, la Cicig y el MP son actores de enorme legitimidad ética e institucional y no representan la amenaza izquierdista con la que siguen delirando los ultraconservadores.
Así, la mayor víctima de las protestas ciudadanas de septiembre es la legitimidad de las fuerzas ultraconservadoras. Si bien continúan controlando una cuota importante del aparato político y económico, su desgaste es enorme y su ilegitimidad más que palpable. La acumulación de fuerzas democráticas de cara a las elecciones del 2019 apenas empieza, pero el horizonte se pinta con colores de esperanza, pues la toma de conciencia de la ciudadanía es notoria.
El segundo espejismo que se desvaneció luego de las jornadas de septiembre es el de la posibilidad de un gran cambio social impulsado desde la Embajada de Estados Unidos. El Estado subordinado ha dado paso nuevamente al Estado tutelado, con una menor incidencia de Estados Unidos en los procesos de cambio social. Este es un movimiento que debe ser celebrado porque ni el Estado tutelado ni mucho menos el subordinado son capaces de liderar un proceso de transformación política e institucional como el que requiere Guatemala.
Como he afirmado desde hace más de un año, los cambios sociales sustantivos en un país determinado nunca han dependido del protagonismo de actores extranjeros. La geopolítica actúa como un determinante de última instancia en defensa de los intereses de las potencias (en este caso, de Estados Unidos). Sin embargo, la geopolítica no crea cambios sociales en razón del interés público nacional. Los conservadores se equivocan al usar la bandera de la soberanía para defender el sistema político y económico corrupto y caduco, pero no se equivocan al afirmar que, si en Guatemala va a haber cambios sustantivos, estos deben ser impulsados por fuerzas internas.
Desde esa dimensión democrática y transformadora, los movimientos ciudadanos y los medios de comunicación deben confiar crecientemente en su propia voz y en su propio músculo. Estados Unidos no va a lograr que triunfe la lucha contra la corrupción en Guatemala, aunque puede contribuir a que se fortalezca o debilite. Con voz potente soberana y en contra de la corrupción, los movimientos ciudadanos y los medios independientes deben liderar el proceso de cambio político e institucional. Y sobre todo deben construir un bloque político ganador de cara a las elecciones del 2019.
Por último, el tercer espejismo que se cayó en septiembre fue el de la posibilidad de una reforma política electoral importante antes de las elecciones del 2019. Los operadores del viejo régimen que hoy tienen el control del Congreso solo aceptarán cambios cosméticos al sistema vigente. Por lo tanto, la lucha electoral seguirá dándose con reglas muy similares a las que existen actualmente.
Nada nuevo bajo el sol, para ser francos. Las fuerzas políticas contestatarias que han asumido el poder vía las elecciones siempre lo han hecho en el marco de las estructuras viejas, no con base en reglas nuevas creadas por el viejo régimen. Tanto desde la derecha como desde la izquierda, eso siempre ha sido una verdad política inevitable. Doña Violeta Chamorro derrotó a Daniel Ortega en 1990 en unas elecciones en las que los sandinistas tenían todo el aparato electoral y estatal a su favor. Evo Morales y Rafael Correa llegaron al poder montados sobre las reglas políticas de los regímenes que luego transformaron. Y, más recientemente, fuera de la realidad latinoamericana, tanto Donald Trump como Emmanuel Macron tomaron por asalto el poder desde campañas determinadas por las reglas de un establishment político que los consideró y los sigue considerando fenómenos pasajeros y pájaros exóticos.
Revelados los espejismos, toca ahora trabajar desde las realidades políticas. Eso significa fijar como norte y meta estratégica las elecciones del 2019. Una victoria electoral de las fuerzas projusticia y anticorrupción generará el verdadero punto de no retorno que tanto se espera. Además, un triunfo en las urnas permitirá generar las condiciones de soberanía para que el Estado tutelado sea cada vez mas subsidiario frente a las transformaciones institucionales y sociales que requiere Guatemala y se coloque la geopolítica en el lugar que le corresponde históricamente. Y, por último, un triunfo electoral de la ciudadanía democrática organizada permitirá impulsar las transformaciones constitucionales e institucionales que se requieren para hacer que la política y la justicia funcionen en función del bien común, y no en beneficio de mafias espurias.
Los espejismos son lindos, pero la realidad es siempre mucho más apasionante. Caminemos hacia el futuro que nos corresponde con pasos firmes y viendo el futuro con esperanza. La gran batalla por la justicia, la democracia y la prosperidad compartida apenas está comenzando. Levantemos las banderas del optimismo porque el sol brilla y nos espera en el horizonte.
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