Por José Luis Vivero y Luis Enrique Monterroso
El tercero de estos jinetes se refiere al hambre que azotará nuestro planeta (Apocalipsis 6: 5-6), “…he aquí un caballo negro; y el que lo montaba tenía una balanza en la mano. Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: Dos libras de trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario; pero no dañes el aceite ni el vino”. Según la interpretación de este mito, los granos básicos y otra comida esencial escaseará, pero los lujos tales como el vino y el aceite aún estarán disponibles.
Dentro de pocas semanas, ese tercer jinete vendrá en su caballo negro, con la misma balanza en la mano, para pesar los cuerpos debilitados de los niños y niñas desnutridos de Guatemala. Hace muchos años que viene siempre por estas fechas. El caballo que monta se tiñe de luto, y su balanza parece el instrumento más adecuado para separar a los bien nutridos de aquellos que no dan la talla y el peso. Midiendo la injusticia hace evidente la realidad en la que vivimos. El jinete solo será visto por los pobres, por los más jodidos. Esos mismos pobres que hoy ocupan los medios de comunicación y la atención política, como pasa regularmente cada cuatro años. Y todo porque tienen el poder del voto, lo más importante para las democracias electorales, el poder de la equis sobre la papeleta. Votar, para ellos, es como firmar un cheque en blanco por cuatro años, para que los ganadores de la contienda electoral hablen en su nombre, se enriquezcan en nombre de su carencia, se alimenten en nombre de su hambre o se hospeden en lujosos hoteles para discutir sobre las chozas de los pobres. Las democracias hambrientas de América Latina no son participativas sino electorales. Aquí sólo cuenta el voto del ciudadano y no la rendición de cuentas, la participación, la transparencia, la ética o la contraloría social. Para muchos guatemaltecos, la democracia ya no es tan deseada como lo era antes, precisamente porque solo es el método más pacífico de elección y no el sistema generador de bienestar ni cohesión social. No es el sistema político que nos garantiza el vivir bien, ni mucho menos la felicidad.
Este tercer jinete, la Parca, con su corcel correspondiente, llegará al tercer país con mayor desnutrición crónica del mundo, detrás de Afganistán y Yemen. El hambre no es nueva en Guatemala, pero la hemos cuidado tan bien que tenemos la medalla de bronce a nivel mundial, y la de oro a nivel latinoamericano. Medallas de vergüenza que se cuelgan sobre los débiles cuellos de los menores de cinco años. El país de la eterna primavera está en el podio del bochorno.
La desnutrición crónica es el resultado de muchos factores, entre los que podemos mencionar como causas inmediatas la desnutrición materna (madres jóvenes y desnutridas dan a luz niños desnutridos), la alimentación inadecuada en los primeros dos años de vida o las infecciones constantes. Otras causas más estructurales son la baja escolaridad de la mujer (el factor más determinante para incidir en la nutrición del hijo o hija), el embarazo en adolescentes (altísimo en áreas rurales e indígenas) o la falta de acceso a saneamiento básico y a servicios de salud. No crean que nos olvidamos del núcleo duro de la pobreza: la desigualdad en el acceso a la tierra, la exclusión social y la discriminación por razones de sexo, raza o credo político y, sobre todo, la desigualdad de derechos de las mujeres. No somos un pueblo unido ni cohesionado, sino un polvorín que está esperando una chispa adecuada para estallar violentamente.
La desnutrición aumenta el riesgo de enfermar y de morir prematuramente, y tiene un efecto irreversible sobre el crecimiento y el desarrollo humano. Las capacidades física, mental y de aprendizaje de una persona desnutrida están todas mermadas. La desnutrición crónica es una enfermedad incurable si no se previene durante los dos primeros años de vida. Posteriormente, hipoteca de por vida el potencial de desarrollo del que la sufre. Es una cadena perpetua que te imponen desde que naces. Y en Guatemala la sufren la mitad de nuestros hijos e hijas, inocentes cuyo único error fue nacer en la familia equivocada.
A pesar de todo esto, el tema pareciera insignificante para los políticos de Guatemala. Muchos hambrientos ni siquiera tienen ciudadanía, no tienen nombre y solo son una estadística que sirve para enseñar a los donantes y conseguir más fondos. Por eso no le dan prioridad a la ejecución adecuada del presupuesto nacional, ni monitorean los resultados de sus programas, no les importa qué se hace con la Bolsa Solidaria ni con Mi Familia Progresa (con la loable excepción de la diputada Nineth Montenegro y otros casos contados). La desidia es la reina.
En Guatemala se cuenta con un marco normativo fuerte en materia alimentaria. Existe una ley que moldea y mandata un Sistema Nacional de Seguridad Alimentaria Nutricional (Sinasan). Con la Ley del Sinasan se crearon el Consejo Nacional (Conasan) y la Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Sesan), órganos que son claves para coordinar, ejecutar y dar sostenibilidad al impulso nacional contra el hambre. En el caso del Consejo, no se dimensionó adecuadamente su rol como ente rector, por lo que no se generaron mecanismos políticos y procedimientos que facilitarán la coordinación interministerial. Algunos de los integrantes de dicho Consejo, ministerios y Sscretarías de Estado, parecen desconocer las funciones y atribuciones que les dicta la ley. El Viceministerio de Seguridad Alimentaria y Nutricional del MAGA, anteriormente el brazo ejecutor de la política SAN desde el sector agropecuario, ha casi desaparecido como actor relevante y sus acciones apenas tienen incidencia en los territorios.
El Gobierno no ha dejado que la Sesan realmente ejecute el papel de coordinación que por ley le corresponde y le ha dado poco respaldo político al más alto nivel; no ha puesto personal capacitado en las instancias que se encargan del tema y, además, desmanteló el sistema de información que había dejado el Gobierno anterior. De esta manera, desde el Gobierno nos han mantenido entretenidos con los datos absolutos, y no comparables, de casos de desnutrición aguda, haciéndonos olvidar que el 95% del hambre en este país es desnutrición crónica. Las sombras de los niños muertos por hambre no nos dejaron ver el verdadero problema estructural. Regalar bolsas de comida se ha convertido en sinónimo de seguridad alimentaria.
El problema del hambre es incluso invisible para las familias afectadas por la desnutrición. Es tan grande, tan común, que ya pareciera parte de la cotidianidad. Si ocho de cada diez niños y niñas están desnutridos en el Corredor Seco o en el Altiplano Occidental, lo normal es por tanto estar desnutrido, y los “raritos” son los niños bien alimentados, que destacan por ser altos y más pilas. Estar hambriento es el estado normal de Guatemala. El derecho humano a la alimentación es violado flagrantemente, diaria y constantemente, y la ciudadanía puede exigir un cambio pero aún no lo hace. La apatía se ha apoderado de nuestra sociedad y parece que ya nada nos indigna. Claro, ¡cómo nos va a indignar si la mitad estamos desnutridos! No somos listos, ni innovadores ni inquietos y sí dóciles víctimas de la demagogia política y de la abulia social. Todo nos da igual y los políticos se aprovechan de eso. Si los políticos no reciben presión social para generar una lucha contra la desnutrición, la voluntad política seguirá como hasta ahora, casi inexistente. Y perdón por decir “casi”, salvaguardando a las pocas personas a las cuales esto sí que les remueve por dentro.
Dejando atrás las explicaciones y entrando de lleno en las proposiciones, esperamos que los partidos políticos en contienda consideren sus programas sociales en el marco de la ley del Sinasan, con su estructura, órganos y mecanismos. Nos gustaría que existiera una verdadera política de Estado contra el hambre, con alta participación, diseñada en varias fases y que abarcara al menos 20 años, con metas progresivas y medibles y con la participación y la rendición de cuentas como ejes centrales. Este programa político debería estar enfocado a las causas y a los efectos simultáneamente, y contar con fondos adecuados, principalmente del propio Estado. Esto requiere, por supuesto, de un líder o lideresa que la empuje y la guíe durante un buen tiempo, un hombre o una mujer dispuestos a trascender en la historia y abanderar esta lucha contra viento y marea ¿Alguien se apunta? Es un liderazgo loable y rentable, como demostró Lula da Silva en Brasil durante la campaña por su segundo mandato y al final del mismo, con sus elevadísimos índices de popularidad.
Se debe asegurar el financiamiento de los planes y programas, estableciendo un sistema de seguimiento al gasto público y ejecución programática en seguridad alimentaria. Y para esto, hace falta emprender esa reforma fiscal que nadie se atreve a hacer, para que el Gobierno recaude más impuestos, de manera progresiva, que paguen más los que más tienen, y que el Gobierno pueda redistribuir con transparencia estos impuestos entre los hambrientos, que son millones. El objetivo de esta reforma fiscal es que la riqueza de este país se distribuya mejor entre sus ciudadanos, pues esta distribución es básica para aumentar la cohesión social y reducir la brecha entre los que menos tienen, los hambrientos, y los que más poseen, que suelen viajar en los muchos helicópteros que se guardan en el aeropuerto La Aurora.
Se debe fortalecer o crear un cuerpo técnico competente, que no solamente implemente sino que vaya dirigiendo el proceso, adaptándolo y ampliando su escala de intervención. Dirigir implica que los programas, tras haber sido instalados en las áreas con mayor afectación, deben ser monitoreados regularmente en su proceso. La teoría de despacho se contrapone con una realidad cambiante en el terreno, enfrentando siempre unos problemas no previstos, por lo que el monitoreo y la retroalimentación constante ayudan a los programas a ser más eficientes y más adaptados a las necesidades.
Se debe conocer claramente las áreas vulnerables y saber porque están como están, para plantear soluciones desde lo local. Esto es todo un reto, que requiere recursos financieros y personal con experiencia y creatividad. Debemos crear espacios de rendición de cuentas y auditoría social, para que los propios hambrientos, todos ellos ciudadanos, puedan preguntar, saber y proponer cambios en esos programas que les afectan. Una política de Estado contra el hambre, de largo plazo y directa al hueso, debe incluir también elementos para favorecer la cohesión social, la adaptación de los agricultores al cambio climático, la recuperación de los sistemas alimentarios locales y la cultura alimentaria nacional, la protección frente a los vaivenes de los mercados internacionales de alimentos y un sistema fuerte y variado de protección social, donde se incorporan programas de transferencias condicionadas y no condicionadas, empleo temporal, seguros agrarios y subsidios para bienes públicos. Aquí tendrían cabida los programas de empleo temporal poco cualificado, como el que se quiere poner en marcha para construir caminos rurales y rehabilitar microcuencas para hacer frente a la sequía y a los eventos extremos producidos por el cambio climático.
El Organismo Legislativo también tiene un rol importante en materia alimentaria, ya que los parlamentarios deben supervisar la implementación de la Ley del Sinasan y desarrollar el derecho a la alimentación contenido en la ley y en la Constitución. Hay que tipificar las violaciones del derecho a la alimentación y sancionar a los violadores. Esto último implica involucrar al Organismo Judicial en la tarea. Se debería, además, normar la inversión municipal en seguridad alimentaria y nutricional, para que exista un porcentaje mínimo de al menos un 10% destinado a este fin, y la Sesan bien pudiera figurar dentro de los Consejos de Desarrollo Urbano y Rural.
Les dejamos con una petición interesada: nos avisan, por favor, cuando vean al jinete con su caballo negro. El tercer jinete seguirá viniendo cada año si no actuamos hoy, si los políticos no escuchan el mensaje de los que ya casi perdieron el aliento para hablar, porque el hambre les robó la voz. La balanza que porta el tercer jinete servirá para seleccionar a aquellos menores que no tienen el peso suficiente, y que, de seguir vivos, hubieran sido el futuro de un país que tiene una medalla mundial que da vergüenza mostrar.
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