Abordo el tema de las drogas porque los últimos acontecimientos me han hecho decantarme por la despenalización, aunque siempre he estado en contra de la legalización.
Me explico. Estoy en contra de la legalización porque no se puede permitir ningún producto que no esté regulado, más, cuando este pueda causar severos daños a la salud. Las drogas, sobre todo las comercializadas ilegalmente, causan daños comprobados irreversibles en el consumidor y afectan a los que le rodean. Las drogas no son una decisión individual, ya que el drogadicto, en su demencia adictiva afecta a padres, parejas e hijos de manera dramática e irreversible. Quitarse de una adicción no es cuestión de voluntad, como algunos piensan. Es una dependencia que causa estragos en el organismo y en la mente, volviéndonos inadaptados para el resto de nuestros días.
Solo en contadas excepciones, el adicto consigue desprenderse totalmente de la dependencia de las drogas. Pero, en todos los casos, el costo económico y personal es tan alto que se trata de una marca imborrable en nuestras vidas y las de nuestras familias. Las drogas, en combinación con el abuso del alcohol, son la causa demostrada de gran parte de la violencia intrafamiliar, que en muchos casos termina con la muerte de uno de los conyugues, también de los accidentes de tránsito, en donde fallecen terceros que no habían consumido drogas, y de delitos contra la propiedad y la vida.
Todo esto es verdad. Y no lo digo para quedar bien con pensamientos convencionales. Lo digo porque lo he vivido en propia carne y visto cómo las consecuencias no solo las pagan los consumidores, sino sus hijos pequeños, inocentes de toda culpa.
Señalado esto, expresaré que estoy a favor del movimiento de despenalización que se ha iniciado a propuesta del presidente de Guatemala. La persecución de los crímenes de la compra-venta de estupefacientes en los países del primer mundo es una burla total a la inteligencia humana. En esos países, principales beneficiarios del negocio de la droga, con cifras descomunales de 300 billones de dólares de ganancias anuales, la persecución es irrisoria.
Según un estudio divulgado por la Organización Mundial de la Salud (2008), Estados Unidos es el mayor consumidor de drogas del mundo. Solo en cocaína, los norteamericanos consumen un tercio de la producción mundial. 72 millones de estadounidenses mayores de 12 años han consumido drogas alguna vez y el 41% de los jóvenes que acuden a las escuelas las han probado. La comercialización reporta un ingreso de 100 mil millones de dólares anuales. Además, personas como Kenneth Rijock, Consultor de Crímenes Financieros de World-Check, consideran que los mayores ingresos por el lavado de dinero también irían a parar a los Estados Unidos.
Las autoridades apenas persiguen estos delitos en los países de consumo. Solo el uno por ciento de las drogas son decomisadas en los Estados Unidos y en España, donde el consumo se ha multiplicado considerablemente en los últimos diez años, hasta hacer que uno de cada cinco cocainómanos europeos sea español, el número de detenciones relacionadas con las drogas desciende cada año. Entonces, por favor, que alguien me explique, por qué en los países en vías de desarrollo, como Guatemala, donde la capacidad económica de enfrentar el crimen organizado es mínima, se deben sacrificar tantos esfuerzos en perseguir delitos que en los países desarrollados se niegan a hacerlo. O me quieren hacer creer que los tan preparados sistemas estatales de seguridad estadounidenses o europeos no saben dónde se trafica y se consume droga con regularidad. Porque si no lo saben, se los digo yo.
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